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Los derechos humanos como falacia para ganar discusiones
¡Qué maravilla es, si uno lo piensa un poco, eso de patrimonializar el respeto a los derechos humanos en una discusión, como si tu oponente no los respetase tanto!
Últimamente encuentro en las tertulias una trampa que me divierte muchísimo. Os narro un ejemplo cazado en la tele hace pocas semanas. El tema que debatían era el discurso de odio y las agresiones homófobas. Cuando se debaten estos temas, suele haber dos equipos: una armada 'diversoinclusiva' a un lado, que tiene la complicidad del presentador y el aplauso fácil del público, y al otro lado una banda desorganizada y acobardada: los 'pequeñodiscutidores'.
La armada 'diversoinclusiva' bramaba aquel día, casi en tono de victoria moral, contándonos el miedo que sienten los homosexuales en el Madrid de Ayuso. Una señora afirmó muy campanuda que necesitamos limitar por ley los discursos de odio, porque una cosa lleva a la otra. Preguntó uno de los 'pequeñodiscutidores', con cierta timidez, dónde está la línea que separa el discurso de odio de lo que molesta a cuatro activistas susceptibles, y los de la 'diversoinclusiva' le respondieron en tono de bronca que eso lo tendrían que decidir los miembros de los colectivos, y no él.
Yo pensaba, 'panzarriba' en mi sofá, con una lata de cerveza: "¡Ya verás! ¡Están a punto de usar la carta mágica!".
Otro tertuliano dijo que el discurso de odio se caracteriza por el peligro que lleva aparejado, y que establecer una relación causal entre lo que se dice en Twitter y el acto violento es un poco arriesgado, y que, en definitiva, los actos violentos son en verdad muy raros en nuestro país, pese a la atención que les dedican los medios, y que no estamos tan mal, y tal. La cámara iba enfocando a los de la 'diversoinclusiva', y ante estas obviedades todos hacían hipos y afilaban las uñas.
Rascándome la tripa, me dije: "¡Ya casi está! ¡Brilla el acero! ¡Se aproxima!".
Uno de los 'diversoinclusivos' mencionó, a voces, estudios que determinan que un chiste o un insulto es la antesala de un puñetazo o una violación, y pintó una España donde reina la cultura de la discriminación y la violencia, una España con forma de Kabul. Nadie pidió las referencias académicas de esos estudios y nadie las ofreció. Por fin, uno de los 'pequeñodiscutidores' se animó a polemizar: "Lo que no se puede hacer es tratar a todo el mundo de sospechoso de homofobia, hombre".
Cuando se ven un poco arrinconados, o cuando les vence la pereza, los 'diversoinclusivos' presentes apelan a los derechos humanos
Y ahí sí, por fin, llegó el ataque definitivo. Planos del rostro de una joven periodista muy fina, desde ahora 'jugadora 1', y la vena de su cuello. Me puse en pie. Con una mezcla de desprecio y consternación, jugadora 1 atacó por el flanco: chilló que “aquí estamos hablando de derechos humanos, y si no estás con los derechos humanos, tú sabrás”. Jugadora 1 recibió +2 en blindaje y +3 en superioridad moral. ¡Ahí lo tenéis!
La voluntad del tertuliano díscolo se deshilvanó. Sacó la carta 'autojustificación', con efecto homeopático. Y se rindió, balbuceando: “Naturalmente, hay que proteger a las minorías de los discursos de odio, pero lo que digo es que habrá que tener cuidado con...”. Bah, no sé si le interrumpieron a gritos o yo mismo dejé de escuchar.
Derechos humanos 'c'est moi'
¡Qué maravilla es, si uno lo piensa un poco, eso de patrimonializar el respeto a los derechos humanos en una discusión, como si tu oponente no los respetase tanto! ¿Cómo se atreven? Pues bien, lo hacen sin parar, cada vez más. Está de moda. Poned atención a los debates sobre feminismo, minorías, etcétera, y oiréis a los de la armada 'diversoinclusiva' usando esta carta mágica a placer. La falacia de los derechos humanos, podríamos decir.
Tú discutes algo concreto, controvertido y polémico; tú atacas cualquiera de los flecos de la propaganda, cualquiera de sus manipulaciones, una tergiversación de los hechos, una exageración, una mentira. Tú ofreces argumentos, o tratas de hacerlo, y entonces, cuando se ven un poco arrinconados, o cuando les vence la pereza, los 'diversoinclusivos' presentes apelan a los derechos humanos. "¡Yo estoy aquí defendiendo los derechos humanos, no sé tú!". Y se quedan tan anchos.
Hablemos claro: apelar a los derechos humanos es una trampa —a no ser que estés debatiendo, yo qué sé, con talibanes— por la sencilla razón de que casi nadie está contra los derechos humanos. ¿Cuántos españoles quieren que los gais, por ejemplo, tengan menos derechos que los heteros? ¿Cuántos piensan que la mujer es inferior y tiene que estar en casa, planchando? ¿Cuántos defienden a un violador? Casi nadie. Cuatro trogloditas y otros 40 pirados de Twitter.
La unanimidad en el respeto a los derechos humanos es abrumadora en nuestro país, pero a los de la 'diversoinclusiva' les da igual. "Derechos humanos 'c'est moi'!", parecen decir.
La unanimidad en el respeto a los derechos humanos es abrumadora en nuestro país, pero a los de la 'diversoinclusiva' les da igual
Bien, aquí va una noticia (de última hora) para esos trampositos: la inmensa mayoría de los españoles cree en la igualdad, pero no todo el mundo simpatiza con las feministas radicales del ministerio y de la tele. La inmensa mayoría aceptaría de buen grado que sus hijos fueran gais, pero no comulgan con las ruedas de molino de la cultura del pánico. La inmensa mayoría respeta a las minorías, pero no todo el mundo considera necesario demostrar desprecio hacia su propia cultura y su propia historia. La inmensa mayoría es educada y amable con los diferentes, pero pocos aceptan que un puñado de sermoneadores les diga constantemente cómo tienen que comportarse y cómo tienen que pensar.
¿Veis la diferencia? Derechos humanos: sí. Monsergas, histerias y vigilancia moral: no. Dicho de otra forma: la mayoría de la gente adora los derechos humanos, lo que no soporta es vuestra barrila.
Últimamente encuentro en las tertulias una trampa que me divierte muchísimo. Os narro un ejemplo cazado en la tele hace pocas semanas. El tema que debatían era el discurso de odio y las agresiones homófobas. Cuando se debaten estos temas, suele haber dos equipos: una armada 'diversoinclusiva' a un lado, que tiene la complicidad del presentador y el aplauso fácil del público, y al otro lado una banda desorganizada y acobardada: los 'pequeñodiscutidores'.
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