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Si Yolanda Díaz es Napoleón, ¿dónde está su Waterloo?
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Juan Soto Ivars

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Si Yolanda Díaz es Napoleón, ¿dónde está su Waterloo?

El enemigo de Díaz es el PSOE, a quien se ha propuesto superar. Una manera de decir —a lo Napoleón— de convertirlo en su protectorado en un futuro Gobierno de coalición a la inversa

Foto: Yolanda Díaz. (EFE/J.J. Guillén)
Yolanda Díaz. (EFE/J.J. Guillén)

El ingenio táctico de Napoleón, lo sabemos desde que tropezó en Madrid, Rusia y Waterloo, tenía agujeros importantes. Despreció la invención de la máquina de vapor, que le hubiera permitido un desembarco por sorpresa en la costa de Inglaterra; menospreció el patriotismo de los españoles, dispuestos a defender con uñas y dientes la soberanía de su miseria contra cualquier invasor, y creyó que el invierno ruso se postraría ante su púrpura con la misma docilidad que su camarilla de serviles pelotas.

Un imperio efímero y un final penoso permitieron a Europa caricaturizarlo como un enano resabiado y megalómano. Todas sus vergüenzas quedaron al descubierto como en el cuento del traje del emperador. Sin embargo, durante unos cuantos años, sus campañas provocaron el pánico y el asombro. Parecía imparable.

Foto: Yolanda Díaz junto a Thomas Pikkety. (EFE/J.J.Guillén)

Como lo parece hoy Yolanda Díaz en la eterna pugna por el territorio de la izquierda española. El enemigo principal de Díaz no es ese zombi llamado Unidas Podemos. El partido morado es su merienda como Ciudadanos ha sido merienda de Vox y el balón de oxígeno del PP. El enemigo de Díaz es el PSOE, a quien se ha propuesto superar en las próximas elecciones, que es una manera de decir —a lo Napoleón— de querer convertirlo en su protectorado en un futuro Gobierno de coalición a la inversa. Esto que digo no es fruto de la sospecha: queda claro si analizamos sus movimientos gráciles y relampagueantes sobre el mapa.

Una visita con el papa Francisco para mostrarse como una comunista respetuosa con las creencias ajenas, es decir, como una mujer con principios, pero amiga de la moderación; un encaje de bolillos para la reforma laboral 'light', cargada de empatía hacia la empresa, propia de alguien realista y alejado de todo maximalismo infantil; entrevistas en medios afines al PSOE, como la SER, en las que su tono de voz produce sopor cargado de optimismo y fe en el progreso, y otra en 'Yo Dona' para demostrar que no contiene trazas de ese 'perroflautismo' indigesto para los votantes socialistas, y una charla con el economista francés Thomas Piketty en la misma sala del Círculo de Bellas Artes donde, recordaba Nacho Cardero ayer, Pedro Sánchez empezó su reconquista del PSOE. Hasta Madina se dejó ver entre el público.

Díaz es, o bien un genio de la estrategia, o una persona muy bien asesorada. Para el caso, da lo mismo. Es un misterio qué piensa realmente

En fin, todos estos movimientos tácticos dejan clara la estrategia a medio plazo, que parece dictada a su oído directamente por Iván Redondo. Hay que mantener vivo al Gobierno de coalición para seguir con el acopio de recursos, que las elecciones son muy duras y las encuestas no terminan de despegar. Hay que dejar que Irene Montero y Ione Belarra sigan hundiendo Unidas Podemos encerradas en sus disputas sobre el sexo de los ángeles.

Y hay que permitir que Sánchez se siga quemando, desprovisto de su credibilidad por su actitud helada y sus contradicciones interminables, atacado por todos. Dado que el vivero de votos de Unidas Podemos lo da por amortizado, es al PSOE a quien necesita someter birlándole un par de millones de votos.

Foto: La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. (EFE/Juan Carlos Hidalgo) Opinión
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Un detalle de hemeroteca muy importante: recuerde el lector que Sánchez, en su pugna con la gestora y con Susana Díaz, venía a convertir al PSOE en un partido de izquierdas otra vez. Con esa promesa se subió a un coche en lo que parecía un viaje a ninguna parte, y con esa ingenua ilusión se le votó: era aire fresco, un atractivo rebelde contra el aparato que había traicionado los principios de la militancia socialista.

Hoy sabemos que Sánchez ha construido un nuevo aparato a su medida y que sus principios morales son tan vacuos como cabe esperar de un delfín de laboratorio que lleva metido en la piscina del Aquópolis desde que tiene uso de razón.

placeholder El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, aplaude junto a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, aplaude junto a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Yolanda Díaz es, o bien un genio de la estrategia, o bien una persona muy bien asesorada. Para el caso, da lo mismo. Es un misterio qué piensa realmente, como es un misterio su verdadero carácter y su personalidad. Envuelta en el sutil misterio que hay detrás de la marca personal, avanza posiciones napoleónicamente y se perfila como la única alternativa (de izquierdas) al Gobierno "más progresista de la historia".

Sin embargo, a todo Napoleón le espera Waterloo al fondo del pasillo debido a los ángulos muertos. Aunque esto no se podrá saber a ciencia cierta hasta pasada la campaña, diría que los puntos ciegos de la estrategia de Díaz podrían ser los siguientes: menospreciar el desgaste personal que ha supuesto ser la ministra de Trabajo, más acusado en las encuestas que en lo que “dice la gente”; quedar en tierra de nadie debido a la moderación que utiliza para seducir a los tibios votantes socialistas pese a su pedigrí; enzarzarse en una guerra abierta con Unidas Podemos que la reduzca a un púgil típico de Vistalegre cuando sus miembros empiecen a atacarla abiertamente; ser arrastrada hacia los debates venenosos, esclerotizantes y divisivos para la izquierda relativos a las identidades; provocar hastío antes de tiempo con la estrategia de autobombo; elegir mal a su futuro equipo, dando pie a luchas intestinas que hoy por hoy todavía son difíciles de imaginar; errar en los cálculos para sobrevivir a la maniobra de desprestigio mediático que le espera cuando se acerquen las elecciones, y emitir una imagen de éxito demasiado exagerada que alimente el deseo españolísimo de ver cómo se la pega.

No son pocos obstáculos, pero no se conquista Europa (ni el corazón de la izquierda española) sin peligros.

El ingenio táctico de Napoleón, lo sabemos desde que tropezó en Madrid, Rusia y Waterloo, tenía agujeros importantes. Despreció la invención de la máquina de vapor, que le hubiera permitido un desembarco por sorpresa en la costa de Inglaterra; menospreció el patriotismo de los españoles, dispuestos a defender con uñas y dientes la soberanía de su miseria contra cualquier invasor, y creyó que el invierno ruso se postraría ante su púrpura con la misma docilidad que su camarilla de serviles pelotas.

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