España is not Spain
Por
La gran paradoja: Rusia solo será libre si pierde la guerra
En paralelo a la destrucción sistematizada de Ucrania, asistimos a la represión sistematizada de los rusos
Rusia avanza con paso firme e inhumano sobre el mapa de Ucrania. Las opiniones que se vertieron en las tertulias sobre los problemas de su avance eran de una candidez demoledora. Quizá Putin quisiera una guerra relámpago, pero también puede ser que no se la plantease en absoluto, puesto que no las ha habido apenas desde 1942. Resistir a un avance militar y plantarle cara con la guerrilla es el 'leitmotiv' de casi todas las contiendas desde la última hecatombe mundial.
Por eso, Rusia bombardea a los civiles, asfixia a las ciudades y se permite el crimen de guerra contra hospitales y corredores humanitarios. Lo que Putin ha planteado es una batalla colonial de sometimiento: pronto sabremos cómo se las gasta su represión allá donde la defensa ucraniana caiga derrotada. Pronto sabremos cómo es la 'paz' de Putin en las ciudades conquistadas. Aquí en España tenemos buenas referencias porque Franco guerreaba de la misma forma, como aprendió en el Rif.
Se ha dicho que Rusia quiere plantar cara al avance de la OTAN hacia el este. Desde esta perspectiva, la expansión occidental sería el detonante. Opiniones como esta me hacen pensar que tendríamos que leer más libros de historia, porque ese argumento es tan válido como justificar la Segunda Guerra Mundial por el tratado de Versalles. Sí, la humillación alemana es clave para explicar el ascenso de Hitler, pero no justifica su guerra. Hitler era un nacionalista con sueños imperiales, igual que Putin. En otras circunstancias habrían encontrado otros pretextos.
Leo estos días con mucha atención a los que conocen mejor la figura del autócrata ruso, muchos de los cuales son rusos exiliados o antiguos amigos. Coinciden en explicar que detrás de esta guerra hay una ambición personal de Putin por dejar a Rusia una herencia de grandeza: sería su legado para la historia, algo que está más allá del cicatero cálculo geoestratégico. Recordemos que Putin tiene 69 años y entra en la fase declinante de su poder, que no necesariamente será corta.
Él mismo ha puesto en palabras la semilla de su “operación especial”. En su visión del alma rusa, esta nació en Kiev, por lo que una Rusia sin Ucrania es una Rusia castrada e incompleta. De modo que sí, puede que la Guerra Fría se cerrase en falso, como lo hizo la Primera Guerra Mundial, y que la expansión de la OTAN haya sido un error. Pero la primera paradoja es que el ataque de Putin a Ucrania ha justificado plenamente que los países vecinos de Rusia quieran ingresar. La soberanía de los países de la OTAN es muy superior a la de repúblicas como Bielorrusia.
Perder es ganar
Sin embargo, esta guerra no solo se está librando en Ucrania, sino también en Rusia. La semana pasada os conté lo que voy leyendo en el 'Novaya Gazeta', último periódico crítico con Putin que sobrevive allí, no sabemos por cuánto tiempo. Leer 'Novaya' a diario permite descubrir cómo Rusia se convierte definitivamente y a toda prisa en una tiranía, pero el legado que quiere dejar Putin no se ve mancillado por ello.
En Rusia, el amor por la democracia no es mayoritario. Todavía hay mucha gente que añora la tiranía soviética, como explicó Svetlana Alexiévich, que es sinónimo de grandeza y de seguridad. El nacionalismo ruso contemporáneo se desprendió del comunismo y metió a la Iglesia ortodoxa en el escudo nacional, pero la Rusia grande que aspira a dejar Putin es, como la de Stalin, una Rusia esclava.
Tirando de las metáforas newtonianas, se me ocurre decir que el proyecto expansionista de Putin ejerce una presión descomunal sobre su ciudadanía, como si para saltar a Ucrania pusiera las botas en la cabeza de los rusos con el fin de darse impulso. Así, en paralelo a la destrucción sistematizada de Ucrania, asistimos a la represión sistematizada de los rusos. Lo que nos lleva a la gran paradoja de esta guerra: Rusia solo será libre si Putin tropieza y cae derrotado en Ucrania.
Volvemos a encontrar un resabio de la Segunda Guerra Mundial: también los alemanes empezaron a obtener su libertad cuando Hitler cayó derrotado. Les esperaban décadas de alambre de espino y sometimiento, pero si hoy Alemania es una nación soberana de ciudadanos libres es porque su presunto liberador se suicidó en un búnker. Dicho de otra forma, si Hitler hubiera ganado, tal vez hoy serían esclavos.
La pregunta que subyace a esta paradoja es terrible. Con un arsenal nuclear en la mesilla de noche, ¿existe alguna posibilidad de que Putin pierda la guerra? ¿Acaso no hubiera disparado sus bombas Adolf Hitler, de haberlas tenido, cuando Occidente y la URSS lo arrinconaron? ¿Qué puede perder en la destrucción total quien apostó todas sus cartas a una expansión que el resto del mundo le impide ver realizada?
Para que Ucrania gane la guerra, o para que Rusia la pierda, la única posibilidad es que los rusos, inexpertos en la democracia, pero versados en la revolución, se liberen de sus cadenas. Solo los rusos pueden lograr su propia derrota en Ucrania, precipitar la caída de Putin.
En este momento no hay ninguna esperanza de que lo hagan, ni una garantía de que el sucesor de Putin vaya a ser mejor, ni indicios fiables de que los rusos prefieren la libertad a las cadenas. Acaba de aparecer un libro idóneo para pensar en todo esto: '
En el 'Novaya' son pesimistas. Parece que son pocos los rusos que entienden la paradoja de la derrota como ganancia, y Putin dedica tanto esfuerzo a reprimirlos como a su infame guerra de anexión. Definitivamente ha vuelto el siglo XX.
Rusia avanza con paso firme e inhumano sobre el mapa de Ucrania. Las opiniones que se vertieron en las tertulias sobre los problemas de su avance eran de una candidez demoledora. Quizá Putin quisiera una guerra relámpago, pero también puede ser que no se la plantease en absoluto, puesto que no las ha habido apenas desde 1942. Resistir a un avance militar y plantarle cara con la guerrilla es el 'leitmotiv' de casi todas las contiendas desde la última hecatombe mundial.
- Cuando solo te coge el teléfono Steven Seagal: la ruina del 'soft power' ruso en ocho aciagos años Carlos Prieto Daniel Iriarte Enrique Andrés Pretel Ilustración: Irene de Pablo
- Cuando los españoles les dábamos (hace no tanto) la espalda a los ucranianos Héctor García Barnés Gráficos: Darío Ojeda
- Rivales en el estadio, aliados contra Rusia: los ultras del Dinamo y el Shakhtar cogen el fusil Alejandro Requeijo