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Juan Soto Ivars

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Cuando el alivio es lo mejor a lo que puedes aspirar

Si el alivio es lo mejor a lo que puedes aspirar, es porque no tienes más futuro que la supervivencia. Si ganas, respiras; si pierdes, terror

Foto:  El presidente francés, Emmanuel Macron, y su mujer, Brigitte Macron. (EFE/Yoan Valat)
El presidente francés, Emmanuel Macron, y su mujer, Brigitte Macron. (EFE/Yoan Valat)

La victoria de Macron en las elecciones de Francia ha sido un alivio para quienes todavía creen que el Estado de derecho y la Unión Europea, con todos sus errores, son una opción preferible a la que proponen los populistas y los guardianes de las esencias. Sin embargo, la segunda vuelta estuvo lo bastante apretada como para que Le Pen haya salido a celebrar su derrota como una victoria, y lo bastante sometida a la abstención como para uno se pregunte cómo una ciudadanía culta como la francesa puede afrontar su destino con un grado de indiferencia tan elevado.

Ahora la alarma se desplaza a lo que Mélenchon y Le Pen llaman 'tercera vuelta', que son las legislativas, y los eurofílicos advierten de que, de cualquier forma, Macron tiene cinco años para preparar un sucesor a su altura que sea capaz de seguir salvando la situación. Entre ciudadanos seducidos por los bálsamos identitarios y la ruptura, o abanicados por la indiferencia, este parece ser el único deseo de quienes viven la actualidad política con preocupación y un espíritu reformista: salvar los muebles en el próximo desafío y volver a exclamar “¡qué alivio!”.

Foto: El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, saluda a Emmanuel Macron (EFE)

Bien. Si el alivio es lo mejor a lo que puedes aspirar, es porque no tienes más futuro que la supervivencia. Si ganas, respiras; si pierdes, terror. Esto implica que no tienes proyectos capaces de ilusionar, es decir, de provocar decepción en caso de que se frustren. Tu mayor triunfo es permanecer, hacer de valla contra lo otro. Eres gris, burocrático, normal. En este sentido, lo único que las opciones liberales y socialdemócratas están diciendo a los ciudadanos es que gracias a ellos las cosas seguirán como están, mejorando poco a poco en el mejor de los casos, en una u otra dirección.

Pero lo que millones de ciudadanos europeos no notan es esa mejoría, al contrario. Tienen miedo al futuro, miedo a los otros, una angustia política. Sienten y expresan en cada país que nadie se preocupa por ellos. Que la élite los ha abandonado. Y no les falta razón.

Foto: El presidente de Francia, Emmanuel Macron. (EFE/EPA/Guillaume Horcajuelo) Opinión
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¿Habéis comparado la extracción social de los votantes de Le Pen y Macron? La diferencia es categórica. Al nacionalpopulismo lo votan quienes viven una situación más insegura, sin ser inmigrantes: los obreros y los empleados, una clase media-baja que sufre cada vaivén de la economía como una prueba de fuego. A Macron, en cambio, le votan los que tienen título universitario, los funcionarios y los cuadros medios y altos de las empresas. La conclusión que hay que sacar de aquí es que no tiene ningún sentido demonizar a quienes votan a los populistas.

El voto extremo es una enmienda a la totalidad del sistema que nace del deseo de venganza, del miedo al apocalipsis y la nostalgia. Y mientras repaso los resultados electorales franceses, leo el libro del perspicaz Héctor G. Barnés, ' Futurofobia', que describe muy bien esa sensación. Entre el pavor por el fin inminente y la nostalgia por tiempos que se recuerdan como tranquilos y prósperos, aunque tal vez no lo fueran tanto, uno se pregunta si la esperanza de seguir funcionando, lo único que te ofrece el viejo sistema, tiene futuro.

Foto: Marine Le Pen admite la derrota en las elecciones francesas. (EFE/Ian Langsdon)

Hoy sabemos que la peor posibilidad no es una fantasía, pero también que los apocalipsis no representan la destrucción repentina y total, sino una erosión continuada. El ataque de Rusia contra Ucrania o el Brexit han sido pruebas de que lo peor puede ocurrir sin que el cielo se desplome sobre las cabezas, mientras que las victorias del liberalismo o la socialdemocracia en Francia y Alemania se perciben como simples prórrogas, como supervivencia. No es la burricie de los electores lo que amenaza el sistema, sino su incapacidad para ilusionar.

Continuar con la eterna reforma es una opción gris y poco carismática frente a la promesa luminosa de redención absoluta y la solución para la angustia que ofrecen los populistas. La propuesta de los defensores de la democracia occidental tras la gran crisis financiera de 2008 ha sido revender a la ciudadanía un producto deteriorado que ya teníamos, y que una parte de la gente desprecia.

Es paradójica esta incapacidad para provocar ilusión, si pensamos que el sistema de la democracia capitalista funciona sobre la base de crear necesidades a los consumidores para que se ilusionen con trozos de plástico y bolsas de grasa. Si un sistema que se alimenta de ilusión inducida no ilusiona, entonces tiene los días contados.

La victoria de Macron en las elecciones de Francia ha sido un alivio para quienes todavía creen que el Estado de derecho y la Unión Europea, con todos sus errores, son una opción preferible a la que proponen los populistas y los guardianes de las esencias. Sin embargo, la segunda vuelta estuvo lo bastante apretada como para que Le Pen haya salido a celebrar su derrota como una victoria, y lo bastante sometida a la abstención como para uno se pregunte cómo una ciudadanía culta como la francesa puede afrontar su destino con un grado de indiferencia tan elevado.

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