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Diferencias entre el monárquico y el cortesano
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Juan Soto Ivars

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Diferencias entre el monárquico y el cortesano

El monárquico está interesado por el bienestar de la institución. El cortesano, por el de la cabecita que hay debajo

Foto:  El rey Juan Carlos saluda a su llegada al Palacio de la Zarzuela. (EFE/Rodrigo Jiménez)
El rey Juan Carlos saluda a su llegada al Palacio de la Zarzuela. (EFE/Rodrigo Jiménez)
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Esto que vas a leer no lo escribe un republicano. Para España, yo prefiero la monarquía constitucional. Mis razones no son sentimentales, sino pragmáticas. Algunos de los países más desarrollados del mundo son monarquías como la nuestra, otros son repúblicas, así que la diferencia no parece demasiado trascendente. España, en concreto, ha recorrido los mejores años de su historia con rey.

Mi punto de vista es que, en un país tan polarizado como este, donde una parte vive de boicotear a la otra, es mejor que la jefatura del Estado la ostente alguien que no pertenece a ningún partido y que está obligado a la neutralidad y la representación de 'un gran país' gobierne quien gobierne. Imaginarme a Aznar como jefe de Estado con Pedro Sánchez de presidente, o viceversa, hace que me sangre la nariz.

¿Para qué dar otro ámbito de crispación a la partidocracia? El viaje de Pablo Casado por la Unión Europea para echar pestes de su propio país porque lo gobernaba otro o la parálisis de la renovación del CGPJ son razones de sobra para que yo desconfíe de un sistema que permitiría a los partidos absorber la promulgación y sanción de las leyes y la representación internacional, dos funciones típicas del rey.

Dicho esto, me hago una pregunta: ¿existe hoy en España un enemigo más peligroso para la monarquía constitucional que Juan Carlos I? ¿Es una pregunta ofensiva? Veamos, separemos de forma nítida tres elementos: por una parte, está el sistema de la monarquía; por otra parte, está la Casa Real, y, por otra, están dos individuos de importancia singular, Juan Carlos I y Felipe VI, el Rey emérito y el Rey.

Foto: El rey Juan Carlos, durante su último día en Sanxenxo. (EFE/Lavandeira Jr)

Cuando se publique esto, el emérito estará otra vez felizmente instalado entre jeques, lujo asiático y mujeres esclavas. No está claro de quién fue la decisión de abandonar España cuando se abrieron las diligencias para investigar sus cuentas en Suiza, como tampoco está claro quién ha pagado el avión con el que ha volado hasta aquí. Lo que sí está claro es que el destino, Abu Dabi, fue elección caprichosa de Juan Carlos, como este viaje a Sanjenjo para disfrutar de una regata.

Son estas unas decisiones personalísimas de Juan Carlos que preocupan, con razón, a la Casa Real, y en particular a Felipe VI, según hemos podido saber a través de los arúspices de la institución. Que el encuentro entre el padre y el hijo se haya saldado sin fotos es un mensaje de disgusto evidente de la Casa.

Así que tenemos las decisiones de un individuo, Juan Carlos I, que hacen daño a una institución, la Casa Real, y en consecuencia al prestigio del sistema de la monarquía constitucional, cuya credibilidad ya venía erosionada por las decisiones individuales y caprichosas de esa misma persona, y que sigue erosionada pese a los esfuerzos de otro individuo, Felipe VI, por restaurarla.

Ante este problema, ¿qué partido debería tomar un defensor de la monarquía constitucional? ¿Se puede estar a favor de Felipe VI y a favor de quien, con sus actos caprichosos, amenaza la institución de la corona? Para mí, jalear a Juan Carlos I con chillidos de “viva el Rey” es como gritar “abajo Felipe VI”. En España había un dicho, “no soy monárquico, soy juancarlista”, que ha tomado en los últimos tiempos un sentido muy elocuente debido a sus "amigos" (cortesanos) y los bobalicones emisores callejeros de salvas, y muy alejado de lo que quiso significar.

Foto: Llegada de Juan Carlos I a Zarzuela. (EFE/Rodrigo Jiménez)

A quien le quita hierro al capricho de Juan Carlos de irse a las regatas de Galicia se le habrá olvidado que fueron sus caprichos los que pusieron el sistema de la monarquía constitucional contra las cuerdas. Caprichos fueron Corinna y todas las demás, los elefantes de Botsuana, los viajes con jeques y el dinero en Suiza. Elecciones infantiles y egoístas, típicas de lo que un republicano esperaría de un rey: un tipo que dice “¡Hágase mi voluntad!” y se mosquea si le piden explicaciones. "¿Explicaciones, de qué?".

Para disculparlo de su nuevo capricho, los cortesanos pretenden hacernos creer que Juan Carlos I es un ciudadano normal desde el momento en que abdicó, lo cual es absolutamente ridículo. A un ciudadano normal, al saberse que ocultaba una fortuna en Suiza, no le hubieran dado el mismo tratamiento, ni hubiera sido lesiva su avaricia para la jefatura del Estado. Así que no: don Juan Carlos no es, ni será nunca, un ciudadano normal. Lo diga Peñafiel o Alberto Garzón.

Desde que Felipe VI empezó a reinar, ha tenido que hacer frente a una crisis constitucional en Cataluña, a la desafección alimentada por los partidos de izquierda y nacionalistas, y, sobre todo, por encima de todos los males, a los sucios pictogramas que su padre dejó en los 'toilettes' de la Zarzuela. Aquella viñeta censurada de 'El Jueves' donde se veía a Juan Carlos colocando una corona pestilente con pinzas en la cabeza de su hijo era mucho más acertada de lo que le hubiera gustado admitir a Zarzuela.

El trabajo de zapa que hizo Felipe VI desde el comienzo de su reinado es tanto más admirable cuanto que hablamos de un hijo y de un padre. A su padre le quitó la paga, los títulos y saneó la familia real. Fue ejemplar, y no tengo la más mínima duda de que todo aquello supuso un sacrificio. A su padre, le pidió otro: discreción. Y es justo lo que su padre le está negando, de nuevo, por sus caprichos.

Foto: La secretaria general del PP, Cuca Gamarra (EFE/Rodrigo Jiménez)

El legado de Juan Carlos I, más que una excusa, es un motivo más para la exigencia. Para una persona como él, entre cuyos logros están la restauración de la democracia, contra los deseos de Franco, y salvarla de los resabios totalitarios del Ejército en el 23-F, el sacrificio de ser discreto en la vejez hubiera debido parecer pequeño. Una vejez tranquila y marcada por el cuidado de la institución que restauró y que su hijo continúa: no parece un precio muy alto, dado que ni siquiera ha tenido que rendir cuentas de su corrupción.

Pero no. Es como si no le saliera de las regias narices. La preferencia de Juan Carlos I para su retiro por una monarquía absoluta, marcada por el salafismo medieval, el machismo y la homofobia, como la del emirato árabe de Abu Dabi, y ahora este viaje a Galicia para unas regatas, son dos decisiones de don Juan Carlos y dos problemas para Felipe VI y la institución.

Foto: El rey Felipe saluda a su padre en presencia de la Reina y sus hermanas. (EFE)

Hubo unos acuerdos el 5 de marzo y el emérito los ha roto en lo tocante a la discreción. ¿Por qué? Por el mismo motivo que hundió su propio reinado y su reputación: porque el hombre que restauró la monarquía y la democracia en España se convirtió, con el paso de los años, en un señor caprichoso. En un rey con lo peor de un rey.

Así las cosas, un monárquico (o el que no se considera así, pero votaría esa opción en un referéndum) defenderá la institución, de la misma forma que un demócrata defiende la validez del parlamento y exige por ello la expulsión y el castigo de los diputados corruptos. Porque está interesado en la continuidad de la institución: la corona. El cortesano, por el contrario, lo está por el bienestar de la cabecita que hay debajo. No es lo mismo. En lo que a Juan Carlos I se refiere, es hasta es lo contrario.

Esto que vas a leer no lo escribe un republicano. Para España, yo prefiero la monarquía constitucional. Mis razones no son sentimentales, sino pragmáticas. Algunos de los países más desarrollados del mundo son monarquías como la nuestra, otros son repúblicas, así que la diferencia no parece demasiado trascendente. España, en concreto, ha recorrido los mejores años de su historia con rey.

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