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Pinganillos en el Congreso: hacia la Turra de Babel
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Juan Soto Ivars

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Pinganillos en el Congreso: hacia la Turra de Babel

Si el Congreso era poco divertido, ahora lo será más. Seguimos en la senda iniciada por el juramento creativo, las impresoras en el estrado y las camisetas originales

Foto: Vista general del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE/Fernando Villar)
Vista general del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE/Fernando Villar)
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Se supone que Dios le pegó un cepazo a la Torre de Babel y condenó a los hombres a hablar en idiomas distintos para castigarlos por su soberbia. Aquel mismo día, por la tarde, todas las madres del planeta se pusieron a insistir a sus hijos con que estudiaran hebreo, que debía ser algo así como el inglés de la época.

Esas señoras sabias y pesadísimas sabían que un idioma te abre puertas si lo entiende mucha gente y si esa gente, además, tiene más dinero que tú. Por eso los españoles aprendemos inglés y los rumanos son buenísimos con todos los idiomas. Siguiendo esta lógica, lo mejor que podrían hacer en Murcia y Andalucía es aprender euskera y catalán, que es donde irá la pasta de la legislatura.

Foto: Jorge Pueyo, en Zaragoza en un acto de Sumar. (EFE/Javier Cebollada)

Desde que en el siglo XIX se inventó el nacionalismo, pasa lo contrario que en Babel: por soberbia, y no como castigo por ella, los idiomas tienden a multiplicarse. Algo así como si las torres las levantásemos con diccionarios de lenguas cooficiales. En el Congreso de los Diputados, la última prueba: aprobaron una norma para que los diputados puedan decir gilipolleces en idiomas que el resto no entienda.

Es un paso adelante, claro. Aportará mucho a la riqueza cultural española, no tanto por educarnos el oído a sonidos ajenos a la eñe, sino porque mientras habla un diputado en aragonés la ciudadanía podrá leer a Pere Calders en la traducción de Basilio Losada, o ponerse a practicar con el Duolingo en chino.

Foto: Imagen de archivo del Congreso de los Diputados. (EFE/Fernando Villar)

Si el Congreso era poco divertido, ahora lo será más. Seguimos en la senda iniciada por el juramento creativo, las impresoras en el estrado y las camisetas originales. Propongo que además se permita a sus señorías saludar con sus trabalenguas favoritos y concluir sus intervenciones con recetas de platos de su pueblo, porque no es representativo de un país con tanta gastronomía diversa que sigamos discutiendo por la cebolla o su ausencia en la tortilla de patatas.

Las posibilidades son infinitas. Fantaseo con Oskar Matute agradeciendo en euskera sus palabras a Gabriel Rufián justo cuando el traductor se ha ido a tomar el café, y con Rufián fingiendo con una cara así, como de complicidad, y asintiendo despacio sin saber si Matute le piropea o lo ha llamado “cabezón”.

Foto: La ministra de Asuntos de la UE de Suecia, Jessika Roswall. (EFE/Olivier Matthys)

También, gracias a esta normativa, constataremos que Feijóo puede hacerse entender en gallego sin que el resto de diputados se ponga pinganillo. Y si prepara el discurso de investidura en este idioma, también es posible que Yolanda Díaz termine votando a favor, a lo Casero, en un arrebato de ardor chicopatriótico.

La única pega que pongo es que el pinganillo será una fuente constante de sospecha: si de ordinario hablan como si les dictasen, ahora nunca sabremos si realmente está pasando. Espero al menos que compren pinganillos acolchados, no se vayan a irritar las cavidades auditivas de sus señorías, porque, si de ordinario son sordos a las reclamaciones de la ciudadanía, con otitis autonómica no te quiero ni contar.

Foto: Manifestación a favor del catalán en la escuela. (EFE/Fontcuberta)

En fin, eso: que me parece un dinero muy bien gastado y muy coherente con España y el signo de los tiempos. Al menos por tres razones.

La primera: hay comunidades autónomas que excluyen a los opositores del resto de España con el filtro de la lengua, así que lo lógico es exportar este filtro a todas las instituciones.

La segunda: vivimos un tiempo de ensimismamiento identitario en el que se premia o castiga mucho más tu categoría de grupo que tu personalidad, tus méritos o tus aptitudes. Esta medida nos permitirá ser más conscientes de ello.

Y tercera: cualquier dinero (de ese que ponemos para carreteras y centros de salud) que se dilapide en los caprichos de la clase política nos acercará un paso más al estado de felicidad plena en la que nuestros líderes, incapaces ya de ofrecerse ningún regalo, se verán obligados a hacer algo por los demás.

Se supone que Dios le pegó un cepazo a la Torre de Babel y condenó a los hombres a hablar en idiomas distintos para castigarlos por su soberbia. Aquel mismo día, por la tarde, todas las madres del planeta se pusieron a insistir a sus hijos con que estudiaran hebreo, que debía ser algo así como el inglés de la época.

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