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Macarras, cursis y una botella voladora
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Juan Soto Ivars

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Macarras, cursis y una botella voladora

Soy partidario de que los políticos tengan límites. Al fin y al cabo son los sacerdotes de la religión contemporánea y se benefician de la bolsa pública, producto de nuestro diezmo

Foto: Momento del enfrentamiento de Ortega Smith y Rubiño. (EFE/Ayto. de Madrid)
Momento del enfrentamiento de Ortega Smith y Rubiño. (EFE/Ayto. de Madrid)
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Anda que empieza buena la Navidad. En el pleno del Ayuntamiento de Madrid, ya lo sabréis a estas horas, se produjo ayer un episodio vergonzoso e impropio de gente a la que le pagamos el sueldo entre todos. Llevaban cinco horas de pleno sus señorías concejales y Ortega Smith (Vox), después de una intervención, pasó por el escaño de Eduardo Fernández Rubiño (Más Madrid), se encaró con él y de un carpetazo hizo volar una botella de agua vacía.

Para mí la cosa es muy simple: deberían cesarlo en su partido si no entrega el acta. Es una cuestión elemental de límites: no se puede ser tan macarra. No, al menos, ahí dentro. Viondi, del PSOE, tuvo que marcharse por tocarle la cara al alcalde Almeida con la chulería de un matón de bar. Ortega dice que el otro le había insultado: en tal caso debería haber protestado ante el presidente de la cámara. Punto.

Yo no soy partidario de llamar a todo "agresión", como se acostumbra a hacer, porque me parece que desvirtúa la realidad de las cosas y conduce al victimismo y la cursilería. Los de Más Madrid y la izquierda en general pueden llegar a exagerar mucho las reacciones, hasta perder el decoro, pero nada de eso quita para que sea perfectamente razonable exigir que una macarrada como la de Ortega Smith sea intolerada en una institución como el Ayuntamiento de la capital. Martínez Almeida fue claro después del pleno en este sentido. Le acusan los hiperventilados de blando. No es blando, al contrario: se ha mostrado tajante, como hay que hacerlo.

Soy partidario de que los políticos tengan límites. Al fin y al cabo son los sacerdotes de la religión contemporánea y se benefician de la bolsa pública, producto de nuestro diezmo, ¿verdad? Pues los sacerdotes siempre tienen límites algo más estrictos que el resto, les va en el contrato. No lo ven así quienes apoyan la ley de amnistía o los indultos, por ejemplo. O los que dicen que no pasa nada si algún etarrilla se cuela en las listas de Bildu o ven como pecata minuta que la portavoz de ese partido señalase a personas desde Egin y los colocara en la diana de ETA. Tampoco lo ven así quienes aplauden al macarra Ortega Smith porque los "zurdos de mierda" (Milei les inspira) no merecen nada.

Foto: ¿Quién es Eduardo Rubiño, el concejal de Más Madrid al que Ortega Smith ha tirado una botella? (Foto: Gustavo Valiente/Europa Press)

Bien: yo no lo veo así. Los políticos no pueden señalar a ciudadanos particulares, como se ha hecho tanto desde Podemos como desde Vox. Los políticos no pueden coger dinero público para hacer cosas ilegales. Y no creo que puedan ir dando carpetazos a botellas de agua, ni dar puñetazos en escaño ajeno (como hizo un representante del independentismo gallego delante de Feijóo).

Lo que vengo tiempo criticando de la izquierda española es precisamente esa patente de corso que se dan a sí mismos con su superioridad moral, y os diré que es una actitud muy parecida a la bravucona de Vox. Si Ortega Smith puede ir al escaño de Rubiño y pegarle un carpetazo a una botella vacía, la izquierda puede hacer también lo que le dé la gana. La polarización es una cosa abominable que sesga por completo la ética. Es fácil caer en la trampa y terminar juzgando el quién más que el qué.

Esto para mí no va de partidos. Vi con buenos ojos que Abascal no se disculpase por sus palabras en Argentina, aquello de que Sánchez podía acabar colgado por los pies, puesto que si uno escuchaba la entrevista completa se daba cuenta de que eso de ningún modo era una amenaza, ni una llamada al magnicidio, sino una forma de decir que no se puede malograr la confianza de tu votante con mentiras sin que haya consecuencias al final. Abascal lo explicó y con eso basta. La reacción fue desmesurada: una opereta con un clarísimo objetivo político. Pero lo de Ortega Smith es otra cosa. Que se tome una tila. Y me da igual que luego se pongan cursis y exageren desde la otra parte. La ridiculez de una reacción no da la razón a quien se puso macarra. Repito: es ética elemental.

Anda que empieza buena la Navidad. En el pleno del Ayuntamiento de Madrid, ya lo sabréis a estas horas, se produjo ayer un episodio vergonzoso e impropio de gente a la que le pagamos el sueldo entre todos. Llevaban cinco horas de pleno sus señorías concejales y Ortega Smith (Vox), después de una intervención, pasó por el escaño de Eduardo Fernández Rubiño (Más Madrid), se encaró con él y de un carpetazo hizo volar una botella de agua vacía.

Para mí la cosa es muy simple: deberían cesarlo en su partido si no entrega el acta. Es una cuestión elemental de límites: no se puede ser tan macarra. No, al menos, ahí dentro. Viondi, del PSOE, tuvo que marcharse por tocarle la cara al alcalde Almeida con la chulería de un matón de bar. Ortega dice que el otro le había insultado: en tal caso debería haber protestado ante el presidente de la cámara. Punto.

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