España is not Spain
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Cómo dejar de ser tan catalán y no morir en la Diada
¿Cómo es posible que en una sociedad en la que se lio semejante pifostio por la independencia que supuestamente ansiaba "el poble" solo haya hoy un 18% de catalanes que no se sienten nada pero nada españoles?
Hoy es la Diada en Cataluña y todo hace prever que será una Diada illesca, es decir: desinflada, descafeinada, ministerial. En realidad, es lo mismo de las últimas pero más bajonero, con cara de papo descolgado y acelgas flotando en la sopa. Pero la noticia no es que se acuda menos a esa terapia ocupacional, sino la explicación: según los sondeos, el “sentimiento de catalanidad” se desinfla.
¡Esta es buena! ¿Cómo puede desinflarse lo que según los nacionalistas es la identidad, la esencia, el mismísimo núcleo del pueblo? El dato del sentir identitario catalán se ofrece estos días como el de la intención de voto: como una tendencia. Pero según me habían dicho, sentirse catalán y no sentirse español, o viceversa, es algo tan inamovible como ser del Barça o el Madrid. ¿Es falso?
Leo en La Vanguardia que el “sentimiento de catalanidad” ha caído en la última década en todas las edades, entre catalanoparlantes e hispanoparlantes, y tanto en la población de municipios pequeños como grandes. “Según los diversos barómetros del Centro de Estudios de Opinión (CEO) entre 2014 y 2024, el porcentaje de personas que se sienten sólo catalanas ha caído del 29,1% al 18% en la última década”.
¡Coño! ¿Se han muerto tantos nacionalistas? ¿No han nacido suficientes? ¿O es que Franco sigue mandando trenes llenos de murcianos y extremeños? Aquí está pasando algo raro: tienen las escuelas, tienen la tele pública, tienen la matraca eterna y sobre todo son -aseguran- quienes dan portavocía al ruido del alma catalana. ¿Y ahora resulta que el alma catalana mengua con el paso del tiempo?
Yo me siento moderadamente español, pero no hago alharacas de ello. Desde que nací y me criaron, soy español como soy hombre: sin haber sentido nunca la necesidad de restregar nada a nadie por la cara. Sé que si hubiera nacido en Francia sería francés, y que si hubiera nacido en Marruecos sería marroquí, de modo que tomo mi identidad nacional como algo sencillo. Pero desde luego, no cambia con el tiempo.
¿Cómo es posible que el “sentimiento de catalanidad” se desplome diez puntos en diez años? ¿Qué significa eso? ¿Desafinas hoy más con Els Segadors? ¿Tienes algo más de ganas de conocer Granada? ¿O es que hemos estado viviendo, como dejó escrito Marchena en la famosa sentencia, una ensoñación?
Atribuir a las malas artes de los políticos independentistas o a sus falsas promesas de Arcadia este decrecimiento del sentir me parece absurdo. Un mal gobierno puede enfadar al oriundo, incluso expulsarlo, pero rara vez afecta al sentimiento de pertenencia o la identidad. Tenemos testimonios de sobra de la dictadura franquista, cuando los exiliados españoles escribían sobre su sentir, y resulta que en México o Francia eran tan españoles como cuando dejaron su tierra por más abominable que les pareciera el gobierno y la forma de entender España del dictador.
Repito: ¿qué está pasando aquí? ¿Cómo es posible que en una sociedad en la que se lio semejante pifostio por la independencia que supuestamente ansiaba “el poble” solo haya hoy un 18% de catalanes que no se sienten nada pero nada españoles? Si a las elecciones autonómicas de Cataluña le restamos la abstención, resulta que la cifra de nacionalistas obtenida coincide con la de la encuesta.
Los vaivenes en las cifras de lo que se vende como esencial demuestran que las esencias, en caso de existir, son móviles y mucho menos nucleares de lo que el nacionalismo considera. Además, el hecho de que ese sentimiento descienda en diez años de constante machaque e inquebrantable propaganda inmersiva, confirma mi teoría de que el adoctrinamiento siempre opera, a medio o largo plazo, en dirección contraria a la deseada.
Algún iluminado monclovita podría atribuir esta desafección nacionalista a los regalos suplicantes de Pedro Sánchez, pero los datos parecen decir exactamente lo contrario: que esos regalos -arrebatados al resto de ciudadanos del bolsillo- se han dado entre políticos por cuestiones de pacto y no responden al sentir cierto de ninguna sociedad.
Resulta que para "españolizar a los estudiantes catalanes" hacía falta lo contrario de lo que decía Wert: dejar a los nacionalistas hiperventilar. Un procés después, al sentimiento nacional catalán lo ha matado lo mismo que al consenso moderadamente feminista de los españoles: la turra, el exceso, el atracón. Es algo, por cierto, que nunca podremos agradecer suficiente a Carles Puigdemont.
Hoy es la Diada en Cataluña y todo hace prever que será una Diada illesca, es decir: desinflada, descafeinada, ministerial. En realidad, es lo mismo de las últimas pero más bajonero, con cara de papo descolgado y acelgas flotando en la sopa. Pero la noticia no es que se acuda menos a esa terapia ocupacional, sino la explicación: según los sondeos, el “sentimiento de catalanidad” se desinfla.