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Mi hijo tiene una solución para que Papá Noel pueda llegar a Paiporta
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Juan Soto Ivars

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Mi hijo tiene una solución para que Papá Noel pueda llegar a Paiporta

Ante Papá Noel se levanta el desafío de llegar donde las instituciones del Estado hicieron estos meses un trabajo tan precario, lento y mejorable

Foto: Un árbol de Navidad decora una planta baja repleta de escombro y lodo en una vivienda de Paiporta. (EFE/Miguel Ángel Polo)
Un árbol de Navidad decora una planta baja repleta de escombro y lodo en una vivienda de Paiporta. (EFE/Miguel Ángel Polo)
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Todas las normas contemplan excepciones, salvo las normas de los integristas. Mi norma de no escribir jamás sobre mis hijos se rompe hoy y se reactiva mañana. Resulta que Alejandro, el de cuatro recién cumplidos, me ha comunicado en el coche la solución a un problema de primer orden. Íbamos de camino al colegio y me ha dejado pensando que era un acto de tacañería no escribir esta columna hoy.

Dice Winnicott que los niños son carteristas. Se refiere a esa capacidad de observación y escucha que hace imposible ocultarles la verdad: sencillamente te la roban en cuanto te despistas. En este sentido, el 29 de octubre hicimos por evitarle las imágenes más fuertes de la catástrofe, pero él se las ingenió para quedar impresionado. Lo expresaba a su manera y añadía grandes borrones marrones en los castillos que dibujaba, diciendo que eran remolinos e inundaciones.

Hasta hoy, nada más. Pero esta mañana íbamos de camino al colegio en el coche con Alsina puesto en la radio y hablaban del funeral en la Catedral de Valencia, de la ausencia de Sánchez, de la presencia de los Reyes, y en algún momento se han referido a los niños que vuelven al colegio. Al saber Alejandro por la radio que hay críos que han tenido que cambiar de casa y colegio, en el asiento trasero del coche se ha originado uno de esos silencios matemáticamente puros que sólo el pensamiento concentrado del niño (o su malvada travesura) pueden convocar.

“Hay una manera”, me ha comunicado, y le he bajado a Alsina el volumen justo cuando alardeaba de los buenos resultados de Onda Cero en el EGM. “Para que Papá Noel sepa dónde están los niños”, ha seguido diciendo.

¿Cuántas murallas burocráticas se interponen entre su generosidad y el ansioso ciudadano infantil necesitado de regalos?

La catástrofe de Valencia es uno de esos iconos ante los que cada cual despliega sus ideas centrales. Hoy tenemos a los arribistas dedicados al cálculo de las oportunidades, a los honestos agotados por su colaboración desinteresada, a los vendehumos imaginando con intensidad los cuentos de mañana y a los políticos inoperantes en la pugna desesperada por salvar sus posiciones mediante el ataque contra sus adversarios. Normal que el niño, a 10 de diciembre, esté ya concentrado en la preocupación exclusiva por la eficacia de las redes de distribución de Papá Noel.

Papá Noel es un mago, pero todos tenemos nuestras limitaciones. Al pensar de Alejandro, si los niños de Valencia están fuera de sus casas, por ejemplo alojados con algunos parientes, el problema va a ser grande en Nochebuena cuando el lapón deje los regalos en el domicilio habitual, pese a estar destruido por el fango. Hay que comunicarle de forma eficaz dónde están los niños, así que ha dicho que va a dibujar papanoeles y estrellas, que los va a empaquetar bien con plástico para que no se mojen, y que va a mandarlos a Valencia en un avión.

“A cada niño le dan uno, y lo pone en la puerta para que Papá Noel sepa que está ahí”. El silencio que se ha producido en el coche tras las palabras del crío era mucho más patético que el que se construye cuando él piensa: era el silencio típico del padre conmovido por el mundo interior que se descubre en la cabeza cavilosa de su niño. Uno trata de colarles la bondad sobre la malicia y el sentido práctico sobre la desmesura de los problemas de la vida. De vez en cuando parpadean señales positivas. Alumbran como las luces de Navidad.

Foto: Así ha sido el emotivo encendido de las luces navideñas en Valencia con homenaje a las víctimas de la DANA (EFE/Manuel Bruque)

“Bueno, eso se puede hacer, es una buena idea”, le he contestado, y él me ha dicho que en su clase lo harán más niños: el tío estaba ya montando en su cabeza el milagro navideño y poniendo a los duendes a trabajar.

Sin embargo, tenemos que recordar que somos hormigas brujuleando en la puerta del gran hormiguero. Ante Papá Noel se levanta el desafío de llegar donde las instituciones del Estado hicieron estos meses un trabajo tan precario, lento y mejorable. ¿Será capaz, sin una generosa partida presupuestaria? ¿Cuántos altos cargos, cuántas murallas burocráticas se interponen entre su generosidad y el ansioso ciudadano infantil necesitado de regalos?

Todo queda en sus manos y espero que la ayuda de mi hijo sirva de algo, aunque sea como idea. Que su sentido de la orientación le permita encontrar a todos los remitentes de las zonas afectadas por la gota fría. En casa, por si las moscas, ya os digo yo que vamos a poner un calcetín fabuloso.

Todas las normas contemplan excepciones, salvo las normas de los integristas. Mi norma de no escribir jamás sobre mis hijos se rompe hoy y se reactiva mañana. Resulta que Alejandro, el de cuatro recién cumplidos, me ha comunicado en el coche la solución a un problema de primer orden. Íbamos de camino al colegio y me ha dejado pensando que era un acto de tacañería no escribir esta columna hoy.

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