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España is not Spain
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A Vox lo asesina lo que mató a Podemos
Lo que mejor combate y derrota a Vox no son los partisanos de Sumar en las tertulias de La Sexta o las parrafadas en Bluesky, sino lo mismo que mató a Podemos
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A la izquierda le gusta imaginarse antifascista, e imaginar fascista a Vox, como si el partido tuviera escuadrones de la muerte en la calle en vez de un lío de cojones en la cabeza. Viven así una épica y pueden decir “no pasarán” con satisfacción onanista. Pero lo que mejor combate y derrota a Vox no son los partisanos de Sumar en las tertulias de La Sexta o las parrafadas en Bluesky, sino lo mismo que mató a Podemos, y ya os digo yo que el asesino no es Ferreras.
No, Pablo. No son conspiraciones judeomasónicas, ni filtraciones de Villarejo, ni Jiménez Losantos poniendo motes graciosos en la radio, sino lo que el profesor Miguel Anxo Bastos le espetó a Juan Carlos Monedero en un programa de la televisión gallega cuando el podemita alardeaba de la democracia interna. ¡La ley de hierro de la oligarquía! Aunque me permito añadir al diagnóstico de Bastos, que se cumplió a rajatabla, que la idiotez del oligarca ayuda también.
A Vox lo va a matar su dirección nacional, que plantea el organigrama desde la obediencia y la sumisión de todos sus miembros, con lo que se quitó de encima primero a los mejores y después siguió con los peores. Alguien podría pensar que está todo perdido, pero no: a mayor arribismo y falta de talento de un purgado, mayor es el peligro de que te revienten por dentro con filtraciones. Las mejores cabezas siempre están atadas por un sentido del honor del que carecen los mediocres.
La salida de Juan García Gallardo esta semana ha proporcionado a la ciudadanía otra de las deliciosas bocanadas de putrefacción oligárquica que ya se respiraron con la decisión vertical de romper los gobiernos autonómicos cuando Feijóo aceptó repartir a los menas de Canarias. Cierto que perder a García Gallardo es menos dramático para un partido político que perder a Espinosa de los Monteros, pero aquí lo importante no es quién se ha muerto esta semana de peste, sino la peste en sí.
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Cuando García Gallardo recibió la orden de abandonar la vicepresidencia de Castilla y León y acató, muchos consejeros de Vox en distintas Comunidades Autónomas prefirieron dejar el partido y seguir en los gobiernos, porque un sillón y un sueldo son valiosas golosinas. García Gallardo siguió haciendo el ridículo cada vez que abría la boca, pero ahora sin causar problemas a Mañueco. ¡Para eso está! Pero cuando Vox le ordenó expulsar a dos diputados díscolos, García Gallardo dijo que eso no.
En la dirección nacional de Vox le prestaron a la queja de su líder regional más obediente tanta atención como merecía, y se pasaron su opinión por el forro. Pero cuando se cepillaron a esos dos diputados díscolos, como hasta las ranas tienen estómago, García Gallardo tomó la decisión más trascendente de toda su carrera política y abandonó el partido. Tal vez sea la primera vez que García Gallardo tiene poder, aunque tengo mis dudas de que se haya dado cuenta.
Vox pasó de ser una cosa marginal a un medio para conseguir dos fines: poder y dinero
Vox nació al mismo tiempo que Podemos y le está pasando lo mismo que le pasó a Podemos. Era el partido de Ortega Lara y Vidal Quadras, y allí fueron a parar muchos peperos desafectos con Mariano Rajoy, liberales en su mayor parte pero más politizados con el género, el aborto o la inmigración, para juntarse con unos tipos más oscuros y religiosos que estaban sentimentalmente más cerca de la Falange.
Esto no hay mucha gente que lo recuerde, porque el ascenso de Vox llegó más tarde, pero así empezó a germinar su autodestrucción.
Cuando llegaron las vacas gordas, a partir del arrebato independentista de Cataluña, Vox pasó de ser una cosa marginal a un medio para conseguir dos fines: poder y dinero. En este momento, como cuando Podemos sorprendió en las europeas, hizo falta mucho personal para llenar listas y todos los trepas del planeta corrieron a llamar a la puerta. Los desequilibrios que provocan las ambiciones de los mediopensionistas cerebrales se manifiestan siempre como una tensión en la cúpula, que ve crecer facciones según el interés y el instinto de cada trepa, y provocan desequilibrios. Así, las facciones internas se enfrentaron, hubo cisma y perdieron los liberales.
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Completada la primera purga, como pasa en todos los partidos que optan por esa vía, arrancó el reino de los mediocres y los obedientes. No todo el mundo es mediocre y obediente en Vox, pero el rodillo los irá aplanando ahora que el poder de la cúpula ha penetrado en la fase agresiva, estilo Cronos. Cuando Rivera se cargó Ciudadanos al PP sólo le quedó Vox, y Génova tendrá en la libreta estratégica la misma rima que Sánchez cuando Iglesias se cargó Podemos: convertir las fisuras en grietas y a los rebeldes en marionetas.
Que Feijóo tenga la malicia y el talento de Sánchez para lograrlo es más dudoso, pero las condiciones ya son óptimas. Vox hace ya todo lo posible por conquistar la irrelevancia furibunda, la guerra civil por matices que nadie entiende, y ni las olas propicias que vienen de Argentina o Estados Unidos pueden hacer descarrilar las pasiones de una oligarquía en fase paranoica.
A la izquierda le gusta imaginarse antifascista, e imaginar fascista a Vox, como si el partido tuviera escuadrones de la muerte en la calle en vez de un lío de cojones en la cabeza. Viven así una épica y pueden decir “no pasarán” con satisfacción onanista. Pero lo que mejor combate y derrota a Vox no son los partisanos de Sumar en las tertulias de La Sexta o las parrafadas en Bluesky, sino lo mismo que mató a Podemos, y ya os digo yo que el asesino no es Ferreras.