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España is not Spain
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Cómo parecer culpable siendo inocente. Aprende con el fiscal general
Lo que estamos viendo por el tamiz de los informes de la UCO es un espejismo. Una niebla malsana que se traga la capacidad de razonar de los españoles
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El fiscal general del Estado es inocente. Su cargo es químicamente incompatible con la culpa. ¿En qué país bananero cometen delitos los jefes jerárquicos de la institución que persigue el delito? Es del todo imposible. Aquí no hace falta ni mencionar la presunción de inocencia. Basta verle la cara. García Ortiz es púrpura como un obispo, tiene por encima de la cabeza una pelusa de rulos y calza gafas honestas y redondas. Quien lo haya visto sonreír, pomposo y cubierto de medallas, sabe que no miento.
Por su cargo, además, Álvaro García Ortiz es la persona que más sabe en España sobre el arte de perseguir delitos. Los fiscales burlan con lógica aplastante y habilidad judicial fuera de toda duda las innumerables trampas que los acusados, tocados con el derecho a mentir para defenderse, colocan en el proceso con ayuda de los pérfidos abogados. Es imposible que Álvaro García Ortiz delinca, pero en un mundo alternativo donde pudiera delinquir, sería imposible pillarlo. Se las sabe todas.
Lo que estamos viendo por el tamiz de los informes de la UCO es un espejismo. Una niebla malsana que se traga la capacidad de razonar de los españoles. De la misma forma que dos más dos es cuatro por mucho que una bruma envuelva la ecuación, el fiscal general del Estado es inocente por más indicios de culpabilidad que quieran ver sus adversarios. Existe una acusación incompatible con la democracia y una institución del Estado en jaque. Y García Ortiz, por su compromiso con el cargo, nos está poniendo a todos a prueba con una actitud valiente y democrática.
¿Cómo interpretar, si no, la actitud de un hombre honesto que se dedica de esta forma a envolverse de indicios y sospechas?
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De alguna forma imposible de entender, la comunicación privadísima entre un abogado y su cliente se filtró. Hubo cierto revuelo, porque el cliente era el novio de Ayuso. El jefe de los socialistas de Madrid, por ejemplo, recibió la información desde el partido para darle caña a la presidenta, pero más tarde, cuando se abrió la investigación y la cosa se puso chunga, se fue a una notaría para guardar los mensajes.
Eso es lo que haría un culpable: protegerse. ¿Qué temías, Lobato? En cambio, el fiscal general borró todo, los mensajes de WhatsApp y Telegram, el registro de llamadas, su cuenta de Gmail, que seguro que estaba llena de spam, y posiblemente hasta se le cayó tres veces el móvil al retrete, porque lo tuvo que cambiar. Eso es lo que haría alguien inocente: obrar de forma espontánea y descuidada. Sin embargo, ahí tenéis algo que los malpensados llaman “indicio”. ¡Indicio de inocencia!
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La mañana del 14 de marzo, la fiscal Almudena Lastra mantuvo una conversación telefónica con García Ortiz y le preguntó: “Álvaro, ¿lo has filtrado tú?” a lo que García Ortiz contestó: “Eso ahora no importa”. Esto es exactamente lo que diría alguien inocente. ¿Qué importancia tiene que una subordinada haga preguntas tontas? Limítate a hacer tu trabajo, quería decirle su jefe, no te pierdas en disquisiciones. Alguien culpable jamás reaccionaría con tanta naturalidad a una pregunta como esa, y sin embargo, ahí tenéis al Supremo viendo otra vez indicios, porque para el martillo todo son clavos.
Contó Lastra en sede judicial otra cosa que tampoco significa nada si uno mira con ojos limpios. Según ella, Pilar Rodríguez, fiscal jefe de Madrid e imputada, le exigió al fiscal de Delitos Económicos Julián Salto que le pasara los correos del novio de Ayuso para rebotarlos al fiscal general. “¡Los van a filtrar!”, pensó ella, demostrando una deslealtad institucional delirante, porque el fiscal general sólo quería cerciorarse de que Miguel Ángel Rodríguez había hecho correr un bulo. Si informarse es un pecado, aquí pongo yo mi nuca para que baje el hacha.
El día 16 de octubre, el día en que el Supremo empezó a investigarlo, se fue a la televisión pública, que es la más neutral, y dijo: “Los fiscales manejamos muchísima información. Le aseguro que si yo quisiera hacer daño a un determinado espectro político, tengo información de sobra, que por supuesto no voy a usar jamás”. Esto explica que borrase ese mismo día toda esa información y es la prueba de que García Ortiz no quería utilizar nada turbio, y de que tampoco quería que la utilizase nadie. Sus secretos están a salvo gracias a su celo profesional.
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Para terminar, la prueba más sólida de que es inocente. Cuando le preguntaron en sede judicial por el borrado, él dijo que lo hizo por rutina y protocolo. Se supo que no hay ningún protocolo en la Fiscalía que obligue a borrar móviles, lo que sólo demuestra que García Ortiz va un paso por delante en higiene. Afirmó el fiscal general que, si él hubiera querido entorpecer la acción de la Justicia, entonces hubiera borrado todo, por ejemplo, el día 16 de octubre, que es cuando lo borró.
Eso se llama mala suerte. Hay que quedarse con la explicación más sencilla. A ver si ahora vamos a condenar a un inocente porque no le salió en el rasca lo que él creía.
El fiscal general del Estado es inocente. Su cargo es químicamente incompatible con la culpa. ¿En qué país bananero cometen delitos los jefes jerárquicos de la institución que persigue el delito? Es del todo imposible. Aquí no hace falta ni mencionar la presunción de inocencia. Basta verle la cara. García Ortiz es púrpura como un obispo, tiene por encima de la cabeza una pelusa de rulos y calza gafas honestas y redondas. Quien lo haya visto sonreír, pomposo y cubierto de medallas, sabe que no miento.