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Odioso Juli
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Juan José Cercadillo

Feria de San Isidro

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Odioso Juli

Toros a contracorriente de una figura del toreo, público a la que salta y exigencia por las nubes no han conseguido tapar las cualidades de uno de los seres más dotados para el toreo

Foto: Julián López 'El Juli' en la decimoquinta corrida de la Feria de San Isidro. (EFE)
Julián López 'El Juli' en la decimoquinta corrida de la Feria de San Isidro. (EFE)

Plaza de toros de las Ventas

20 de mayo de 2016

15ª de Feria.

Lleno de no hay billetes con la presencia de El Juli y el triunfador de la feria del año pasado Castella. José Garrido, torero con ambiente, confirmaba alternativa. Uno de los carteles de la feria. Tarde casi calurosa con el pertinaz y molesto viento de las tardes cálidas de Las Ventas.

Seis toros de Alcurrucén, propiedad de los hermanos Lozano, de entre 541 y 607 kilos. Altos, con caja como es preceptivo de su encaste, con pitones y kilos. Serios pero con hechuras un poco bastas como para garantizar la embestida.

El Juli de verde aceituna y oro. Silencio tras aviso y silencio.

Sebastián Castella de gris plomo y oro. Palmas tras aviso y silencio.

José Garrido, que confirmaba alternativa, de blanco y oro. Ovación tras aviso y silencio.

O Dios o Juli… Odioso Juli. Quería decir. Debería odiar a Julián… me retiró del toreo con su desparpajo, su naturalidad, sus cualidades, su juventud incipiente, su afición y su destino.... Esas tardes de tentadero con don Pablo Mayoral dirigiendo la lidia en su casa de Chinillas con Gonzalito, histórico taurino por soleares, que compartimos podían ser de por sí motivo suficiente para despertar mi recelo. Pero salían las utreras y, por increíble que parezca, todo empeoraba: ese Julián de apenas 12 años cuajaba las vacas al antojo del ganadero, del público y del resto de los toreros: ¡Julián, torea esta como Ruiz Miguel! Decía casi babeando de afición don Pablo, apoderado del fenómeno por esos tiempos, y el chaval se calaba la gorra a lo San Fernando de Cádiz y daba zapatillazos, gestos y gemidos para que la vaca embistiera aunque fuera sin quererlo… ¡Julián, como el maestro Curro Vázquez! Y el cabrón del niño comenzaba sus faenas doblándose con las vacas, andándoles en torero, rematando con trincheras y toreando de frente y de verdad caiga quien caiga. Reconozco que era la versión que más rabia me daba dada mi admiración por el maestro. ¡Julián, como Domínguez! Y el insultante imberbe se cimbreaba poderoso como Roberto, se arrimaba consciente y podía con la peor vaca de todas dejando tan a la vista sus cualidades como mis deficiencias.

Tardes de triunfo campero, sobre todo comparados con los míos, que motivarían lo suficiente a cualquier Salesiano de buen corazón, que me creo, para tratar de perpetrar un perfecto asesinato. Te dejabas la piel entrenando, te entregabas en el campo como si fuera Madrid y salían todos hablando del chaval predestinado a superar a Belmonte, Manolete y Joselito juntos. Odioso resultaba el chaval en el campo, si, pero se le veía la gracia, eso hay que reconocerlo.

Pero no quedó ahí la cosa y se le pasó la gracia porque todo lo malo puede tender a empeorar,y Julián creció, estiró, desarrolló flequillo y testosterona y arrebató con su juventud, su maestría, su fama y su futuro, al amor platónico al que me aferraba por entonces y que, iluso de mí, le osé presentar. Me robó la ilusión de ser torero, me robó la ilusión de no ser soltero. Cierto que la dama valoraba la técnica, de torear me refiero, la capacidad de jugarse la vida supongo y la juventud virginal y mediática del futuro fenómeno por encima del torero hecho, rematado y sin sorpresas, quizá sin futuro, que yo representaba. Pero para tratar de sobrevivir al desaire concentré la culpa en el imberbe torero, disculpando romántico a la amada, y focalizando en el torero adolescente, sin culpa, sin maldad y sin necesidad de deseos, todos los males hasta convertirle en el demonio cautivador y mangante objeto de mis desquiciados juicios y reproches. Envidia, admiración, complejo, frustración, consciencia… pero sobre todo mucha insana envidia protagonizaban mis confusos sentimientos hacia el juvenil fenómeno.

Odioso Juli. O Dios o Juli quería ser yo por aquel entonces y después de verle este viernes, dos décadas y cientos de toros después. O Dios o Juli querría ser yo y confieso mi admiración y mi actual sanísima envidia, no tanto porque conquistara a mi amada, que prefiero no saberlo, como por el pedazo de torero en el que el tiempo y su dedicación le han convertido. Este viernes, toros a contracorriente de una figura del toreo, público a la que salta y exigencia por las nubes no han conseguido tapar, como en los viejos tiempos, las cualidades de uno de los seres más privilegiados y dotados, para el toreo me vuelvo a referir, que he tenido la oportunidad de conocer. Ni siquiera su odiosa e insanamente envidiable capacidad, que lo era, dejó en mí la necesidad de reprocharle ni uno solo de sus gestos, ni uno solo de sus muletazos, ni una sola de sus reacciones como torero. Y este viernes en las Ventas ha vuelto a hacer gala de ello. Tirando como un mago de su primero y aguantando los desaires del cuarto en torero, en figura, en odioso torero a juzgar por mi dudosa sana envidia, en Dios o en torero pasó la tarde que hubo momentos que fui incapaz de distinguirlo.

Confirmó alternativa Garrido, que brindó al público su primero, y comenzó su faena de rodillas en los medios. Se montó literalmente encima del sexto, que brindó al rey emérito de nuevo presente en la plaza, y que acabó pinchando reiteradamente lo que impidió mejor premio que un buen recuerdo de su primera actuación como matador en esta plaza.

Castella no me robó ningún amor platónico, pero estoy casi seguro que de conocerle de joven hubiera despertado en mí la misma e insana envidia. Cualidades, calidades y cantidades muy por encima de la media de los que lo intentamos alguna vez se pusieron este viernes a disposición de unos bóvidos insulsos, desagradecidos y estúpidos. No colaboraron los de Alcurrucén ni lo más mínimo. Habría que preguntar a sus dueños el porqué de tan poca colaboración y entrega.

Observé toda la tarde la torería, la disposición y la afición de Julián en su enésima tarde en Madrid, plaza que no le aprecia lo que merece. Disfruté de su ubicación en la plaza, de sus conversaciones de callejón, de sus ayudas a banderilleros y compañeros, de su torería, de su voluntad de agradar, de su sapiencia, su ciencia y su experiencia, que ya no es ningún niño.

Y pasé una gran tarde viéndole. Así que salí de la plaza pensando en qué decidiría en caso de que se me presentara el siempre deseado genio de la lámpara en trance de concederme un único deseo: O Dios o Juli. Odioso Juli que conquistó mi amor platónico y aunque supiera que no volvería a verla entre Dios o Juli, por supuesto, Siempre Juli, y lo siento por ella. Siempre torero.

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