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Toros de la Feria de San Isidro: la madre que parió a Gonzalo Caballero
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Juan José Cercadillo

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Toros de la Feria de San Isidro: la madre que parió a Gonzalo Caballero

El valor que demuestra en cada tarde no le viene solo de su padre, recientemente fallecido, sino también de una madre consciente, entregada y dominadora de sus miedos

Foto: El diestro Gonzalo Caballero, en la faena a su segundo toro. (EFE)
El diestro Gonzalo Caballero, en la faena a su segundo toro. (EFE)

Plaza de toros de Las Ventas, 29 de mayo de 2017.
19ª de Feria. Más de tres cuartos de entrada en tarde calurosa y con algo de viento molesto para los toreros.

Seis toros de José Luis Pereda de entre 506 y 610 kilos. Altos y serios, sobre todo por delante, algo menos cuajados el cuarto y quinto si los comparamos con el impresionante sexto. De juego desigual y poco continuo, justos de fuerza los más nobles.

Se guardó un minuto de silencio en memoria de Víctor Barrio, en el día en que el torero fallecido en la plaza de Teruel cumpliría 30 años.

Morenito de Aranda, de nazareno y oro. Silencio y silencio.

Iván Fandiño, de azul y oro. Ovación y silencio.

Gonzalo Caballero, de gris plomo y oro. Ovación y vuelta al ruedo.

La madre que parió a Gonzalo estaba en una barrera. Lo hizo en el año 91, hace 25 años, lo de parirle, no lo de estar en una barrera. Aunque vista su afición, tampoco me extrañaría. Y me ha impactado su presencia, la estética por joven y bien parecida y la física por imprevista y bien llevada. Todos hemos leído y oído de la 'señá' Gabriela, bailaora madre de Rafael y Joselito el Gallo, la 'señá' Angustias, abnegada y discreta madre de Manolete, o Gracia Lucas, gitana madre de hasta tres toreros de la saga Dominguín... Que se sepa, nunca hubo noticia de ellas por plaza alguna.

En las películas más clásicas de la tauromaquia y de las historias de superación del hambre y de la humildad de los cincuenta, no faltaba la escena de la madre y la novia, o aspirante a, en un cuarto recogido y plagado de velas y de estampitas, esperando en su doméstica capilla la llamada que se produciría muchas horas después de terminar la corrida desde el hotel de turno del rezado. Llamada que llegaba de parte del mozo de espadas o del torero dependiendo del grado de enamoramiento que el guionista quisiera reflejar en la pantalla, y que ponía fin a un día entero de rezos. Era ficción, pero así era. La ficción, la novela y la realidad protegida por las tradiciones del toreo hoy superada de las mujeres abnegadas y alejadas de la acción. La ficción de las mujeres débiles a las que debía protegerse de la realidad agresiva y contingente de la vida. Aún más adversa, dolorida y concentrada en los toros que casi en cualquier profesión de la vida, creánme.

La presencia de una madre en la barrera me hizo pensar en todo eso y en que el valor que demuestra Gonzalo en cada tarde no le viene solo de su padre, recientemente fallecido, sino también de una madre consciente, entregada y dominadora de sus miedos. Pero también me hizo pensar en el hijo. En el hijo que trasciende el menudo traje de luces que lucía este lunes el torero. Y en sus circunstancias personales de chaval de 25 años. El Gonzalo de dos corridas y dos cornadas al año que aunque también suene a ficción o novela no lo es en este caso. Cayó herido en Madrid el año pasado y herido de nuevo en su reaparición casi a final de temporada. Un chaval que perdiendo a su padre hace apenas unas semanas y con su madre en el tendido —supongo que honrando su memoria y representando también el papel de padre—, remonta el esfuerzo de jugarse el futuro de su vida, en sentido literal, a la carta de una corrida de Pereda.

Una corrida grande y descarada de pitones como la madre-vaca que la parió. Especialmente el último, que cuando salió de chiqueros pareció hijo, por parte de padre, de Manolo Prieto, el diseñador del toro de Osborne. Un toro que mintió en las primeras embestidas arrancándose pronto, yendo largo y repitiendo. Un toro que poco a poco fue dejando ver lo que de verdad era y acortando su embestida, derrotando en la muleta y buscando los tobillos, y que consiguió deslucir la faena que Gonzalo, su valor y su entrega decidieron plantearle. No sé si una mirada a su madre o el recuerdo de su padre o el torero que claramente lleva dentro le llevaron al arrebato final de unas manoletinas imposibles y una estocada de suicidarse que, a pesar de la tardanza del toro en doblar, consiguieron arrancar el siempre difícil premio en Madrid de una aplaudida vuelta al ruedo. Me alegro por Gonzalo y por su madre.

Viva la madre que te parió es una expresión que ya he utilizado sin querer en directo para alabar a Morenito de Aranda. Me gusta todo de este torero. Su planta, su gusto, su empaque, su temple y sus ganas. Este lunes ha estado torero con su lote. Debería bastar con decir esto. Pero además dispuesto y estético, firme con los pies y ligero con la espada. No me atrevo a pedirle nada más a un torero de su corte, de los que aplauden cuando acortan las faenas con los toros malos los buenos aficionados conscientes de que hay que cuidarlos para cuando salgo el toro bueno. Me quedo con ganas de mucho más Morenito de Aranda.

Iván Fandiño sigue sin suerte en Madrid y eso obliga a que su premio se quede en la intimidad. En la intimidad de su propia satisfacción y la de los que valoramos al torero en función de cada toro. Un aplauso cada vez más sordo en Madrid el de reconocer a los toreros con oficio, buenas formas, temple, valor y respeto por la tauromaquia. Con el enorme mérito poco reconocido de anunciarse siempre que puede en esta difícil plaza. De irse a porta gayola y volcarse en la estocada. Ojalá cambie su suerte Iván el resto de temporada, la recuperación del sonido de las palmas empieza a hacerse necesaria para que no perdamos su casta.

Corrida compleja por los toros, entretenida por los toreros y reflexiva por la presencia de una madre. "No quisiera yo serlo. No tendría valor para tanto", pensaba yo en el minuto de silencio dedicado a Víctor Barrio.

Plaza de toros de Las Ventas, 29 de mayo de 2017.
19ª de Feria. Más de tres cuartos de entrada en tarde calurosa y con algo de viento molesto para los toreros.