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Juan José Cercadillo

Feria de San Isidro

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El bombo de San Isidro

Empiezo a celebrar con regocijo cada tarde anunciada de tauromaquia, cada resquicio de libertad y respeto que detecto en estos tiempos que diré confusos en lugar de convulsos para no dramatizar

Foto: Andrés Roca Rey, uno de los diestros que más expectación levantó en la feria de San Isidro de 2018. (EFE)
Andrés Roca Rey, uno de los diestros que más expectación levantó en la feria de San Isidro de 2018. (EFE)

Hay que anunciarlo a bombo y platillo: tenemos feria de San Isidro en 2019. Miedo me da que me salga la obviedad tan en la primera frase, pero empiezo a celebrar con regocijo cada tarde anunciada de tauromaquia, cada resquicio de libertad y respeto que detecto en estos tiempos que diré confusos en lugar de convulsos para no dramatizar. Tiempos por otra parte en los que la tradición, la historia y la realidad de la vida se ven obligados a competir con la, diré, fantasía por falsedad para no dramatizar, que nos impone la competencia de destacar en la virtualidad del mundo digital y socializado que nos han impuesto un par de grandes corporaciones para hacer rentables el almacenamiento de datos y fotos o la búsqueda de vídeos y noticias. Un mundo que convierte personas en animales y animales en otras cosas. Un mundo que parece soportar con normalidad la contemplación de la muerte y degradación moral de seres humanos mientras exhibe su escándalo si considera vejada el alma del resto de seres de la creación.

Aun entendiendo la trágica tendencia del balance en el número de unos y otros, no hay día que pase en internet o hablando con gente mucho más joven que yo que no me deje perplejo el desparpajo con el que demuestran la deshumanización galopante a la que nos enfrentamos. Hace un par de semanas, sin ir más lejos, decidí disimular con tanta buena educación como fui capaz mi precipitada marcha de una sobremesa compartida con hijos de algunos amigos. No estoy seguro de si les importó menos mi marcha que mi intento de buena educación o viceversa... O ambas exactamente lo mismo, o sea, nada. Pero mi apego a una realidad humanista no soportó los términos de la respuesta cuando intentando llevarles a terrenos de razonamiento incontestable llegamos a la pregunta de qué salvarían antes en un accidente o incendio, si una persona o un perro. La respuesta me puso los pelos de punta: “El perro, sin duda”, me dijo una joven que me temo representa más la generalidad que la excepción.

Foto: Manifestación en Valladolid a favor de la tauromaquia. (EFE)

No me extiendo en los detalles intermedios, pero el encogimiento de alma que dos semanas después aún me dura me vino cuando encontrando la pregunta vencedora de cualquier debate sobre el trato animal me topé con la crueldad en estado puro dentro de la dulce carcasa de una más que bella adolescente. “Y... ¿entre un niño y un perro?”, pregunté henchido de demagogia... “Depende”, me dijo. Y me mató. “Seguramente el perro”, y me morí. Busqué amparo espiritual en la mirada de la madre, a la que acababa de conocer, y encontré una sonrisa cómplice y complaciente con el fruto de sus entrañas que no se me olvidará mientras viva. Fingí mirar el reloj, sorprenderme de la hora, despreciar por primera vez en mi vida un último trago de ron y me alejé de su indiferencia total por mi respuesta a vivir en soledad el doloroso encontronazo con la realidad del final de siglos de esfuerzos por generar civilizaciones que ensalcen y protejan la espiritualidad del ser humano y el respeto mutuo como esencia de la convivencia.

Y dos semanas después, aquí me veo celebrando más que nunca que empieza San Isidro. A bombo y platillo. A 'grito pelao', aun a riesgo de desgañitarme en el desierto de quien parece no sentir nada por el prójimo. Expuesto a ser calificado de cualquier forma por ingratos y desinformados individuos carentes de cualquier empatía. Expulsada definitivamente de mí la demagogia y el disimulo gracias al tremendo orgullo de pertenecer a los cada vez más escasos seres que aún entendemos mejor la realidad que las redes sociales, celebro tan públicamente como pueda que empiece San Isidro.

Lo que quiero es animarles a ir a los toros. Tienen 34 tardes seguidas para elegir entre 27 corridas de toros, tres novilladas y cuatro corridas de rejones

Pero no quiero ponerle a nadie la cabeza como un bombo, lo que quiero es animarles a ir a los toros. Tienen 34 tardes seguidas para elegir entre 27 corridas de toros, tres novilladas y cuatro corridas de rejones. Tienen 48 matadores y 39 ganaderías que contemplar en combinaciones variadas y novedosas, marcadas desde el principio por la novedosa decisión de la empresa de imponer un sorteo que emparejara toreros relevantes y ganaderías de dificultad, el bombo, lo llamaron.

El bombo de la lotería que ha hecho posible que podamos ver a Roca Rey con toros de Parladé y sobre todo de Adolfo Martín. Que, y aunque en principio no quiso participar en el parto que también les pareció a otras figuras el modo de gestación de esta feria, veamos a El Juli sustituyendo a Enrique Ponce, gravemente lesionado, después de visto el resultado del bombo y de cifras millonarias acordadas el mismo día de la presentación de los carteles.

Parece que el público ha respondido al modelo con el aumento de entradas vendidas en esta edición y que pese a mi pesimismo congénito puede que no todo esté perdido y que seamos más de los que parece los que respetamos la vida desde el conocimiento de su efímera realidad y el peso del inevitable sufrimiento que la acompaña, que nos acompaña y que siempre nos acompañará.

Una buena tarde de toros no necesita retoques ni efectos, y un toro y un torero son los héroes más puros a los que acudir

Vayan a los toros, lleven a gente nueva, lleven a sus hijos, aprovechen la grandeza del espectáculo para explicarles a los que interpretan la vida a través de vídeos editados, de fotos con filtro, de héroes patrocinados que una buena faena se hace seguida, una buena tarde de toros no necesita retoques ni efectos y un toro y un torero son los héroes más puros a los que acudir, y a los que más deberán parecerse cuando las dificultades de la vida no les lleguen ni por Instagram ni por mensaje.

Saquen bombos, saquen platillos, que este martes empieza la feria de San Isidro.

Hay que anunciarlo a bombo y platillo: tenemos feria de San Isidro en 2019. Miedo me da que me salga la obviedad tan en la primera frase, pero empiezo a celebrar con regocijo cada tarde anunciada de tauromaquia, cada resquicio de libertad y respeto que detecto en estos tiempos que diré confusos en lugar de convulsos para no dramatizar. Tiempos por otra parte en los que la tradición, la historia y la realidad de la vida se ven obligados a competir con la, diré, fantasía por falsedad para no dramatizar, que nos impone la competencia de destacar en la virtualidad del mundo digital y socializado que nos han impuesto un par de grandes corporaciones para hacer rentables el almacenamiento de datos y fotos o la búsqueda de vídeos y noticias. Un mundo que convierte personas en animales y animales en otras cosas. Un mundo que parece soportar con normalidad la contemplación de la muerte y degradación moral de seres humanos mientras exhibe su escándalo si considera vejada el alma del resto de seres de la creación.