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Juan José Cercadillo

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Asientos verdes o hamacas

Incluso en una tarde de asientos verdes vacíos, de toros que no rematan, de eco por los tendidos no cambio por playa ni hamaca la maravilla de un simplón asiento verde que hace sentir que vivo

Foto: El diestro Pablo Aguado da un pase con la muleta al segundo de su lote, durante la corrida de toros de la Feria de San Isidro. (EFE)
El diestro Pablo Aguado da un pase con la muleta al segundo de su lote, durante la corrida de toros de la Feria de San Isidro. (EFE)

Palacio de Vistalegre, 14 de mayo de 2021 2ª de la Feria de San Isidro.

Unos 3.000 espectadores (no llegó a tres cuartos teniendo en cuenta el aforo máximo permitido) Seis toros de Juan Pedro Domecq de entre 522 y 585 kilos, menos voluminosa que la de ayer pero preciosa de hechuras, bajita, bien hecha, seria para los toreros pero sin estridencias para la grada. Más estrechito el cuarto y más cuajado el quinto, devuelto y sustituido por otro de Daniel Ruiz más grande y feo, malísimo. Sexto imposible. Aplaudidos en el arrastre segundo y cuarto.

Buen puyazo de Manuel quinta en el cuarto y gran tarde de El Algabeño que saluda en banderillas. Espectacular Ivan García en su lidia y sublime con los palos, se llevó la ovación de la tarde.

Enrique Ponce de cereza y oro, silencio y palmas

Morante de la Puebla, de miel y oro con cabos negros, oreja y pitos

Pablo Aguado de burdeos y oro, ovación y silencio

Llena de carteles blancos están las gradas de la plaza. Son la gente que el bichito consiguió dejar en casa. Por decreto, por prudencia, por demagogia o por riesgo. Carteles de prohibido usarse, uno cada tres asientos, que hacen vacío, hacen hueco, hacen eco y mala caja. Cinco mil del triple posible es el aforo autorizado. Se suponía que el resto, verde plástico horroroso, no mostrarían su hueco con Ponce, Morante y Pablo anunciándose en San Isidro. Pero sobraron entradas y es signo muy peligroso. Puede ser por lo escondido de un palacio a las afueras, puede ser porque era viernes cuando acaba la pandemia. Puede ser que los madriles tras varios meses de encierro prefieran ver el albero al borde del Mediterráneo. Que toda arena que anhelen a estas alturas de ERTE sea la de una playa. Que encerrarse para ver toros, salvo lluvia, no apetece. Que mayo explotando en el campo, bendiciendo las terrazas, llamándote desde los montes, publicitando comarcas, venza a la afición y al arte, dé ventaja a la pereza de diez paradas de metro y también, por qué no decirlo, equilibre algunas cuentas que no soportan aunque quieran casi cien euros por tarde.

Me dio pena ver la plaza con aspecto de vacía por doble y variada causa. La oficial y sanitaria de creerse que este virus cuando sale de una boca vuela más de metro y medio con objetivo preciso de encontrar casa y comida en localidad ocupada con vecino recipiente y si es posible distraído. No siendo negacionista parece mucho otorgarle a tan simple y primigenia forma animal de vida. Y hay otra causa que estudio, con el planito del metro, los precios de las entradas, las reservas en Levante, el aforo de terrazas, el poco eco en los medios que se ha dado a Vistalegre, los abonos de la tele para verlo desde casa y la liga en un pañuelo acechando el fin de semana. Esa causa que sorprende de no ver la plaza llena, la gente cantando a Morante, rogando a Aguado su temple y a Ponce sus novedades.

Foto: El diestro Ginés Marín, en su faena con capote al segundo de su lote. (EFE) Opinión
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Solo faltó un poco eso, una plaza reventona, una afición con ganas de otro día más de gloria. Porque a pesar del poco ambiente, del eco de los oles sueltos, a pesar de no sentir la emoción de tu vecino vimos hoy cosas bonitas, vimos pases con sentido, vimos técnica y vimos toros. Disfrutamos el milagro que supone un toro bravo con seis preciosos de Juan Pedro dibujados uno a uno para mostrar el modelo de ese origen de Veragua que hoy es una de las causas por las que persiste el toreo. Toros bonitos y serios que embistieron al principio con más ganas y más tino que al final de las faenas. En manos de tres maestros dieron el juego preciso para degustar por momentos lo bello y lo meritorio que tiene el arte del toreo. Especialmente artístico, sentido y aclamado fueron los naturales de Morante y sus remates de faena. Esos tan peculiares del torero de la Puebla que disfrazan de desdén una soberana técnica.

Enamorante se dice de aquel que nos enamora. No me importa ser confeso y predicar que su arte enamorado me tiene desde que cumplió trece años. Cuando le vi en Salamanca haciendo embestir a una vaca al son de su infantil alma cuya pureza perdura. No me importa que en el quinto las condiciones del toro y su típico a priori no provocaran en él esfuerzo ni intento mínimo. Es Morante y, o te enamoras, o no entiendes este rito.

Aguado me vuelve loco. Por la tranquilidad de su planta. Por su temple delicado. Por ver pasar a sus toros como quien en realidad esculpiera un hito o momento histórico. Con calma, alma y cadencia, con son y con piedra labrada cada pase que regala, cada cite, cada lance, son esencia del toreo. Son todo aquello que consigue que cada vez menos gente reneguemos de lo obvio, renunciemos a lo simple, confrontemos eso impuesto que anuncian en el telediario, en Twitter, en los medios. Eso que nos hacen perseguir los que en realidad persiguen que reneguemos de lo auténtico. Esos que ganan venciéndonos y haciendo que nos abandonemos al ocio cutre y organizado que publicitan las series, las páginas rosas compradas, la publicidad que nos compra la que solo nos avoca al placer de lo evidente´.

Porque incluso en una tarde de asientos verdes vacíos, de toros que no rematan, de eco por los tendidos no cambio por playa ni hamaca la maravilla de un simplón asiento verde que hace sentir que vivo. Que vivo viendo los toros, viendo trastear a Morante, viendo aplomarse a Aguado, viendo a Ponce disfrutarse.

Palacio de Vistalegre, 14 de mayo de 2021 2ª de la Feria de San Isidro.

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