Cartas al Profesor Farnsworth
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Bienvenidos al planeta de los simios tecnológicos
No existe otro animal que dependa tanto de su tecnología para sobrevivir como el ser humano. Esto no es algo negativo, puesto que ha marcado el desarrollo de nuestra sociedad
Decía Desmond Morris en su clásico libro El mono desnudo que los seres humanos tan sólo son primates sin pelo. Una defensa de la animalidad humana en la que el zoólogo británico bajaba de su pedestal para analizar nuestra especie como si fuera un animal más, describiendo y analizando sus comportamientos sexuales, sociales y de alimentación de forma científica.
Somos monos desnudos pero también tecnológicos. La inteligencia es un vago atributo que no sabemos medir ni definir (por mucho que cada dos por tres se oiga decir que alguien tiene el coeficiente intelectual que Einstein). La tecnología, sin embargo, es algo tangible y medible. Y no existe otro animal que haya alcanzado un grado de desarrollo semejante en este sentido.
Desde las primeras lanzas, nuestras herramientas se convirtieron en una parte fundamental para la supervivencia humana. Sí, chimpancés y cuervos fabrican utensilios para atrapar alimento, pero no dependen de ellas como nosotros de los medicamentos, ordenadores, trasplantes y vehículos.
Según la disgenesia, si las mutaciones negativas ya no impiden la reproducción, se extenderán hasta que nos extingamos convertidos en idiotas estériles y cegatos
La simbiosis entre biología y tecnología es tan grande en nuestra especie que hemos logrado engañar a la selección natural, permitiendo que atributos claramente negativos en el entorno natural de hace miles de años ya no sean una desventaja. O que incluso se conviertan en una ventaja. Si para los primeros monos desnudos lo importante estaba lejos (enemigos, amigos, alimentos...), para los monos tecnológicos su mundo (amigos, trabajo, ocio) se encuentra cerca, concretamente en una pantalla. Así es como la miopía puede pasar de la tara a la normalidad.
De acuerdo, he mentido: no se puede engañar a la selección natural, ese mecanismo que provoca que algunos dejemos más descendencia en este planeta que otros. Todas las especies se adaptan a su ambiente (y evolucionan o se extinguen) y nosotros no somos una excepción. Pero sólo el Homo sapiens miente a la naturaleza de una forma tan sublime. ¿Diabético? Tecnología. ¿Caries? Tecnología. ¿Un riñón pocho? Tecnología.
Esta dependencia tecnológica no debe entenderse como negativa, y por ello quizá sea mejor cambiar este término peyorativo por simbiosis. Porque sólo significa que las reglas del juego han cambiado: de la misma forma que no es malo ser un mono desnudo que necesita pieles para protegerse del frío, ya no hay ningún problema en ser celíaco. Por suerte.
No todo el mundo piensa igual. No hablo sólo de la tecnofobia que resume a la perfección la frase “los móviles nos atontan”, sino de la disgenesia. La teoría tras este término asegura que, si las mutaciones negativas ya no impiden la reproducción, se extenderán por la población disminuyendo la calidad genética hasta que nos extingamos convertidos en una especie de idiotas estériles y cegatos. Si quieren saber más sobre este concepto no se pierdan la infravaloradísima película Idiocracia:
Los defensores de la disgenesia, de alguna forma, están preocupados porque las personas con diabetes ya no son descartadas por la naturaleza. El problema de esta postura es que no existen genes buenos ni malos, pues quien manda es el ambiente en el que se encuentran. ¿Es malo que un animal tenga una gruesa capa de pelo? Depende de si vive en Siberia o en el Sahara. ¿Es malo secretar poca insulina? Depende de si podemos sintetizarla de forma artificial o no.
Las reglas del juego han cambiado: de la misma forma que no es malo ser un mono desnudo que necesita pieles, ya no hay ningún problema en ser celíaco
He dicho antes que toda especie se adapta a su ambiente cambiante o desaparece. Si mañana hubiera un apocalipsis a lo Mad Max, la sociedad se colapsara y la tecnología retrocediera mil años, las reglas del juego volverían a cambiar y sólo los más aptos sobrevivirían. Curiosamente, los mejor preparados serían aquellos que pudieran vivir sin internet ni thermomix. Calculo que en este hipotético escenario mi supervivencia sería de un par de minutos.
Hay un punto en el que tal vez la disgenesia tenga razón, porque los estudios parecen indicar que cada vez somos menos fértiles. Tranquilos, esto no debería ser problema para los monos tecnológicos y sus técnicas de reproducción asistida. Quizá la última barrera que nos quede por cruzar sea hacer que nuestra reproducción también dependa por completo de la ciencia, como en Un mundo feliz. La simbiosis definitiva entre biología y tecnología.
Decía Desmond Morris en su clásico libro El mono desnudo que los seres humanos tan sólo son primates sin pelo. Una defensa de la animalidad humana en la que el zoólogo británico bajaba de su pedestal para analizar nuestra especie como si fuera un animal más, describiendo y analizando sus comportamientos sexuales, sociales y de alimentación de forma científica.