Es noticia
Charmander y el capitalismo salvaje de Pokémon Go
  1. Tecnología
  2. Cartas al Profesor Farnsworth
Sergio Ferrer

Cartas al Profesor Farnsworth

Por

Charmander y el capitalismo salvaje de Pokémon Go

Puerta del Sol, Madrid. Siete de la tarde. Cientos de personas comienzan a arremolinarse por la plaza mientras pasean absortos en sus 'smartphones'. Jugar a Pokémon

Foto: Quedada de Pokémon Go en Madrid. (EFE)
Quedada de Pokémon Go en Madrid. (EFE)

Puerta del Sol, Madrid. Siete de la tarde. Cientos de personas comienzan a arremolinarse por la plaza mientras pasean absortos en sus 'smartphones'. Jugar a Pokémon Go y conseguir una cifra récord de asistentes son los objetivos de esta quedada, en la que los aficionados se han enfrentado a temperaturas de 38ºC. El tema de conversación es, al margen de algún turista despistado y los Pocoyós habituales, monotemático: las ya veinteañeras criaturas que han vuelto a ponerse de moda.

"Mira, he cazado una hormiga de estas", comenta con alegría una chica a su acompañante. "Para protestar por vuestros derechos no, pero para Pokémon...", lamenta un aspirante a cuñado. A pesar del calor se respira emoción en el ambiente —también un poco de sudor, pero sobre todo emoción—. El número de asistentes es alto, de unas 3.000 personas según las cifras más optimistas, pero queda lejos de los 5.000 aspirados.

Resulta difícil escribir algo nuevo sobre un fenómeno que, aunque al final quedará en moda veraniega, ya ha pasado a la historia por números e impacto. Por poner un ejemplo, algunas cifras hablan de que el 63% de jugadores son mujeres, una cifra muy alta si hablamos de videojuegos. Una de las muchas virtudes de Pokémon Go, por lo tanto, podría ser el de acercar los videojuegos al más reticente público femenino. También el fenómeno social desatado por la 'app' es maravilloso. En internet, 'social' suele implicar su antónimo, pero por una vez es cierto. La gente está saliendo a calle en grupo y haciendo amigos gracias a esto.

Pokémon Go se limita a capturar con desmesura todos los bichos que se crucen en nuestro camino. Cientos, miles. No se crea ese vínculo propio de la saga

Algunos críticos de barra de Twitter lamentan que los jugadores prefieran cazar criaturas imaginarias a leer un libro o luchar por sus derechos, como si fuera incompatible hacerlo todo. Otros entregan carnets de fans con elitismo, quizá preocupados porque su afición se haya vuelto tan generalista y la calle se haya llenado de gente que busca "perros de fuego de esos". Unos cuantos miramos hacia atrás y sentimos una agradable nostalgia y un curioso interés.

A mí Pokémon Go me ha hecho sentir muy viejo, no porque hayan pasado más de quince años desde su lanzamiento en España, sino porque el espíritu de la saga se ha perdido en el camino. El resultado es que no logra enamorarme aquello que ha encandilado a millones.

Dejemos claro desde el principio que el universo Pokémon no es el más justo y hermoso de los mundos imaginarios. Aquí los niños, en lugar de ir al colegio, se dedican a capturar animales salvajes que, en su sociedad, se esclavizan para llevar a cabo todo tipo de tareas. Sobre todo para participar en combates legales por pura diversión mientras su dueño, que las colecciona con afán compulsivo, mira. Sí, es horrible según se mire.

Pero también se puede analizar desde otro punto de vista. Cualquiera que haya jugado a Pokémon de niño recordará con cariño su primera criatura —Charmander, espero—. Ese bicho feo que te daban nada más comenzar la partida en una seria ceremonia se convertía en algo especial. Con el paso de las horas se transformaba en un compañero y se establecía un vínculo que duraba toda la partida.

Imaginen mi cara cuando, a los dos minutos de empezar con Pokémon Go y recibir otro Charmander tres lustros después del primero, un amigo me dice: "Ese bórralo, con tan poco nivel no sirven de nada". Pokémon Go se limita a capturar con desmesura todos los bichos que se crucen en nuestro camino. Todos. Cientos, miles. Los más débiles se trituran —entiendo que son sacrificados al llegar al rancho del profesor, no creo que quepan doce millones de Rattatas allí—. No hay vínculo, no hay compañerismo, no se recorre ningún camino ni se crea un grupo especial. Sólo se cazan con avaricia más y más seres. Nunca es suficiente.

Cualquier pokémon capturado es temporal: en dos días será demasiado viejo y capturaremos nuevos ejemplares más poderosos. Si en la saga original lo interesante era conseguir un único Zubat y potenciarlo hasta su máximo nivel, en Pokémon Go capturaremos quinientos millones de estos murciélagos que tiraremos a la basura conforme encontremos otros más poderosos que evolucionar. Es posible que el jugador medio de Pokémon Go ya haya capturado más pokémons que yo en toda mi vida.

Las mayores críticas del juego vienen de su falta de profundidad —a mí me gusta compararlo con una especie de Swarm donde en vez de hacer 'check in' en el bar se captura un Pidgey— o de la simpleza de los combates. A mí eso no me importa, pues entiendo que es una aplicación para móviles destinada para el público generalista. Pero echo en falta el espíritu de Pokémon: yo quiero hacer un largo viaje no con cualquier Charmander sino con el mío. Limitarse a capturar perros de fuego no es tan divertido.

Puerta del Sol, Madrid. Siete de la tarde. Cientos de personas comienzan a arremolinarse por la plaza mientras pasean absortos en sus 'smartphones'. Jugar a Pokémon Go y conseguir una cifra récord de asistentes son los objetivos de esta quedada, en la que los aficionados se han enfrentado a temperaturas de 38ºC. El tema de conversación es, al margen de algún turista despistado y los Pocoyós habituales, monotemático: las ya veinteañeras criaturas que han vuelto a ponerse de moda.

El redactor recomienda