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Jesús Díaz

Hasta los diodos

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Cómo Apple se ha convertido en una dictadura implacable

Fui a devolver un Watch Series 6 a El Corte Inglés y terminé descubriendo otra muestra más del abuso de poder de Apple

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Hoy debo confesarme antes de volver a sacar el lanzallamas.

Reconozco que soy fan de Apple desde que programaba dibujitos en 'basic' en un clon del Apple II, con mi padre y mis hermanos. En esa época, Jordi Hurtado presentaba el 'Si lo sé no vengo', yo estaba en octavo de EGB y todo el mundo tenía un ZX Spectrum o un Commodore 64. Me daba envidia no poder jugar al 'Abu Simbel Profanation', pero lo que yo quería era un Apple IIe de verdad, con su manzanita multicolor, su disquetera doble y su canesú.

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Muchos años más tarde, toqué el muslamen de mi primer Macintosh 'traineando' en una agencia de publicidad con un tipo llamado Eduardo Lozano. El tío era un Maverick del teclado y el ratón, un 'copy' con un talento creativo solo comparable a su habilidad con el Crystal Quest, la Gameboy y las imitaciones de Torrebruno. Yo acababa de terminar el COU y era casi igual de gilipollas que ahora, pero a los dos nos unió nuestra pasión por los monos de tres cabezas y esas máquinas con diseño digno del MoMA. Y ahí seguimos, compartiendo tontunas desde entonces. Hay cosas que unen para siempre. Guybrush Threepwood y el Mac son dos de ellas.

Durante todo ese tiempo, Apple era más o menos una fuerza del bien. Al principio, Steve Jobs era un soberbio narcisista, pero también un idealista que creía que Apple iba a cambiar el mundo, “one desktop at a time”. El estandarte de los hippies que hicieron el Macintosh era una bandera pirata y todos compartían una pasión genuina que contrastaba con la caspa de IBM y sus PC. A Jobs le echaron de Apple porque ya no le aguantaba ni la madre que lo adoptó. Cuando regresó después de algo más de una década, parecía que había cambiado. Humilde y comedido, transformó una compañía a punto de morir a Apple en un gigante de la electrónica de consumo.

placeholder Foto: EFE.
Foto: EFE.

Antes de ese Retorno del Jedi, en España a Apple la conocían cuatro gatos. Unos años más tarde, solo la conocían seis y dos de ellos eran mi director y subdirector en PC Actual: Fernando Claver y Javier Pérez Cortijo. Incomprensiblemente, aquellos cráneos privilegiados me dieron cancha para escribir una sección mensual sobre el Mac, un predicador en tierra de infieles. Ahí fue cuando probé mi primer iPod chispas y me tomé un café y un cruasán con el mismísimo Steve Jobs en la habitación del piano de Infinity Loop (gracias al gran Paco Lara, un guerrillero de las relaciones públicas y uno de los primeros empleados de Apple). En persona era bastante majete.

Después, ya como editor de 'Gizmodo' en Nueva York, pasé por todos los iPhones y terminé haciéndome colega del gran Steve Wozniak, el tipo que cofundó Apple y diseñó aquel Apple II, uno de mis objetos de deseo de pubertad (el otro era una pelirroja que se llamaba Alicia). Prueba conseguida, Jordi.

Abuso de poder

Por aquel entonces, Jobs también me quiso meter en la cárcel. Ya no era tan majete. De Jedi había pasado a Emperador. Como dijo Jon Stewart, se suponía que Apple eran los buenos, pero se habían convertido en una corporación maligna.

Hoy, lo son aún más. Detrás de esa imagen pública perfectamente cuidada, que presume de respetar el medioambiente (no es cierto), la privacidad (tampoco es verdad) y los derechos humanos (ahí tenéis la columna de la semana pasada), se oculta una corporación implacable que abusa de su poder.

Y lo hace con todos, empezando con sus aliados más inmediatos, sus propios desarrolladores. No es solo Spotify o Epic Games, sino también pequeñas compañías independientes, incluyendo muchas que les apoyaron incondicionalmente durante su travesía en el desierto en los años 90. Todos ellos ven cómo Apple les clava injustamente un impuesto revolucionario por el 30% de su facturación (desde el pasado noviembre un 15% si la empresa factura menos de 1 millón de dólares al año) solo para que los usuarios de iPhone o iPad puedan comprar sus apps o disfrutar de los servicios que ofrecen. Apps y servicios en los que Apple no tiene nada que ver ni pone absolutamente nada.

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El usuario sale perjudicado por unos precios más altos pero también con la negación de servicios. Por ejemplo: ni Microsoft ni Google pueden publicar sus apps de streaming de juegos Xbox Game Pass y Stadia. Argumenta Apple que no lo permiten porque no puede controlar el contenido de los juegos, pero es otra de sus milongas hipócritas. Los usuarios pueden usar el navegador para acceder a esos contenidos (o porno duro, ya que estamos) pero Apple no prohíbe su navegador Safari. Obviamente, a Apple no le da la gana que Xbox y Stadia les roben usuarios de su lamentable y patético servicio de juegos 'online'. Comparar Apple Arcade con Xbox Game Pass es como enfrentar 'El Cid' con 'Juego de tronos'.

Posible competencia desleal

Apple no solo pone a sus desarrolladores y usuarios en posición supina. También lo hace con sus propios distribuidores, como descubrí hace un par de semanas, cuando a mi mujer se le ocurrió regalarme un Apple Watch comprado en El Corte Inglés.

Yo, que voy peor de salud que la momia de Elvis, me dije guay, ahora podré obsesionarme con mi desnivel de oxígeno en sangre, mi pulso alquitranado y un electrocardiograma que debe parecer un sismógrafo californiano. Lo abrí y me dispuse a usarlo solo para descubrir que todavía no podía funcionar independientemente del iPhone.

En la caja no lleva ningún logo de 'requiere iPhone', solo una pequeña frase en tipografía de cinco puntos perdida en medio de un párrafo. Mi mujer no tenía ni idea y nadie la avisó al comprarlo. Y yo, que llevo sin seguir el Watch desde el Series 4, tampoco tenía ni puñetera. Como yo ahora uso Android, no pude ni activarlo. Para mí, aquel Apple Watch Series 6 era un ladrillo con correa. Da igual, anuncié. Lo devolvemos y ya. Al fin y al cabo es El Corte Inglés y aceptan que devuelvas todo menos las bragas.

Pero no. El Corte Inglés no te deja devolver productos de Apple si están desprecintados. Aunque no se hayan tocado ni usado. Si no tienen el plástico exterior, te lo comes. No importa que la caja no esté abierta. Yo me quedé picueto, pero al parecer hasta lo pone en el tique.

¿Cómo es posible que, en una Apple Store física te dejen devolver productos desprecintados, pero en El Corte Inglés nanai? Yo mismo lo he hecho en la tienda de Sol en otras ocasiones. Pero en El Corte Inglés no hay tu tía. De hecho, devolver un producto de Apple desprecintado en cualquier tienda que no sea de Apple es como intentar devolver a Paquito una ración de callos después de haber mojado media barra de pan en la salsa. Llamé a varios proveedores y todos me dijeron lo mismo: si está desprecintado, no se puede devolver. Pero en la Apple Store, sin problema.

placeholder Interior de la Apple Store en Sol, Madrid. (Reuters)
Interior de la Apple Store en Sol, Madrid. (Reuters)

Le pregunté a Apple España y me dieron una respuesta robótica sin contenido alguno. Consulta la página web y tal, me dijeron. Así que me puse a investigar por ahí y descubrí que, según parece, ese es el aro por el que tienen que pasar todos los distribuidores: si quieres vender productos de Apple, chavalote, esto es lo que hay.

Pregunté también a Rubén Sánchez, de Facua, si esto era legal o no. Me contó que, de confirmarse, Apple podría estar incurriendo en competencia desleal al crear una clara ventaja competitiva a su favor. La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, dice él, debería por lo menos investigar si Apple está vulnerando la ley. Pero si esto es así aquí, imagino que será exactamente igual en el resto de la Unión Europea. Al fin y al cabo, las diversas compañías Apple en cada país ni pinchan ni cortan. El bacalao viene todo de Cupertino, así que quizás quien tiene que investigarlo es la UE. Ya tienen a Apple en el punto de mira con un par de comisiones sobre los abusos de poder de Tim Cook y sus mafiosetes. Y ya sabéis, donde comen dos, comen tres. Sobre todo si se trata de una ración de callos de Paco.

Hoy debo confesarme antes de volver a sacar el lanzallamas.

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