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El 'Silicon Papuchi' español: el nido de ineptitud y plagios de Silicon Valley
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Jesús Díaz

Hasta los diodos

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El 'Silicon Papuchi' español: el nido de ineptitud y plagios de Silicon Valley

La innovación en España es una batalla perdida desde el siglo XVIII: el estado no invierte una rupia y la mayoría de la inversión privada se la llevan los 'hijosde' sin ideas, sin oficio y sin beneficio

Foto: Reunión en un encuentro para emprendedores en Barcelona. (EFE)
Reunión en un encuentro para emprendedores en Barcelona. (EFE)

El otro día le pregunté a Paquito por qué no vendía sus famosas gambas al ajillo, patas de cordero estofadas y el resto de maravillas que cocina en su bar usando un servicio de pedidos 'online'. Ya sabéis, una de esas copias baratas de las 'apps' de comida a domicilio americanas que, como esas corporaciones, también explotan a los restaurantes con comisiones abusivas, esclavizan a los repartidores, escurren el bulto con la seguridad social, y encima cobran extra al consumidor por cada reparto.

Paco me tiró una jarra Duralex a la cabeza. Lo siguiente que recuerdo es estar tirado en el sofá de un gran salón abierto a un jardín manicurado. Un 'jardinazo' de categoría. De los que cuestan casi 20.000 pavos mantener al mes, como el de la casa de Pedro Sánchez, no como la cutrez burguesa del Marquesito de la Navata. "¿Qué coño hago yo en la Moncloa?", me pregunté. Pero no, no estaba en la Moncloa. Después de incorporarme y darme una vuelta, deduje que debía estar en un chalé de El Viso. O Aravaca, vaya usted a saber. Lo único que sabía es que Dorothy ya no estaba en Kansas y yo ya no estaba en el bar de Paco.

Foto: Foto: EFE Opinión

Aquel salón era una huerta de fotos enmarcadas en plata de Pedro Durán. Gente de sonrisa Profident por todas partes. Había primos. Primos de primos. Primos de primos de primos. Hasta un Primo de Rivera. Todos iguales. Aquello era una invasión de primos que ni la de Polonia en el 39. Como hilo común había un tipo de unos sesenta tacos que reconocí de algún periódico salmón. El hijo del hijo del hijo del hijo de un banquero famoso, ahora padre de familia numerosa. Una chavalada más mona que los infantes de Goebbels.

El 'hijodehijodehijode' estaba en muchas fotos con otra gente. Alierta. Botín. La Botín Jr. Las Koplowitz. Los Albertos. Florentino. Los de la Mahou. El tipejo que dejó a El Corte Inglés en bragas. Vamos, se notaba que el tipo era de los que cortan el bacalao, pero bacalaos pequeños. Bacaladitos. Paco los borda fritos.

placeholder Foto: Unsplash.
Foto: Unsplash.

Estaba absorto en examinar este quién es quién del 'establishment' que lleva en el poder desde los tiempos de Felipe II, cuando de repente apareció un chaval de veintitantos. Iba enfundado en camisa de El Ganso, pantalones de pinzas, chaleco acolchado azul marino y náuticos. El uniforme completo Comansi. Por la foto supe que era el primogénito del hijo del hijo del hijo del banquero. Lo primero que pensé es que iba a llamar a la policía. En vez de eso, me dio dos besos, así, de repente, sin precalentar ni echarme un piropo. Yo estuve a punto de darle dos hostias justo antes de que dijera "¿qué tal en la ofi, papi?". Me quedé con el esfínter al bies. Resulta que yo no era yo. Yo era el de los bacaladitos.

"Bien", le respondí. El pollo me empezó a contar que él y sus "bros" habían tenido la idea de hacer una "app superguay". Una idea fantástica, decía orgulloso. "Papá, esta vez va a ser un exitazo, ya verás, es superinnovadora", afirmaba ilusionado mientras se sentaba en un sillón. Pensé que, obviamente, el chico no había tenido muchos éxitos con sus otras 'apps' y que su papá debía de estar de él hasta los diodos. Siguió explicando que Borja había hablado con su padre y con su tío, y que iban a poner 100.000 euros de 'seed money'. No estaba mal. "Beltrán ha conseguido que su padre ponga 80.000". Vamos bien. "Y a Bosco su abuelo le ha prometido otros 100.000", continuó.

Ahí me empezó a picar la curiosidad. Primero, porque me estaba mosqueando que los nombres de todos los amigos de este chaval empezaran por B. Y luego porque llevaban ya 280.000 doblones de inversión. La idea de esta 'app' tenía que ser la leche, me dije.

No tuve que imaginar mucho porque a continuación me hizo el 'pitch del elevator': "papá, queremos hacer una 'app' de citas donde subes tu perfil y, si a alguien le gustas, deslizan tu perfil a la derecha y, si no le gustas, deslizan tu perfil a la izquierda. Y si coincidís, os pone en contacto". Coño, pero si eso es el Tinder, le respondí sin pensar. Él me dijo que no, que no tenía nada que ver porque, y aquí viene el 'twist', en vez de poner fotos en el perfil, la gente tenía que subir una canción de Raphael cantada en karaoke. Un Tinder-Karaoke. De Raphael.

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Foto: Unsplash.

En ese momento, agarré una estatua de Lladró que estaba encima de un piano y se la tiré a la cabeza. Justo en ese momento apareció Paco en el salón y gritando "¡despierta imbécil, despierta!", y me desperté en el suelo del bar, con la cara empapada de cerveza y Paco sosteniendo una caña vacía: "La próxima vez que me digas otra idiotez así, te vas a tener que ir a tomar los callos al Burger King".

Y entonces recordé por qué Paco se había puesto de tan mala leche: se lo llevan los demonios cada vez que ve un 'rider' de Glovo o a un grupo de "bros" uniformados con fachaleco y sudadera de Polo Ralph Lauren, posando para la foto después de una ronda de inversión para su 'app' y negociete digital fusilado de otra 'app' 'Made in the U.S. of A'. Según Paco, en este país —y a excepción de cuatro gatetes y monicos— llevamos sin innovar desde Juan de la Cierva y Chiquito de la Calzada.

Tiene razón Paquito. Allí tienen Silicon Valley, un lugar plagado de narcisistas y 'copypasters', pero con los suficientes 'nerds' para inventar algo de vez en cuando. Aunque sean chorradas. Aquí nos hemos quedado en Silicon Papuchi, una nueva versión del valle endogámico donde los de siempre no apuestan por nada realmente innovador, sino por copias de lo que ya han inventado otros. Aquí, la inversión de riesgo tiene que ser sobre una idea ya probada. La antítesis de la innovación.

El otro día le pregunté a Paquito por qué no vendía sus famosas gambas al ajillo, patas de cordero estofadas y el resto de maravillas que cocina en su bar usando un servicio de pedidos 'online'. Ya sabéis, una de esas copias baratas de las 'apps' de comida a domicilio americanas que, como esas corporaciones, también explotan a los restaurantes con comisiones abusivas, esclavizan a los repartidores, escurren el bulto con la seguridad social, y encima cobran extra al consumidor por cada reparto.

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