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Cómo no acabar con la piratería
España es un país pirata. Lo ha sido y seguramente lo será. Sin embargo, en los últimos años se percibe un avance en este sentido del que no tienen mérito alguno los autodenominados "creadores"
Con la piratería sucede como con el Toro de la Vega: una vez al año tenemos cita para rasgarnos las vestiduras y echarnos en cara comportamientos que hemos interiorizado como sociedad. Pese a que son discusiones eminentemente cainitas, entiendo que ponerlas sobre la mesa es saludable, en tanto que implica revisar nuestros códigos éticos.
Esta es la época de la piratería, que coincide -siempre- con la publicación del Observatorio de la piratería y hábitos de consumo digitales. Que "piratería" vaya antes que "hábitos de consumo" dice mucho del objetivo del informe, que no es otro que presionar al legislador para endurecer las leyes de propiedad intelectual. Esto no lo digo yo, sino que lo reconocen los propios lobistas. Y este es precisamente el problema: el debate no puede centrarse en un estudio encargado ad hoc para defender una idea concreta. Ya saben ustedes que, en esto de los informes y auditorías, el que paga decide el resultado. Hasta el gobierno de Estados Unidos ha reconocido en más de una ocasión que las estimaciones sobre piratería son pura fantasía. "Es difícil, si no imposible, cuantificar su impacto económico", explican.
De modo que voy a evitar ahondar en conceptos resbaladizos como el lucro cesante y las pérdidas derivadas. No obstante, que los datos de la Coalición de Creadores sean papel mojado no significa que no se piratee en España. Se ha pirateado, se piratea y se seguirá haciendo. El objetivo debe ser minimizar los daños, que al pirata no le merezca la pena, ya que la persecución legal nunca, repito, nunca, ha funcionado para luchar contra la piratería. Es simplemente el camino que requiere menos esfuerzo.
La senda fructífera
La buena noticia es que se está avanzando en este campo, aunque la Coalición de Creadores no tiene un ápice de mérito. Ellos son los que implantaron un canon arbitrario sobre los soportes de grabación (CD, DVD, reproductores de MP3...) que convertía al ciudadano en un criminal por defecto razonando que, como con un CD se podía piratear, todos estaban pirateando. Se recaudó entre 2007 y 2011 hasta que lo tumbó la Audiencia Nacional.
Es la misma Coalición que ahora reclama cortes de internet para los usuarios y el bloqueo de webs para todo aquel que consideren pirata. También son los que han aplaudido esa aberración sin recorrido que es la ley Sinde. Los creadores tienen derecho a proteger su trabajo por estas vías, por supuesto, pese a que se hayan demostrado injustas y poco o nada útiles.
Los creadores siguen instalados en el inmovilismo, esperando que el Gobierno les salve la papeleta
Afortunadamente hay actores más inteligentes. Les hablo de Steam, de Spotify y de Netflix. Cada uno en su sector (videojuegos, música y cine) están convirtiendo a los piratas en orgullosos compradores. ¿Cuántos? No lo sé, porque las empresas siempre son reticentes a ofrecer sus cifras de negocio. Lo que sí es notorio, y seguro que ustedes también lo han percibido en su entorno, es que ya prácticamente nadie descarga música y cada vez menos videojuegos. Bien, pues según el informe del lobby de creadores, la piratería de música está en un 21% y la de los videojuegos en un 10%. ¿Uno de cada cinco españoles descargó ilegalmente MP3 en 2014? Allá cada uno; yo no me lo creo.
Lo que sí creo es que las series y, en menor medida las películas, son un producto al que se accede por vías alegales. El motivo es sencillo: la oferta es endeble. Al contrario que en Spotify, es probable que si busca una película concreta no la encuentre en las plataformas disponibles, o que tenga que adaptarse a los tempos de traducción de las distribuidoras para ver el último capítulo de una serie. ¿Justifica la ausencia de contenidos que estos se pirateen? Díganmelo ustedes. Yo lo único que tengo claro es que culpando a todos a través de informes torticeros no vamos a acabar con la piratería.
Con la piratería sucede como con el Toro de la Vega: una vez al año tenemos cita para rasgarnos las vestiduras y echarnos en cara comportamientos que hemos interiorizado como sociedad. Pese a que son discusiones eminentemente cainitas, entiendo que ponerlas sobre la mesa es saludable, en tanto que implica revisar nuestros códigos éticos.