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Cuidad de nuestros datos (o encontraremos quien lo haga)
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Alfredo Pascual

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Cuidad de nuestros datos (o encontraremos quien lo haga)

La labor de las desarrolladoras consiste en proteger nuestra información a costa de todo

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Cuando usted descarga e instala un programa -dejemos de llamarlos apps como si fueran algo novedoso- implícitamente asume que una empresa ajena va a gestionar su información. Tendrá sus fotos, sus mensajes y sabrá a quién llama. No pasa nada, sobre todo si a cambio le ofrecen el software gratis. Aunque no lo crea, a Facebook, Apple y Google les da absolutamente igual que le mande fotos desnudo a su pareja. Son tipos serios que solo quieren saber qué le gusta, a qué hora y con cuántas personas lo disfruta, para ver si por ese lado pueden monetizarle.

Que aceptemos el trato no significa, ni mucho menos, que un proveedor de servicios venda nuestra información a terceros, un negocio que mueve 100.000 millones de dólares al año y que es legal en muchos países. En España no lo es, pero misteriosamente todos recibimos llamadas y correos de empresas con las que no hemos tenido -ni tendremos- trato de ningún tipo. Pese a todo, la Agencia Española de Protección de Datos se ha puesto las pilas en los últimos tres años y es justo reconocer que es un fenómeno en retirada.

Pero, a medida que la voracidad comercial de las empresas es limitada por los agentes reguladores, crece el interés de los gobiernos por obtener los datos de su población. Y tienen un serio problema: van por detrás en la carrera de la seguridad informática y se han quedado sin recursos para obtener información como antaño, valiéndose de sistemas de espionaje de dudosa legalidad. Es por eso que agencias como el FBI se ven obligadas a negociar con luz y taquígrafos con las desarrolladores, en este caso Apple, para exigirle que implante una puerta trasera en los iPhones. No duden que antes han resistido a presiones privadas con suculentas contrapartidas.

En realidad, Apple no tenía otra opción que negarse a implantar una puerta trasera en su sistema operativo

En seguridad informática una puerta trasera significa lo mismo que en seguridad doméstica: se trata de un lugar por el que puede entrar quien tenga la llave, que en este caso no es el propietario, sino Apple y el gobierno norteamericano. Un agujero de seguridad inaceptable. Amparado en el terrorismo -en este caso es el tiroteo en San Bernardino- el FBI quiere tener acceso ilimitado a todos los smartphones de Apple. "Específicamente, el FBI quiere que hagamos una nueva versión de nuestro sistema operativo que circunvale algunas de nuestras más importantes medidas de seguridad, y que la instalemos en un iPhone recuperado durante la investigación. En las manos erróneas, este software -que a día de hoy no existe- tiene el potencial de desbloquear cualquier iPhone si se tiene físicamente", explica Apple en un comunicado que, por otro lado, es sublime en cuanto a argumentación.

Apple se ha negado a hacerlo por dos razones. La primera, que nadie le puede garantizar, ni el FBI ni la NSA ni el Papa de Roma, que la llave de la puerta trasera no acabe en manos de terceros, algo que no solo implicaría un menoscabo a la imagen de la marca, sino que abriría las puertas a indemnizaciones millonarias a los usuarios. Y la segunda, que Apple es una empresa con presencia en prácticamente todos los países del mundo: ¿cómo negarle a China o Rusia una llave que le ha proporcinado a Estados Unidos? Simplemente, más allá del desafío al Gobierno que se ha vendido en algunos medios de comunicación, Apple no podía hacer otra cosa más que negarse.

Ojalá sirva de precedente. Ojalá las compañías comiencen a negarse sistemáticamente al espionaje masivo y que sea una orden judicial la única capaz de sacar una información privada a la luz. Basta de intrusiones, de filtraciones de datos y de puertas traseras. Al final, lo único que le pedimos a las desarrolladoras es que habiliten todos los mecanismos para que nuestra información esté a salvo. Y si no, encontraremos a otros que lo hagan por ellos.

Cuando usted descarga e instala un programa -dejemos de llamarlos apps como si fueran algo novedoso- implícitamente asume que una empresa ajena va a gestionar su información. Tendrá sus fotos, sus mensajes y sabrá a quién llama. No pasa nada, sobre todo si a cambio le ofrecen el software gratis. Aunque no lo crea, a Facebook, Apple y Google les da absolutamente igual que le mande fotos desnudo a su pareja. Son tipos serios que solo quieren saber qué le gusta, a qué hora y con cuántas personas lo disfruta, para ver si por ese lado pueden monetizarle.