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¿Debe cambiarse el sistema de publicaciones científicas?
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José A. Pérez

No me creas

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¿Debe cambiarse el sistema de publicaciones científicas?

La polémica está servida: por un lado, los que dicen que se investiga para publicar. Por el otro, los que creen que las 'open-access' no generan confianza

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En 2007, las revistas Science y Nature eran galardonadas con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. El jurado escribió que “ambos semanarios constituyen el canal de comunicación más solvente que tiene hoy la comunidad científica internacional para dar a conocer, tras el filtro de una irreprochable y minuciosa selección, los más importantes descubrimientos e investigaciones de muy diversas ciencias y difundir al mismo tiempo, conjugando rigor y claridad expositiva, las teorías y conocimientos más elevados”.

Hace unos días, el Premio Nobel de Medicina Randy Schekman firmaba un airado artículo en The Guardian anunciando que no volvería a publicar en Science ni en Nature. En sus palabras, “esas revistas protegen sus marcas hostilmente, con estrategias más enfocadas a aumentar las suscripciones que a estimular la investigación que de verdad importa. Saben, como los diseñadores de moda, que crean bolsos o trajes de edición limitada, que la escasez alimenta la demanda, de modo que reducen de manera artificial el número de papers (artículos científicos) que aceptan”.

Los críticos con el sistema 'open-access', por su parte, sostienen que la calidad de sus publicaciones es menor. Como ejemplo de ello citan un episodio particularmente vergonzoso ocurrido en 2009, cuando se publicó un estudio con datos aleatorios

La crítica no es nueva. El movimiento en favor de la revistas open-access ha ido creciendo desde la década de los 80. Una de las principales ventajas que proporciona este modelo es el libre acceso a cualquier artículo científico; en revistas como Science o Nature hay que pagar, y mucho, para tener acceso a todo su contenido.

La gran mayoría del mundo científico, sin embargo, sigue prefiriendo el sistema tradicional. Las elitistas publicaciones científicas son, hoy por hoy, el principal baremo con que calcular la importancia de una investigación y, por tanto, de los investigadores. Se trata de un sistema basado fundamentalmente en el número de citas que recibe un artículo, cifra que da lugar al llamado “factor de impacto”. A más citas, mayor factor de impacto y mayor prestigio para sus autores. De ahí que la publicación en este tipo de revistas sea fundamental para una gran mayoría de científicos.

Investigar para publicar

Sus detractores, como Randy Schekman, consideran que este sistema impone a la investigación unos criterios editoriales. En otras palabras: los científicos investigan para publicar. Para ser citados y así ganar prestigio. Schekman, de hecho, compara el sistema con el “distorsionado” mecanismo de incentivos a los trabajadores de la banca y las finanzas.

Los críticos con el sistema open-access, por su parte, sostienen que la calidad de sus publicaciones es menor. Como ejemplo de ello citan un episodio particularmente vergonzoso ocurrido en 2009.

Los detractores de las revistas clásicas, como Randy Schekman, consideran que el sistema impone a la investigación unos criterios editoriales. En otras palabras: los científicos investigan para publicar

Ocurrió cuando Philip Davis, un joven licenciado en Ciencias Sociales y de la Comunicación, envió un artículo a la revista de acceso abierto Open Information Science Journal. El texto fue aprobado y, tras su publicación, Davis confesó que había sido generado aleatoriamente por un programa de ordenador. Su único propósito, según dijo, era demostrar que algo totalmente carente de sentido podía pasar el filtro de una revista de acceso abierto. Y lo hizo.

Pero lo cierto es que las prestigiosas revistas de suscripción no están libres de errores similares. En 1988, Nature publicó un artículo del médico francés Jacques Benveniste sobre la imaginaria “memoria del agua”, y en 2006 el genetista surcoreano Woo-Suk publicaba en Science un artículo sobre clonación con datos falsos.

El debate es complejo y más importante de lo que pueda parecer a simple vista. Un cambio de paradigma en las publicaciones científicas supondría un verdadero terremoto en el mundo de la investigación. Posicionamientos públicos como el del Nobel Randy Schekman acabarán siendo cruciales para inclinar la balanza hacia un lado u otro. Ganará, esperemos, el que sea mejor para la ciencia y, por ende, para todos nosotros.

En 2007, las revistas Science y Nature eran galardonadas con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. El jurado escribió que “ambos semanarios constituyen el canal de comunicación más solvente que tiene hoy la comunidad científica internacional para dar a conocer, tras el filtro de una irreprochable y minuciosa selección, los más importantes descubrimientos e investigaciones de muy diversas ciencias y difundir al mismo tiempo, conjugando rigor y claridad expositiva, las teorías y conocimientos más elevados”.