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El miedo a "lo químico": poca cultura científica y menos pedagogía aún
Los avances tecnológicos siempre generan recelo. Sucedió con el tren, con la electricidad, con las antenas de los móviles... ahora le toca a la química
Cuando inventaron el tren algunas voces desaconsejaron su uso. Alegaban que el ser humano no estaba hecho para ir más rápido que el caballo. Que nuestro cuerpo no podría soportar la presión. Cuando se instalaron los primeros postes eléctricos hubo también quien alertó de los peligros. Y cuando se comercializaron los primeros microondas. Hoy por hoy, sin ir más lejos, hay una razonable cantidad de gente preocupada por la radiación no ionizante de los teléfonos móviles.
Cada avance tecnológico destacado trae consigo una nueva ola de pánico. Algunas de estas alertas se basan en hechos concreto (como es el caso de las centrales nucleares), pero, en general, suelen responder a miedos atávicos e irracionales. De hecho, la historia nos ha enseñado que la gran mayoría de estas alertas se van diluyendo con el paso de los años. Ya casi nadie teme a los postes de la luz, ni sale de la habitación cuando un microondas se pone en marcha.
Cuando se instalaron los primeros postes eléctricos hubo también quien alertó de los peligros. Y cuando se comercializaron los primeros microondas. Hoy por hoy, sin ir más lejos, hay una razonable cantidad de gente preocupada por la radiación no ionizante de los teléfonos móviles
Es obvio que la difusión de esta clase de fobias sin fundamento se debe a la poca cultura científica y a la escasísima labor pedagógica de los grandes medios de comunicación. Lo que no es tan fácil de comprender, sin embargo, es la creciente popularidad de otras fobias, que poco tienen que ver con avances tecnológicos concretos. El ejemplo más sorprendente y popular es la quimifobia. El rechazo a la química. ¿Pero es eso posible? ¿Se puede temer a la química?
Bueno, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la química es la "ciencia que estudia la estructura, propiedades y transformaciones de la materia a partir de su composición atómica". No parece posible que alguien pueda tenerle miedo a algo así salvo que deba examinarse de ello mañana (claro que, en ese caso, no estaríamos hablando de fobia a la química, sino de fobia al suspenso).
Lo cierto es que los quimifóbicos, digan lo que digan, no temen a la química. No podrían hacerlo aunque quisieran. De ser así, vivirían en un pánico continuo: les aterrarían sus procesos neuronales, que son químicos, y también los gástricos, y, por supuesto, la ropa que llevan y el aire que respiran y, qué sé yo, el mismo planeta Tierra.
Lo que realmente rechazan los quimifóbicos es, digámoslo así, la idea del producto procesado. Están en contra de la intervención humana, por vía química, en determinados procesos.
Todo son "posibles cancerígenos"
Este posicionamiento dio lugar a la falsa dicotomía de natural y artificial donde lo natural es bueno y lo artificial malo. Lo que ocurre es que esta dicotomía es una falacia. El veneno de una serpiente es natural y no puede decirse que sea bueno. El café, sin ir más lejos, está considerado por la OMS como "posible cancerígeno" (tipo 2B; el mismo, por cierto, que las antenas de los móviles).
Lo cierto es que los quimifóbicos, digan lo que digan, no temen a la química. No podrían hacerlo aunque quisieran. De ser así, vivirían en un pánico continuo
Y, sin embargo, la dicotomía de natural y artificial ha calado profundamente en el imaginario colectivo. Tanto es así que los chicos del marketing, siempre ávidos de nuevas estrategias, han hecho suyo el concepto de natural. Así, hoy podemos ver anuncios de pan de molde natural, zumo natural, palmeras de chocolate naturales, champú natural, tinte para las canas natural y hasta papel de fumar natural. Será, supongo, el famoso papel de fumar que crece en los árboles.
Todo es químico. Temer a la química es tan absurdo como temer al electromagnetismo. Y mejor que lo sea porque no hay escapatoria. Para un quimifóbico, el único principio de precaución posible sería dejar de existir y convertirse en un recuerdo. Aunque, bien pensado, incluso los recuerdos son pura química.
Cuando inventaron el tren algunas voces desaconsejaron su uso. Alegaban que el ser humano no estaba hecho para ir más rápido que el caballo. Que nuestro cuerpo no podría soportar la presión. Cuando se instalaron los primeros postes eléctricos hubo también quien alertó de los peligros. Y cuando se comercializaron los primeros microondas. Hoy por hoy, sin ir más lejos, hay una razonable cantidad de gente preocupada por la radiación no ionizante de los teléfonos móviles.