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Tu gato explica todo lo que está mal con la nueva ley de bienestar animal en España

Mientras en España entra en vigor la ley de protección, derechos y bienestar de los animales, la UE aparca sus planes para imponer regulaciones más duras por el impacto que podrían tener en la inflación de los alimentos

Foto: Foto: Getty/Lauren DeCicca.
Foto: Getty/Lauren DeCicca.

Desde 1965, se proponen cinco libertades de las que debe disfrutar todo animal: estar libre de hambre y sed, de sufrimiento, de enfermedad, de temor, y ser libre para expresar su conducta natural. Este último indicador ha ganado peso en las últimas décadas a la hora de evaluar el bienestar animal, y ahora se propone incluso medir las preferencias del propio animal. Paralelamente, distintas realidades ambientales, sociales y económicas contribuyen a modular nuestra relación con los animales y nuestra forma de entender el bienestar.

En el Foro Económico Mundial, la primatóloga Jane Goodall afirmó que los problemas ambientales de nuestro planeta no serían tales si nuestra población fuese la de hace 500 años. Eso tiene connotaciones terribles según cómo se interprete, pero no está tan lejos de lo que ya escribiese Thomas Malthus en el siglo XIX: los seres humanos estamos creciendo en población de forma geométrica, mientras que los recursos de los que disponemos crecen como mucho de forma aritmética. Afortunadamente, Malthus se equivocó en el siglo XIX, pero quizá no esté tan desacertado en el siglo XXI.

Foto: Claves de la nueva Ley de Bienestar Animal: qué entra en vigor y qué no (Pexels/Tim Lion)

Cualquier especie exitosa tiene un crecimiento demográfico que sigue una curva logística, en S. Empieza con un crecimiento lento, luego tiene un crecimiento muy acentuado y finalmente vuelve a estabilizarse cuando se alcanza lo que en ecología se conoce como la capacidad de carga. Es decir, el límite en el cual la población se tiene que ajustar a los recursos disponibles. Eso ocurre con la población mundial, que se ha empezado a estabilizar ahora que hemos superado los 8.000 millones de habitantes. Se espera que termine alcanzando un tamaño máximo en torno a los 10 o 12.000 millones de habitantes. Esto lo hemos logrado a costa de sobrepasar seis de los nueve límites planetarios conocidos. Estamos en un planeta en crisis cuya población crece acumulando gases de efecto invernadero, cuyos recursos de agua dulce y tierras cultivables están sobreexplotados, y donde la biodiversidad se pierde.

La biodiversidad, el mundo animal y vegetal que nos rodea, se está perdiendo a marchas forzadas. Entre los años 70 y la actualidad se ha perdido un 70% de vertebrados, algo equivalente a que en el Museo del Prado se hubieran perdido siete de cada 10 cuadros. Esta pérdida de biodiversidad ocurre de forma más acelerada en la mitad el sur del planeta. Paralelamente, aumenta la población humana y su ganado, nuevamente sobre todo en el sur del planeta. Europa, que ha sido un continente ganadero, tiene cada vez menos explotaciones y menos animales de producción, especialmente rumiantes. El espacio que dejan los animales de producción lo ocupan especies oportunistas, como el jabalí.

placeholder Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Un caso peculiar lo representa el gato, habitante habitual de nuestras ciudades y pueblos. Su presencia implica distintos impactos negativos, incluido el pobre bienestar del gato callejero. Pero conviene observar su impacto sobre la biodiversidad. La Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (IUCN) indica que los mamíferos son los principales culpables de los problemas de conservación debidos a especies invasoras. Los gatos ocupan el segundo lugar en esta categoría, solo detrás de las ratas. En Estados Unidos se calcula que la depredación por gatos no confinados causa anualmente la muerte de 2.400 millones de aves y 12.300 millones de mamíferos. Esto nos lleva de vuelta al asunto del bienestar. ¿Qué bienestar debemos primar? ¿El de los gatos, o el de las especies amenazadas que son depredadas por esos gatos?

Hombres y animales

Nuestras actitudes hacia los animales pueden diferenciarse en afecto y utilidad. Varían en función de los atributos específicos del animal, las características individuales y la experiencia de la persona que evalúa el animal, amén de factores culturales. En consecuencia, el estatus moral de los animales es fuente de conflictos entre los activistas animalistas, movidos por el afecto y propensos a tener una orientación moral absolutista, y quienes defienden el uso de los animales con diversos fines y en distintos contextos.

En ética y bienestar animal existen por tanto dos corrientes. Una corriente filosófica, kantiana, centrada en el individuo, no la población, el ecosistema o la especie. Esta corriente busca soluciones a través de la teoría ética con poco recurso al conocimiento empírico. La otra es la corriente científica o utilitarista, que considera el individuo, pero también a la población, al ecosistema y a la especie. Procura incorporar conceptos de la ética y expresa preocupación moral por los animales, pero utiliza la investigación científica. Por ahora, domina la corriente científica y parece mayoritariamente aceptado que necesitamos a los animales de producción y de trabajo, y que debemos poder controlar a los animales perjudiciales, siempre buscando evitar o minimizar el sufrimiento.

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Foto: EFE.

Pero la corriente filosófica va ganando fuerza a través de la cultura woke. Woke es el despertar, la concienciación sobre hechos relevantes relacionados con temas como raza y justicia social. Esta corriente emerge en Estados Unidos, inspirada por el posmodernismo, dando lugar a la cultura de la cancelación. Se contrapone a la premisa liberal que asume que el individuo es un ser libre y autónomo. En el universo woke no hay ciudadanos, hay víctimas. Y dentro del universo woke está el animalismo radical.

El pensamiento woke se enfrenta a toda discriminación, racismo, sexismo, clasismo… incluyendo el especismo. Es decir, niega la superioridad del hombre con respecto a los demás animales y promueve el veganismo como imperativo moral. Esto tiene enormes consecuencias sobre nuestra relación con los animales, y sobre el propio concepto de bienestar. Incluso condiciona la experimentación animal, que resulta fundamental para el desarrollo de vacunas y otros medicamentos, así como para muchos otros campos absolutamente necesarios para el bienestar de la humanidad.

En este contexto de rebelión frente a casi todo, emergen además los científicos woke. Hace poco, un artículo en Nature alertaba de que hay un sesgo de exageración y de que la información se publica de forma selectiva, según se alinee o no con el pensamiento dominante. Como científico, esto me preocupa profundamente porque afecta a la credibilidad, calidad y utilidad de la ciencia.

Ganadería y economía

La ganadería es vital para la supervivencia del hombre en la Tierra. El ganado permite la subsistencia de las comunidades en muchos países en vías de desarrollo. Algunos países tienen en la ganadería su principal activo en cuanto a exportación. E incluso países industrializados como España siguen encontrando en la ganadería la forma de mantener actividad económica en el medio rural. La proteína animal que necesitamos para alimentar entre 8 y 10.000 millones de personas sale de la caza y de la pesca, de la ganadería de traspatio, de la ganadería extensiva, de la ganadería intensiva y la acuicultura, e incluso de la producción de insectos.

Sin embargo, la mayor parte de esa proteína animal deriva de la ganadería intensiva, la más criticada por los animalistas. Además, la ganadería es nuestra única fuente de medicamentos fundamentales como la heparina, y genera la mitad de los fertilizantes que utilizamos, amén de lana, cuero y muchos otros productos. Es más, la ganadería intensiva también produce la proteína animal necesaria para más de seis millones de gatos y más de nueve millones de perros, algunos de cuyos dueños son veganos.

placeholder La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, interviene en la sesión del Senado el pasado marzo para debatir el proyecto de ley de protección de los derechos y el bienestar de los animales y el proyecto de ley orgánica de modificación del Código Penal en materia de maltrato animal. (EFE)
La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, interviene en la sesión del Senado el pasado marzo para debatir el proyecto de ley de protección de los derechos y el bienestar de los animales y el proyecto de ley orgánica de modificación del Código Penal en materia de maltrato animal. (EFE)

La perspectiva europea es que las buenas prácticas de bienestar animal no solo reducen un sufrimiento innecesario, sino que además disminuyen el riesgo de enfermedades y la necesidad de utilizar antibióticos. La Unión Europea está en la frontera de los estándares de bienestar animal. Les ofrece a los animales una consideración moral importante, recogida a nivel regulatorio, y esto subyace incluso a la acción externa de la Unión, es decir, a sus relaciones con otros países. Pero estas aspiraciones están muy lejos de la realidad de los países en desarrollo, que es donde más crece la producción ganadera.

En 2018, 170 organizaciones, incluyendo animalistas, lanzaron la iniciativa End the cage age (acabemos con las jaulas), que logró reunir más de 1,4 millones de firmas. En consecuencia, la Comisión Europea anunció en 2021 una iniciativa política para eliminar gradualmente el uso de jaulas en la ganadería de la Unión. Entre 2021 y 2023, la Comisión Europea encargó a la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) diversas opiniones científicas sobre bienestar animal. Esas opiniones forman la base científica para apoyar la revisión de la legislación de bienestar de la Unión. Y se esperaba una propuesta legislativa de la Comisión en la segunda mitad de 2023, que al parecer ahora ha quedado aparcada. La citada iniciativa sería bien acogida por la mayoría del público. ¿Pero, y los ganaderos?

La iniciativa End the cage age tendrá un impacto negativo sobre la balanza comercial de la Unión. Habrá menor capacidad de producción de carne, un fuerte aumento de las importaciones y una disminución de las exportaciones, particularmente de carne de cerdo y de huevos. Tendremos un aumento de los precios, con productos animales menos asequibles. Y viviremos un mayor cierre de explotaciones pequeñas y medianas que no puedan asumir los costes de adaptación. Esto incluye el cierre de granjas de porcino que no logren las licencias de obra, así como dificultades previsibles para explotaciones familiares y de traspatio. Además, habrá mayores dificultades para el transporte a larga distancia, por ejemplo, de rumiantes en barco. Finalmente, el cese en la utilización de jaulas implica mayores riesgos sanitarios en una época en la que nos preocupan la influenza aviar, la peste porcina africana y tantas otras enfermedades emergentes.

El futuro

La relación del hombre con los animales, y dentro de ello el bienestar animal, tiene implicaciones ambientales, sociales y económicas. El futuro nos traerá más deterioro ambiental, aunque a distintas velocidades, pero también la oportunidad de utilizar la ganadería para la conservación de la biodiversidad. Nuestra sociedad será cada vez más urbanita y sensible en cuanto a nuestra relación con los animales. O más bien, sensiblera y mal informada. Y, sin embargo, usaremos más animales, por muchos motivos.

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Foto: EFE.

En este contexto, preocupa la sobrerregulación en temas de bienestar animal, tanto a escala europea como española. A escala europea hay una política de alinear la regulación de bienestar animal con los objetivos de desarrollo sostenible (ODS). En teoría, se trata de reducir la huella ambiental y climática del sistema alimentario europeo, pero asegurando la seguridad alimentaria. Suena bien, pero ya hay expertos en bienestar animal que han recomendado analizar cuidadosamente estas políticas para evitar consecuencias negativas para la competitividad de nuestro sector ganadero.

En España, el último ejemplo de sobrerregulación o, -en expresión de algún miembro del Gobierno- de diarrea legislativa, es la ley de protección, derechos y bienestar de los animales. Esta regulación solo representa a una de las dos corrientes, la identificada con el activismo animalista. Prima el bienestar del individuo sobre la conservación del ecosistema. Por ahora, la ley deja fuera a la ganadería, los toros o la caza, pero esto puede cambiar. Como indica la Organización Mundial de Sanidad Animal (WOAH), existe una tendencia internacional a incrementar la regulación sobre bienestar animal, con nada menos que 336 nuevas regulaciones nacionales en las últimas décadas. Esto choca con las reglas de la economía: conforme apretamos a los ganaderos europeos con más y más regulaciones, encarecemos un producto que acabamos importando más barato de terceros países con regulaciones de bienestar y sanidad mucho más laxas.

Estamos en el siglo de las crisis. La crisis financiera, la pandemia de COVID-19, la invasión rusa de Ucrania, y muchas otras crisis por venir. Ante esta circunstancia, debemos cambiar nuestra actitud hacia el sector ganadero y, en general, procurar basar nuestra relación con los animales, incluida la regulación de su bienestar, más en la ciencia y menos en los sentimientos.

*Christian Gortázar es catedrático de Sanidad Animal en el Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC), Universidad de Castilla-La Mancha

Desde 1965, se proponen cinco libertades de las que debe disfrutar todo animal: estar libre de hambre y sed, de sufrimiento, de enfermedad, de temor, y ser libre para expresar su conducta natural. Este último indicador ha ganado peso en las últimas décadas a la hora de evaluar el bienestar animal, y ahora se propone incluso medir las preferencias del propio animal. Paralelamente, distintas realidades ambientales, sociales y económicas contribuyen a modular nuestra relación con los animales y nuestra forma de entender el bienestar.

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