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La tecnología no es un problema, es la solución
Sin una estrategia responsable y realista diseñada para asimilar su inevitable incremento, el consumo energético podría convertirse en el talón de Aquiles de la economía digital
El uso de ingentes cantidades de energía para el desarrollo de soluciones digitales que prometen mayor sostenibilidad parece un oxímoron o, cuanto menos, un ejercicio de funambulismo audaz.
Ciertamente, y sin ser ni mucho menos de las más intensivas, las tecnológicas son responsables de entre el 2% y el 3% de las emisiones globales, un volumen tensionado por la creciente demanda de los centros de datos que soportan la explosión de la inteligencia artificial.
Sin una estrategia responsable y realista diseñada para asimilar su inevitable incremento, el consumo energético podría convertirse en el talón de Aquiles de la economía digital. Pero parecería razonable pensar que un sector que lleva la innovación en su código genético es capaz de hacer frente a sus propias contradicciones por la vía del I+D.
Sin duda, en su ánimo está conseguirlo; lo vemos en iniciativas como Tech Zero, que agrupa a 78 grandes empresas de la industria global para reducir sus emisiones –la media en su primer año ha sido del 32%–, o en proyectos de gigante para avanzar con pequeños gestos, como la política de Apple para reciclar y dar una segunda vida a sus dispositivos.
"Basta pensar en el internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés) para regular la refrigeración en las líneas de producción"
La mayor parte de estas compañías se abastecen, además, de fuentes renovables, mientras que organizaciones y Administraciones de todo el mundo se encuentran en plena búsqueda de alternativas alentadas por el entrenamiento de los modelos de IA –como los reactores modulares pequeños de última generación– sin renunciar a una mayor eficiencia en el consumo energético.
Porque innovar y hacerlo de forma sostenible es una doble responsabilidad que las tecnológicas han incorporado a su cultura empresarial, tejiendo una red de buenas prácticas cuya capilaridad alcanza a todas las industrias y organizaciones a las que prestan servicio.
Basta pensar en la migración a la nube a través de máquinas virtuales para optimizar el uso de servidores, en el internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés) para regular la refrigeración en las líneas de producción o en los gemelos digitales que simulan escenarios para comprobar su viabilidad antes de edificarlos, fabricarlos o construirlos.
"De forma cada vez más intensa y extensa, la energía se ha convertido en un factor de producción clave en un contexto disruptivo"
Las empresas del sector ya hemos demostrado, con estos y otros muchos usos de las tecnologías avanzadas, que podemos ayudar a reducir el consumo de agua, de materiales y de energía. Una energía que, como advierte la paradoja de Jevons, habrá de ser limpia si queremos preservar nuestro planeta mientras seguimos avanzando en términos de innovación.
Una energía que, además, tiene la virtud de duplicar su impacto positivo cuando la economía digital se tiñe de ‘verde’, ya sea para proteger la avifauna en parques eólicos, para detectar y evitar la propagación de incendios de forma temprana desde los centros de distribución eléctrica o para procesar imágenes satelitales para la detección y análisis de desastres naturales.
De forma cada vez más intensa y extensa, la energía se ha convertido en un factor de producción clave en un contexto disruptivo. Con altibajos, el proceso de electrificación de la economía a largo plazo es imparable.
Tanto como para aventurar que el ser humano será capaz de dotarse de una energía libre de emisiones, ilimitada y –marginalmente– cuasi gratuita para impulsar la digitalización en general y la IA en particular de forma sostenible. Con toda la lógica de la tecnología y con la audacia que ha alimentado las revoluciones que, a lo largo de la historia, nos han traído hasta aquí.
*Álvaro de Salas es responsable de la Oferta de Sostenibilidad de Minsait (Indra Group).
El uso de ingentes cantidades de energía para el desarrollo de soluciones digitales que prometen mayor sostenibilidad parece un oxímoron o, cuanto menos, un ejercicio de funambulismo audaz.