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Apagón eléctrico: la fuerza totalitaria de la tecnología
Frente a la caída de la red eléctrica, a la vez que nos reconocimos absolutamente impotentes, se nos reveló la naturaleza social y totalitaria de la tecnología moderna
Soy consciente de que gracias al restablecimiento de la red eléctrica pudimos enterarnos, a través de internet, de las noticias que circularon sobre el apagón de las centrales eléctricas que hace unos meses afectó a España y a parte de Portugal y Francia. Un acontecimiento que en España se calificó de “excepcional y totalmente extraordinario” y que demostró con gran claridad que ya no vivimos sólo en medio de aparatos o cosas aisladas entre sí, sino también al interior de un sistema de dispositivos, compuesto por cosas “cuya red de relaciones constituye el mundo de la civilización técnica”, como decía el filósofo Wolfgang Wieland, en el que muchas de nuestras actividades cotidianas son las primeras en verse afectadas.
Ciertamente, en nuestro mundo moderno, los aparatos ya no se ofrecen como meros aparatos, independientes, y que están ahí a la espera de que los utilicemos con total libertad; por el contrario, si queremos disponer de ellos, en no pocos casos tenemos que someternos a sus imposiciones. Ellos forman una red de conexiones, son parte de un sistema que les provee un determinado sentido. Seríamos ingenuos si los concibiéramos como cosas aisladas entre sí, “como si fueran piedras que sólo están allí donde están y que, por tanto, permanecen encerradas en sus límites físicos” (G. Anders).
Sus propiedades hay que buscarlas teniendo a la vista su nivel de inserción e interacción en dicho entramado o sistema de aparatos. Por tanto, más allá de su propia funcionalidad, es el sistema artificial, el que configura sus características y el que, finalmente, los dota de sentido. Resulta difícil identificar cosas individuales o relativamente independientes al interior de la red que forma el mundo de la civilización técnica, nos dice Wieland. Y la ocasión del desperfecto, en este caso, el “corte de energía eléctrica”, nos permite apreciar algunas de las mediaciones o aspectos fundamentales que entraña la tecnología moderna.
El corte de energía eléctrica, en principio, trae a la luz tres aspectos: la dependencia del sistema, en este caso de la electricidad como un todo tecnológico, pues sin una red eléctrica, dispositivos de esta naturaleza no funcionan; la desaparición progresiva de los aparatos individuales; y la tendencia a lo totalitario. Como dijimos, cada vez es más difícil y casi imposible habérselas con aparatos, máquinas o cosas aisladas e incluso tratar con algunas que todavía conserven un cierto grado de independencia. Un grado de independencia que, por cierto, se encuentra más y más amenazado: o el sistema los incorpora o simplemente los desecha.
¿Acaso no lo experimentamos con algunos de nuestros viejos “dispositivos” que, por tornarse obsoletos a causa de su “individualidad”, resultan indeseados para el sistema? Nuestro ordenador, por ejemplo, si quiere seguir operando con eficacia y ser parte de la red requiere de una serie de elementos o “piezas de máquina” básicas, como una pantalla, un determinado software, etcétera, que deben, a su vez, integrarse en una unidad funcional más amplia, de acuerdo con el principio de construcción expansionista e integralista, para decirlo con Günther Anders. ¿Sucede lo mismo con los seres humanos? ¿Acaso un tecnófobo no es, en cierto modo, un ser indeseable? Es un indeseable sólo en cierto modo, pues también depende del sistema, que persiste en incorporarlo para mantener su eficiencia.
Sabemos que el desarrollo tecnológico se expande como una tela de araña y es imparable. Dondequiera que miremos, en lo grande y en lo pequeño, prevalece lo técnico.
Ahora bien, ¿por qué un apagón de esta magnitud resulta tan dramático? Se dijo que lo que puso en jaque a millones de personas y a casi todos sus pertrechos tecnológicos se debió a “un desequilibrio estructural en el sistema eléctrico”. Puso en evidencia que el deseo expansionista de la tecnología puede traer aparejadas unas consecuencias terribles, pues, “cuanto más grande es el complejo, mayor es la catástrofe si falla aquél” (G. Anders)
"Frente a la caída de la red eléctrica, a la vez que nos reconocimos absolutamente impotentes, se nos reveló la naturaleza social y totalitaria de la tecnología moderna".
Siguiendo con el ejemplo del ordenador: cuando mi ordenador se apaga por un fallo interna, se apaga sólo mi ordenador; sus consecuencias son irrelevantes para el sistema que lo sustenta. Pero, ¿sucede lo mismo cuando es el sistema el que se apaga y por consiguiente ningún ordenador funciona? Si el corte de energía repercute en las centrales nucleares o si se interrumpe el flujo de datos financieros, médicos, climatológicos, militares, etcétera, las consecuencias, en efecto, pueden ser catastróficas.
Imaginemos que cientos de personas están haciendo una transacción financiera con todos sus ahorros y de pronto toda la información desaparece, o que la jefatura militar tiene que comunicar una orden de máxima importancia y se interrumpen las comunicaciones. ¿No estaríamos en presencia de una situación catastrófica? En cualquier caso, lo que ya podemos advertir es que, frente a la caída de la red eléctrica –por fugaz que haya sido–, a la vez que nos reconocimos absolutamente impotentes, se nos reveló la naturaleza social y totalitaria de la tecnología moderna.
Lo que experimentamos con ocasión del apagón nos muestra que, aunque las cosas hayan sido producidas, nadie, “ni el productor, ni quienes se mueven o tratan con ellas, puede garantizar el mantenerlas en su poder ni controlar sus efectos hasta las últimas consecuencias” (W. Wieland).
*María C. Maomed es doctora en filosofía
Soy consciente de que gracias al restablecimiento de la red eléctrica pudimos enterarnos, a través de internet, de las noticias que circularon sobre el apagón de las centrales eléctricas que hace unos meses afectó a España y a parte de Portugal y Francia. Un acontecimiento que en España se calificó de “excepcional y totalmente extraordinario” y que demostró con gran claridad que ya no vivimos sólo en medio de aparatos o cosas aisladas entre sí, sino también al interior de un sistema de dispositivos, compuesto por cosas “cuya red de relaciones constituye el mundo de la civilización técnica”, como decía el filósofo Wolfgang Wieland, en el que muchas de nuestras actividades cotidianas son las primeras en verse afectadas.