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Esto es una gasolinera
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Alejandro Laso

V Doble

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Esto es una gasolinera

Es increíble cómo la revolución tecnológica es capaz de cambiarlo todo. Los que nacimos en el siglo XX tenemos la dudosa virtud de saber cómo es

Es increíble cómo la revolución tecnológica es capaz de cambiarlo todo. Los que nacimos en el siglo XX tenemos la dudosa virtud de saber cómo es la vida sin Internet, sin telefonía móvil, sin más que dos canales de televisión –el que la tenía- y sin una videoconsola. Todavía recordamos vagamente cómo rebobinábamos los casetes con un boli, y quien más y quien menos ha llegado a hacer un apaño en una cinta VHS con tijeras y celo para intentar arreglar el vídeo de la comunión del hermano.

Pasados los años y ahora que ya no podemos vivir sin un portátil, que el One Touch Easy nos parece un móvil de cro-magnon, y que las pesetas están casi olvidadas, es momento de pararse a pensar y abrir la mente a todo eso que teníamos antes y que ahora no existe. Una ventana abierta a elementos o tecnologías del pasado que no han sabido evolucionar y se han quedado en el olvido, las que han sido arrolladas por otras, y también a aquellas que todavía conviven con nosotros y se niegan a abandonarnos.

Una de las víctimas de lo que la tecnología se llevó son las cabinas de teléfono. Hace poco más de una década eran un centro de comunicación único dentro de las ciudades que muchas veces se convertían en lugares muy concurridos. Pese a que en el año 1996 Telefónica tenía una red de 60.000 cabinas en toda España, en numerosas ocasiones los usuarios tenían que esperar el turno para poder hablar, o peor aún, aguantar las malas caras de quien tenía prisa para que el anterior colgase. Eran tiempos donde los madrileños, por ejemplo, tenían la difícil misión de hacerse un mapa mental de la región para diferenciar una llamada metropolitana de una provincial pese a realizarse entre dos líneas de la Comunidad de Madrid. Del negocio de las cabinas se beneficiaban los estancos, que vendían tarjetas prepago como churros. La que llevaba la imagen del AVE a Sevilla era una de las más populares.

Sin embargo, el aterrizaje de la telefonía móvil de Teleline y Airtel y la posterior incursión de Amena con sus llamadas a cinco pesetas minuto los fines de semana provocaron una llaga importante en el negocio de las cabinas. La llegada de la inmigración fue un balón de oxígeno para las cabinas, pero la  proliferación de los locutorios volvió a abrir la herida que se agravó con la crisis.

Hoy en día las cabinas se han convertido en el aliado perfecto para turistas e inmigrantes que quieren contactar telefónicamente con los suyos sabiendo en todo momento cuánto les cuesta y de los jóvenes que quieren recargar sus móviles o enviar algún ‘SMS’ urgente. Por poder, se puede hasta realizar donaciones a una ONG con el dinero que nos sobra tras una llamadas.

Aún así, las nuevas funcionalidades no han conseguido mitigar su caída. En apenas 15 años, la red de cabinas de teléfonos ha caído un 33% hasta las 40.000 que existen hoy en día. Los ingresos de Telefónica por este negocio han sufrido un duro varapalo y han descendido un 20% en el último lustro. El vandalismo no ayuda y sigue siendo el principal enemigo.

Pero pese a los obstáculos que han ido encontrando en el camino, las cabinas pueden presumir de formar parte del reducido grupo de las supervivientes del azote de la tecnología. Siempre estarán en nuestras calles porque tienen que cumplir el servicio universal que el Gobierno de España pone a disposición de sus ciudadanos para garantizar un mínimo de comunicación. Seguirán cumpliendo una función social y de comunicación con los servicios de emergencia, amén de ser un soporte publicitario perfecto.

Ahora su papel es conseguir evolucionar hacia otros modelos de negocio. El último y novedoso uso que puede salvarlas de su fin es el de reconvertirse en una electrolinera, es decir, un punto de repostaje para los vehículos eléctricos. De momento hay dos funcionando en toda España y en fase piloto, una en Madrid y otra en Valencia, pero de hacerse realidad la promesa del vehículo 100% eléctrico, las cabinas pueden convertirse en una red gigantesca de ‘surtidores’ dentro de las grandes ciudades y una competencia letal para las Repsol, Cepsa y BP.

Curiosidades de la vida, gracias al acuerdo firmado entre Telefónica y Endesa podríamos ver en un futuro cómo tenemos volver a esperar a que una persona termine de usar una cabina para hacerlo nosotros.

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Es increíble cómo la revolución tecnológica es capaz de cambiarlo todo. Los que nacimos en el siglo XX tenemos la dudosa virtud de saber cómo es la vida sin Internet, sin telefonía móvil, sin más que dos canales de televisión –el que la tenía- y sin una videoconsola. Todavía recordamos vagamente cómo rebobinábamos los casetes con un boli, y quien más y quien menos ha llegado a hacer un apaño en una cinta VHS con tijeras y celo para intentar arreglar el vídeo de la comunión del hermano.

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