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Dragó en ‘Egolandia’ o el nepotismo presuntamente ilustrado
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Nacho Gay

Carta de Ajuste

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Dragó en ‘Egolandia’ o el nepotismo presuntamente ilustrado

Cómo explicar la insólita performance que nos dio ayer la bienvenida a Dragolandia. Fue el prólogo más largo de la historia. Deambulaba Sánchez Dragó por

Foto: Dragó en ‘Egolandia’ o el nepotismo presuntamente ilustrado
Dragó en ‘Egolandia’ o el nepotismo presuntamente ilustrado

Cómo explicar la insólita performance que nos dio ayer la bienvenida a Dragolandia. Fue el prólogo más largo de la historia. Deambulaba Sánchez Dragó por su plató, mientras hacía mención a la libertad de expresión, la fraternidad y no sé cuantos otros ideales revolucionarios. Lo hacía en Telemadrid, símbolo más que discutible de todos esos principios. “Este programa es una nación sin más ley que la conciencia, un territorio apolíticamente incorrecto”, gritaba el escritor, fuera de sí, rodeado de ovejas y otros representantes de la fauna animal.

Las ovejas eran una metáfora. Simple, pero una metáfora al fin y al cabo. “Diez ovejas y un burro en representación de la audiencia que ve habitualmente la televisión”. Bravo. “Reservado el derecho de admisión. Este no es un programa plural, sino singular. (…) Vamos a ser elitistas. (…) Borregos y ciudad-asnos, ¡fuera!, ¡fuera!”. Y entonces toda la fauna corrió hacia el monte. En estampida.

Seguidamente, en otro alarde de originalidad gongorina, Dragó rompió a martillazos una televisión. “Este es el instrumento que pervierte nuestras vidas, que devora nuestro tiempo y convierte a las personas en borregos y borricos”. Que me paga las facturas, le faltó decir.  “Caiga mi cólera sobre él”. Y entonces lo reventó a mamporros.

Para sorpresa de todos los espectadores presuntamente cultos e ilustrados que, para entonces, quedaban tras la pantalla, la primera invitada de Egolandia fue Mercedes Milá, una señora sin duda culta e ilustrada que presenta Gran Hermano, televisión de altísima catadura, solo digna de paladares selectos, como Egolandia.

Encontró Dragó en su primera invitada la horma de su zapato, ya que ésta le tachó de hipócrita por la verbena del prólogo. “Tú también vives de la televisión”, le espetó. En verdad, viven él y toda su familia. Al piano, Dragó ha colocado a su esposa japonesa, a su Yoko Ono particular. Y como copresentadora insólita, a su hija, Ayanta Barilli, una mujer carente de talento o, si se prefiere, que es menos hiriente, de telegenia. Ayanta siempre a la izquierda del “padre”, como ella le llama. “Padre” para arriba, “padre” para abajo.

Se trata del ejercicio nepotismo más flagrante de todos los tiempos. Todo ello financiado por la infinita generosidad de los ciudadanos madrileños, que desde ayer dan de comer a toda la familia Dragó, pintoresca como pocas. 100.000 euros les cuesta cada capítulo de este eminente monumento al kitsch llamado Dragolandia. Los sindicatos están que trinan. Pero todo dinero es poco cuando se trata de invertir en Cultura.

Pues eso, que Milá habló con Dragó de todos esos temas vetados a los borregos y los borricos que, a esa hora, ya habían tirado al monte. ¿Habló de Dostoievski? No, habló de Gran Hermano, de la telebasura, en fin, temas para aristócratas y gente de buen gusto. Mientras ella parlamentaba sobre GH, Alejandro Jodorowsky, escritor, filósofo y dramaturgo, ¿hablaba de Dostoievski? No, le echaba las cartas. “Tienes una luz inmensa”, llegó a afirmar. Acojonante.

Agotados ya todos los espectadores cultos e ilustrados con tamaña demostración de fuerza y erudición, quedaba todavía la aparición estelar de Federico Jiménez Losantos, quien ¿habló de Dostoievski? No, habló de Mercedes Milá, de la telebasura, de la radiobasura y de todos esos temas especialmente destinados a las minorías selectas, ilustradas y aristocráticas que ven a Sánchez Dragó.

Hubo tiempo también para enseñar a cámara la radiografía de la próstata del presentador y para que Fernando Arrabal (“El milenarismo va a llegar”) le tirase los tejos a un par de chulapas que paseaban por la capital. Dragolandia es una revisión ‘geriátrico-popera’ y pretenciosa de Crónicas Marcianas. Televisión elitista, sin duda. Difícil de ver para la plebe y la chusma. Difícil de ver, a secas.

Nota: El estreno de Dragolandia apenas logró congregar al 4.8% de los espectadores: 113.000.

Cómo explicar la insólita performance que nos dio ayer la bienvenida a Dragolandia. Fue el prólogo más largo de la historia. Deambulaba Sánchez Dragó por su plató, mientras hacía mención a la libertad de expresión, la fraternidad y no sé cuantos otros ideales revolucionarios. Lo hacía en Telemadrid, símbolo más que discutible de todos esos principios. “Este programa es una nación sin más ley que la conciencia, un territorio apolíticamente incorrecto”, gritaba el escritor, fuera de sí, rodeado de ovejas y otros representantes de la fauna animal.

Fernando Sánchez Dragó