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Risto no es Tarantino
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Nacho Gay

Carta de Ajuste

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Risto no es Tarantino

De camino a mi casa, que está en el extrarradio, como la de Belén Esteban, siempre tengo un encontronazo con la misma valla publicitaria. En el

Foto: Risto no es Tarantino
Risto no es Tarantino

De camino a mi casa, que está en el extrarradio, como la de Belén Esteban, siempre tengo un encontronazo con la misma valla publicitaria. En el anuncio aparece el careto de Quentin Tarantino. Se trata de un individuo de fisonomía grecolatina. Más greco que latina, creo. El tipo es un poco feo, la verdad, pero este apunte resultará a la postre indiferente en el relato. Lo verdaderamente trascendental es la frase que acompaña al careto: “Yo escribo mi propio guión”. Afortunadamente, conozco bien a Tarantino -el tío es un cínico-. Si no pensaría que se ha creído el eslogan con el que anuncia una marca de Whisky.

 

Tras contemplar un rato la valla, llego a mi casa, enciendo el televisor y, a veces, lo confieso, veo a Risto Mejide. Hoy reciben estopa en su G-20 personajes ilustres como Pilar Bardem, José Luis Rodríguez Zapatero o Ricardo Costa. Al ver el programa, me pregunto de forma recurrente quién le escribe el guión a este otro tipo. Quizá lo haga él mismo, como Tarantino. Al menos, eso es de lo que él se jacta.

Lo hace tanto, de hecho, que se ha acabado confundiendo. Risto se cree libre. Libérrimo. Libre para escribir lo que quiera, para decir lo que quiera y sobre quien quiera. Por eso el martes su ranking de condenados a la horca lo lideraba ni más ni menos que su excelentísimo patrono Silvio Berlusconi. “Señor Berlusconi, que es el que me paga las facturas. Mire, no tengo tetas pero trabajo para usted”, comenzó Risto (vea el vídeo). Y luego le metió un viaje. Insubstancial y torpe, pero un viaje al fin y al cabo.

Tras ver aquello, me pregunto si verdaderamente alguien se puede escribir a sí mismo guiones tan malos, tan a corto plazo. No porque Berlusconi vaya echarle a la calle, eso nunca. Hay gente que daría de comer a su peor enemigo si eso le reporta el más mínimo beneficio. Lo que ocurre es que ya no cuela –lo dicen, por cierto, los audímetros-. Nadie se cree ya a este buen señor pregonando maldades. Ni mucho menos que eso le haga más guay, esnob, postmoderno de lo que lo somos los demás.

Risto se cree libre porque se mete con su jefe y critica a la empresa en la que trabaja. Risto, que sin duda ha visto la valla publicitaria que hay al lado de mi casa, quiere ser como Tarantino y pretende, además, que todos sintamos pelusilla de su condición de ser superior, lo que a la postre acaba siempre convirtiéndose en admiración. Pero algo se lo impide. La diferencia entre Tarantino y Risto radica en que mientras el primero no se toma en serio nada de lo que dice, ni si quiera en las vallas publicitarias -por eso hace películas geniales como Malditos Bastardos-, el segundo se cree que su rollo predicator es el súmmum de la cultura occidental -por eso hace un programa tan rancio y naif como G-20-.

Ay, Risto, tanto tiempo trabajando como publicitario, para no saber distinguir los eslóganes de la realidad... Que poco te queda.

De camino a mi casa, que está en el extrarradio, como la de Belén Esteban, siempre tengo un encontronazo con la misma valla publicitaria. En el anuncio aparece el careto de Quentin Tarantino. Se trata de un individuo de fisonomía grecolatina. Más greco que latina, creo. El tipo es un poco feo, la verdad, pero este apunte resultará a la postre indiferente en el relato. Lo verdaderamente trascendental es la frase que acompaña al careto: “Yo escribo mi propio guión”. Afortunadamente, conozco bien a Tarantino -el tío es un cínico-. Si no pensaría que se ha creído el eslogan con el que anuncia una marca de Whisky.

Risto Mejide Silvio Berlusconi Quentin Tarantino