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Cuando Patiño mató a Góngora
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Nacho Gay

Carta de Ajuste

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Cuando Patiño mató a Góngora

Yo contra Patiño no tenía nada hasta que se operó la nariz. No porque condene la cirugía estética, sino porque ese día, en el quirófano, María rebanó el último atisbo de intelectualidad del 'cátodo'

Foto: Ilustración realizada por Paco Sordo para 'Vanitatis'
Ilustración realizada por Paco Sordo para 'Vanitatis'

Hace tiempo que dejé de creer en los Reyes Magos, también en Isabel Preysler. Aun así sigo leyendo el ¡Hola! religiosamente cada miércoles al levantarme. Sí, yo soy de los que desayunan fuerte.

Lo leo, eso sí, con voluntad antropológica, motivado por una fe ciega que solo comprenderán aquellos que leen La Razón con voluntad de informarse. La voluntad es así, caprichosa cuanto menos.

Leer una entrevista de Preysler en el ¡Hola! es como comerse un costillar: casi todo es desperdicio. Tú vas echando a un lado los fotomontajes con Richard Gere, Sarah Jessica Parker e Irina Shayk, las preguntas sobre marcas de azulejos, las referencias pactadas a los perfumes, las cremas y las prendas prestadas y, al final, tras pasar 28 páginas, te quedan dos frases sueltas. Una de ellas va de titular en portada y la que sobra dice así:

“La amistad empezó hace treinta años, a partir de una entrevista que le hice a Mario en Saint Louis para ¡Hola! Hace poco nuestra relación tomó otro cariz“. By Isabel Preysler.

Quizá pueda parecerles la frase más anodina de la historia, pero en realidad encierra una indiscutible verdad: en un país como este todo nace y muere en el ¡Hola! Incluida la literatura de Vargas Llosa.

...

Pongo la tele. Hoy en La 2 emiten una película llamada El ángel exterminador. Me tiro en el sofá y al rato no doy crédito. Pienso: “Joder, no han pasado ni diez días y un tío, un tal Luis Buñuel, ha hecho ya la película basada en el evento de Porcelanosa”. Un montón de burgueses de fiesta, comiendo y bebiendo como si no hubiera un mañana, hablando del tiempo, de lo divino y de lo humano. Eso sí, no reconozco a Isabel Preysler por ninguna parte. Pero está. De repente, los invitados a la fiesta se quedan encerrados sin explicación aparente y aflora en ellos el verdadero ser humano que llevan dentro, comportándose con el paso de los días como verdaderos salvajes, en un viaje de retorno al espíritu gregario. Al final de la película, pelín rara, por cierto, aparece un rebaño de ovejas y yo, que soy un poco corto y ya andaba un poco perdido, me pierdo del todo.

Como no entiendo nada, cambio de canal. Estrenan la nueva temporada de Adán y Eva en Cuatro, un percal muchísimo más sencillo de vislumbrar, porque son tíos y tías desnudos en una playa y punto. Sin corderos ni paranoias del estilo. El eslogan es lo más: “Una vuelta a los orígenes en busca del amor verdadero”. El estreno en Cuatro lo vieron un millón y medio de personas. Una pena que ya menos del 3% de la población española crea en el amor verdadero, porque la gente, por supuesto, ve este programa por esa razón, no porque los concursantes salgan desnudos.

De todos modos, de este espacio preferiría no hablar, porque esta semana, con motivo del estreno, varios de mis compañeros de redacción han recibido un regalo de Mediaset. Yo no. Antes sí me llegaban. Y estoy muy indignado. ¿Qué voy a hacer yo ahora, a 18 de septiembre, con este tiempazo que hace en Madrid, sin la crema protectora y el after sun que han mandado al resto de los periodistas de tele? Espero por cierto que mi nombre haya desaparecido de la base de datos de regalos de esta gente por un hackeo tipo Ashley Madison y no por la deriva fundamentalista que han tomado mis Cartas de Ajuste. De lo contrario, me preocuparía. De hecho, ya estoy emparanoiado y cada vez que escucho a mi alrededor acento ucraniano me orino encima. También he contratado a un Tedax que me abre los paquetes, pero en esto se me va la mayor parte del sueldo. Así que llevo una semana trabajando gratis.

Como las malas noticias nunca vienen solas, me entero a la mañana siguiente de que María Patiño se está quedando sin programas en los que lucirse. Del de Ana Rosa salió de aquella manera. No se sabe si volverá, porque ahí hay mucha tela que cortar. Pero yo, con el Tedax aquí a mi espalda, no tengo las suficientes tijeras para hacerlo. Lo que es seguro es que, al menos de momento, le cierran su chiringuito Deluxe de los sábados. Así que veremos a la Doña solo en el Sálvame Diario, al que durante meses se resistió a acudir porque le parecía poco para ella. Las vueltas que da la vida, estimada María.

Yo contra Patiño no tenía nada hasta que se operó la nariz. No porque condene la cirugía estética, sino porque ese día, en el quirófano, María rebanó el último atisbo de intelectualidad que quedaba en el cátodo, ya que de perfil se daba un airecillo a Luis de Góngora. Cuando Patiño se extirpó al poeta cordobés de la cara dio comienzo a una nueva Era en España. Ese día la gente dejó de leer, empezaron a proliferar programas de éxito como Sálvame o Gran Hermano, los corderos parieron cabras y los escritores peruanos dejaron de escribir para salir en las portadas del cuore.

Lo ven, ya se lo dije, en este país todo nace y muere en el ¡Hola!

¡Ay, Buñuel!

Acaba de arrancar, precisamente, y con éxito, como no podía ser de otro modo dada la Era en la que vivimos, la decimosexta edición de Gran Hermano. Yo la he sintonizado también con voluntad antropológica. Ojo, quién me dice a mí que esta no es la versión cerril, el contraplano de la película que el tal Buñuel ha hecho recientemente basándose en el evento de Porcelanosa. ¿Qué hubiese pasado si en lugar de encerrar en una casa a la burguesía el objeto de análisis hubiese sido el proletariado?

Gran Hermano que, como todo el mundo sabe, es un experimento sociológico, y no una máquina expendedora de moneda y timbre, como aseguran algunos maledicentes, elige a los concursantes sin sesgo alguno, con voluntad representativa del pueblo. No como ese Buñuel, que encerró a lo peorcito de cada casoplón para que las conclusiones metafísicas del metraje fueran exactamente las que él pretendía. Lo que hace Mercedes Milá, sin embargo, es ciencia. Aunque yo, después de ver quince minutos de la nueva edición del reality, la verdad es que no tenía muy claro por quién me veía más representado en este microcosmos social, si por el chino gay de Granada, el panadero negro de Sevilla, el chihuahua catalán, la conductora de autobús maniacodepresiva de Pamplona o la casquivana de su hijita… ¿Qué concursante de Gran Hermano eres? Yo, particularmente, creo que soy más bien una mezcla de perfiles. Una especie de chihuahua negro de Pamplona. Pero vamos, que representado me hallo.

Enchufo el cinco este jueves y lo primero que veo me desconcierta sobremanera, porque desconocía hasta la fecha que la Conferencia Episcopal, tan ducha en el arte del Monopoly, hubiese comprado también acciones de Mediaset. La citada conductora de autobús, Maite, carne de primera expulsión y escarnio público, se besa alternativamente el brazo izquierdo y el derecho de forma enfermiza, mientras dice: “Yo soy el pastor que viene a guiar a las ovejas" (¡Y dale con las ovejas!). "Soy la elegida de Dios”. ¿La elegida para qué?, me pregunto de inmediato. ¿Para hacer el ridículo ante tres millones de espectadores? Hombre, si Dios la ha elegido para eso lo veo bien. Si la hubiese elegido para ser lanzada contra Marte en un acto de sacrificio universal por nuestros universales pecados lo vería incluso mejor, pero si la ha elegido para lo que ella cree… si es eso, oriento ahora mismo mi teclado hacia la Meca y listo.

Video embebido

¡Mírenla a los ojos, por favor! ¡Mírenla! Me he cruzado con gente en un after con una cara más de dejársela ver. ¿Alguien ha revisado la maleta de esta señora? ¡Que alguien llame a narcóticos, por favor! Eso sí, siempre se podría haber encontrado por la casa algún suplemento que se dejaran olvidado los concursantes de Gran Hermano Vip, que van con más presupuesto. Aunque este asunto es ya harina de otro costal.

La verdad es que hoy no me apetece mucho hablar de Gran Hermano. Fundamentalmente porque todos los años acabo escribiendo (Álvaro no pierde ocasión para reprochármelo) la misma puñetera crónica. Eso sí, no tengo muy claro si eso habla peor de mí o del país en el que vivo, el único en el mundo capaz de soportar 16 ediciones de este formato. Año 16 de nuestra Era. Luego miras durante apenas tres segundos consecutivos una imagen fija del Súper de todo esto, me refiero a Mariano, y apostarías a tus hijos, y a los que no tuvo Góngora, por que llegaremos a la edición 32.

Veo precisamente con Álvaro los primeros minutos de la nueva edición del reality de marras, y comento con ingenuidad: “Es increíble que todavía queden personas en España dispuestas a encerrarse en esa casa, ¿no crees?”. Y él, que es culto y entiende las películas de La 2, no como yo, contesta: “Eso que ves no son personas, también son corderos”.

¡Ay, Buñuel, rebáname la córnea!

Hace tiempo que dejé de creer en los Reyes Magos, también en Isabel Preysler. Aun así sigo leyendo el ¡Hola! religiosamente cada miércoles al levantarme. Sí, yo soy de los que desayunan fuerte.

Isabel Preysler
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