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Photocall en el cementerio
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Nacho Gay

Carta de Ajuste

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Photocall en el cementerio

¿Qué hacía allí? ¿Qué hacía Isabel, una 'dama, dama', levantada, desayunada, lavada y acicalada cuando todavía se estaban poniendo las calles del Madrid galdosiano? ¿A quién iba a visitar?

Foto: Ilustración realizada por Paco Sordo para 'Vanitatis'
Ilustración realizada por Paco Sordo para 'Vanitatis'

Las agujas del reloj de la Puerta del Sol bailan entre las siete y las ocho de la mañana. Es enero de 2015, un día cualquiera, y en Madrid está lloviendo y todo sigue como siempre. Un hombre, pongamos que hablo de mí, camina por las calles de Galdós, primero por Arenal y después por la de Las Hileras, para desembocar más tarde justo donde convergen De la Flora y Trujillo. En ese momento, se abre paso entre la bruma un coche oscuro de altísima gama que estaciona paralelo a un portal de madera noble y techos altos, de esos construidos a conciencia para que a los amos les quepan en las estanterías, ordenados por valores cuantitativos de ranciedad y solera, todos los abolengos. Del coche baja una dama. También de altísima gama.

La dama en cuestión viste gafas y ropas oscuras. Se trata de una señora, no hay duda. Lo que diferencia en España a una señora de una simple mujer es el tamaño del tacón. La señora no los lleva ni muy bajos ni muy altos, porque ha leído a Aristóteles y sabe que la virtud, que no peca nunca de exceso ni defecto, está siempre en el término medio. El término medio entre la campesina, que va plana, y la puta, que va en zancos, son unos 7 u 8 centímetros por encima del suelo. Y a esa altura exacta caminaba la dama a las siete y pico de la mañana por Madrid, cuando la noche y el día se daban aún la mano.

Aunque todas las señoras de Madrid se tiran un aire (se tiran también otras muchas cosas), los rasgos asiáticos de esta la delataban. Pero ¿qué hacía Isabel por allí, cuando vive/duerme/inverna a la otra punta? Y, sobre todo, ¿qué hacía Isabel, una 'dama, dama', levantada, desayunada, lavada y acicalada cuando todavía se estaban poniendo las calles del Madrid galdosiano?

Cómo los gráficos se enteraron de que ese día, el del primer aniversario de la muerte de Miguel Boyer, todas las Preysler iban a visitar su tumba, es todavía un misterio

Por mi mente pasan en ese momento muchas imágenes. Pienso en una clínica clandestina de cirugía de urgencia instalada probablemente en el bajo de aquel edificio y en la que un señor con zapatos negros de charol, bata blanca y sombrero de copa te regula el ángulo de los pómulos cuando estos se te vienen abajo una mala noche. Pienso en un judío asquenazí amigo de Lola Flores que compra oro a buen precio en el primero y lo pesa con una balanza de cruz cuyo astil está coronado por la estrella de David. Pienso en una echadora de cartas con acento soviético, que fue en sus tiempos mozos espía al servicio de los nazis en Ekaterimburgo, y que con lo que ganó se compró un piso en el segundo y se reconvirtió en bruja de altos vuelos y estamentos.

Por mi cabeza pasaron muchos personajes apasionantes que podían vivir más allá de aquel portón de madera noble y que mereciesen una visita de Isabel, pero nunca hubiera podido imaginar que en el tercero de aquel edificio situado en la confluencia de las calles Flora y Trujillo vivía un tal Mario Vargas Llosa. Recapitulemos, pues. Estamos en Madrid, corre el mes de enero de 2015, son las siete y pico de la mañana e Isabel Preysler entra en casa del premio nobel. Y esta es, para todos menos para los protagonistas, como veremos, una historia real.

...

Ahora es martes 29 de septiembre y en Madrid no está lloviendo, pero todo sigue como siempre. Un coche de altísima gama se abre paso entre la bruma a las puertas del cementerio de San Isidro. Del coche baja un séquito de elegantes damas. La madre, la abuela, las hijas… Esta vez yo no estaba allí, pero había unos cuántos fotógrafos para dar fe de tan entrañable y familiar estampa. 'Photocall' en el cementerio. Cómo los gráficos se enteraron de que ese día, el del primer aniversario de la muerte de Miguel Boyer, todas las Preysler iban a visitar su tumba, es todavía un misterio. Pero, sea como fuere, ahí están las fotos a la mujer del César, que no solo es honesta sino que lo parece, para acreditar la excursión.

Unos meses antes, en junio, una portada revoluciona España: “Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa, fotografiados juntos en un almuerzo para dos en Madrid”. La teoría de la revista apunta a que apenas unas semanas antes, en un viaje a Londres con Porcelanosa, había surgido la chispa de la vida entre ambos. Meses más tarde, de nuevo en septiembre, Isabel insistía, en su primera entrevista al respecto, publicada en la misma revista, en que el amor nació a los pies del Big Ben, esto es, unos ocho meses después de la muerte del 'superministro'. Con el año de luto casi cumplido, hubo fiesta de iniciación en Nueva York y bautismo madrileño en el Teatro Real, donde la pareja recibió la bendición de los Reyes. Todo muy medido.

placeholder Primera y última portada de Preysler y Vargas Llosa en '¡Hola!'
Primera y última portada de Preysler y Vargas Llosa en '¡Hola!'

Sin embargo, como siempre hay algún fallo de rácord en todo guión que se precie, por muy al milímetro que se haya construido, una amiguísima de Isabel, la peletera Elena Benarroch, ya había metido la pata asegurando que la relación había comenzado dos meses antes de la primera portada. Algún periodista avezado, incluso, había reparado en la posibilidad de que todo hubiese comenzado bastante antes de lo que decía la diseñadora fetiche de la izquierda caviar, pues en febrero se vio a Preysler sentada en las butacas del Teatro Español mientras Llosa interpretaba sobre las tablas 'Los cuentos de la peste'.

Evidentemente, aquella mañana de enero, cuando a las siete y pico de la mañana una señora bajaba de un coche de alta gama y se metía en aquel noble portal, iba a visitar a su cirujano de guardia, a la bruja que lee sus futuros o al usurero que le presta los cuartos. En última instancia, acudiría quizá a una tertulia literaria sobre la influencia en el desarrollo de la sociedad dominicana de 'La fiesta del chivo' coordinada por el propio Vargas Llosa, que gusta de montar estos saraos cuando los gallos todavía se están quitando las legañas. Pero nunca, claro, buscando “compenetración sin penetración”, que es como define un amigo mío el amor sexa/septua/octogenario.

Se preguntarán por qué les cuento esta historia, pero ha sido ver la fotografía de Preysler en el cementerio y he sufrido un infarto fulminante de impostura. Cuando el desfibrilador me ha devuelto a la vida, he pensado en tantas y tantas historias que me he creído estos últimos meses y sobre las que necesito de inmediato el testimonio de un tipo que andaba por el Madrid galdosiano y sabe la verdad. Y entonces he pensado en escribir una soflama contra mucha gente en este blog. Luego un amigo que es bastante más listo que yo me ha dicho que piense antes de escribir en que todo esto huele muy mal y puede ser una trampa. Que se ha puesto de moda que los famosos finjan durante un tiempo una vida paralela y que luego estén rodando una película o algo así. Que pasó con Joaquín Phoenix, que todo el mundo pensaba que había perdido el norte y en realidad estaba rodando 'I'm Still Here'.

Así pues, voy a adelantarme a todo el mundo y quiero ser el primero en felicitar a la directora y guionista de esta maravillosa cinta, a todos los actores que han participado (escritores, peleteras, todos…) por su excelentísimo trabajo. A los ministerios que la hayan podido financiar en secreto. A las marcas azulejeras que la han patrocinado y a los medios de comunicación que le han dado publicidad. Ha sido un excelente trabajo en conjunto que demuestra que el audiovisual español tiene aún mucho que decir. Y quiero, en última instancia, felicitar también a la cantautora Cecilia, pues resulta evidente que es la autora de la banda sonora.

Puntual cumplidora
del tercer mandamiento
Algún desliz inconexo,
Buena madre y esposa
de educación religiosa
Y si no fuera por miedo
Sería la novia en la boda,
El niño en el bautizo,
El muerto en el entierro,
Con tal de dejar sello


Dama dama de alta cuna
De baja cama, señora de su señor,
Amante de un vividor.
Dama que hace
lo que le viene en gana
Esposa de su señor,
Mujer por un vividor.

Ardiente admiradora
de un novelista decadente
Ser pensante y escribiente,
De algún versal autora,
aunque ya no estén de moda
Conversadora brillante en cóctel de 7 a 9
Hoy nieva, mañana llueve,
quizás pasado truene,
Envuelta en seda y pieles.


Dama dama de alta cuna
De baja cama, señora de su señor,
Amante de un vividor.
Dama que hace lo que
le viene en gana
Esposa de su señor,
Mujer por un vividor.

Devoradora de esquelas,
partos y demás dolores
Emisora de rumores,
asidua en los sepelios
De muy negros lutos ellos.
El sábado arte y ensayo,
el domingo en los caballos
En los palcos del real,
los tés de caridad
Jugando a remediar, es una...

Dama dama de alta cuna
De baja cama, señora de su señor,
Amante de un vividor.
Dama que hace lo que
le viene en gana
Esposa de su señor,
Mujer por un vividor

Las agujas del reloj de la Puerta del Sol bailan entre las siete y las ocho de la mañana. Es enero de 2015, un día cualquiera, y en Madrid está lloviendo y todo sigue como siempre. Un hombre, pongamos que hablo de mí, camina por las calles de Galdós, primero por Arenal y después por la de Las Hileras, para desembocar más tarde justo donde convergen De la Flora y Trujillo. En ese momento, se abre paso entre la bruma un coche oscuro de altísima gama que estaciona paralelo a un portal de madera noble y techos altos, de esos construidos a conciencia para que a los amos les quepan en las estanterías, ordenados por valores cuantitativos de ranciedad y solera, todos los abolengos. Del coche baja una dama. También de altísima gama.

Isabel Preysler Mario Vargas Llosa
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