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María José S. Mayo

La hija del Acomodador

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María José S. Mayo

Ser o no ser fiel

Adaptarse es vivir. Al igual que muchas veces piensas si hacer esta u otra cosa será fiel a tu código de valores, el cine lleva mucho

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Ser o no ser fiel

Adaptarse es vivir. Al igual que muchas veces piensas si hacer esta u otra cosa será fiel a tu código de valores, el cine lleva mucho tiempo aguantando encendidos debates sobre si tal o cual película sabe o no reflejar una obra literaria.

 

Desde la difícil labor de crítico yo siempre he defendido que el hecho de adaptar una obra para la gran pantalla no debe significar que se ha de ser  fiel a un texto, al igual que quién juzga la película no necesita necesariamente habérselo leído. La película es una obra independiente y no se debe cometer la imprudencia de trasladar una historia de un lenguaje a otro sin la cirugía necesaria.

 

Me resulta encantador cuando el cine se plantea en sus películas esta problemática. Más aun cuando éstas aprovechan para, de paso, abordar la adaptación en su lado más humano. Hay dos magníficos juegos que no hay que dejar de ver al menos una vez en la vida: El ladrón de orquídeas y Tristram Shandy. La primera fue la cinta que consiguió devolverme la fe en que todavía podían hacerse guiones inteligentes -por mucho complejo de Peter Pan que se le achaque a Charlie Kauffman-; la confianza en que el cine seguía teniendo capacidad de sorprender con estructuras que parecían imposibles. La segunda fue un ágil acercamiento al Quijote inglés, una obra de Laurence Sterne que se mostraba como imposible de trasladar al lenguaje audiovisual y creaba no pocos conflictos durante su rodaje. Como en el caso anterior, esas dificultades de transición de un lenguaje al otro resultaban ser la verdadera materia del relato.

 

“Es que en el libro”… Cuántas veces alguien cercano nos lo ha dicho. Cuantos incautos han corrido al cine para asistir a la adaptación de un libro que les gustó mucho y se han llevado una decepción. Nunca puede ser lo mismo. El cine intenta crear empatía con el espectador, pero si un libro ya lo ha logrado será un vínculo muy difícil de repetir.

 

También es cierto que la adaptación de una obra maestra literaria nunca estará a la altura. Hace poco me pasó con The Road, esa novela fantasmagórica de Cormac McCarthy. Estaba la atmósfera, estaban sus principales escenas, pero no la magia que aportaban una serie de giros, la sensación de religiosidad de destilaba entre líneas.

 

Difícil saber cómo abordar un libro. ¿Es mejor Las amistades peligrosas o Valmont? Tendrá respuestas para todos los gustos. De momento, desde estas líneas intentaré no dejarme cegar por mi pasión por un determinado texto o autor, y buscaré ante todo la palabra mágica: “coherencia”, la misma que necesitan otras obras de arte para considerarse mínimamente buenas. También comprensión, porque, como nos ocurre en el día a día: ¿quién dijo que la adaptación era fácil?

 

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Adaptarse es vivir. Al igual que muchas veces piensas si hacer esta u otra cosa será fiel a tu código de valores, el cine lleva mucho tiempo aguantando encendidos debates sobre si tal o cual película sabe o no reflejar una obra literaria.