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The OA, o por qué Netflix es (a veces) el fast-food de las series
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Aloña Fernández Larrechi

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Aloña Fernández Larrechi

The OA, o por qué Netflix es (a veces) el fast-food de las series

La producción propia de la compañía de Hastings evidencia, cada vez más, su interés por la cantidad y no por la calidad

Foto: Escena de 'The OA', uno de los últimos estrenos de Netflix
Escena de 'The OA', uno de los últimos estrenos de Netflix

Entre la (casi) veintena de producciones originales de ficción que Netflix ha estrenado este año, se encuentra ‘The OA’. Una serie de ocho episodios que la compañía estrenó hace un par de semanas tras anunciarlo con, tan sólo, unos días de antelación. Una breve campaña que contrasta con otros estrenos de la compañía, que llegan a la plataforma a bombo y platillo, alimentando la expectación en torno a ellos. Pero esta inusual discreción puede entenderse cuando uno se acerca a la creación de Brit Marling y Zal Batmanglij, y descubre que 'The OA' es, ante todo, una experiencia difícil de describir.

La serie propone como punto de partida el regreso a casa de la joven Prairie Johnson. Tras siete años desaparecida la joven es rescatada de un río, e ingresada en un hospital. Allí aparecen sus padres, que tras ver un vídeo en Youtube de cómo se lanzaba desde un puente, creen que por fin su pesadilla ha terminado. Al abrir la puerta de su habitación, su hija pregunta a la enfermera, tan extrañada como ella "¿quiénes son estas personas?" Cuando su madre se acerca hasta su cama la situación mejora, pero la enfermera le dice al padre que no entiende qué está sucediendo. Y él le responde: "Es nuestra hija, Prairie, pero nunca nos ha visto. Cuando desapareció era ciega."

Tráiler de 'The OA'

Una desaparición poco común

Lo que comienza como una historia que podría recordar a ‘The Missing’ empieza en ese sorprendente momento a alejarse de las pautas propias del género. Para finalizar su primer episodio reconociéndole al espectador que, en realidad, lo que “acaba” de empezar es una historia de ciencia-ficción y fantasía que le pide que tenga fe. Mucha. Y pocos prejuicios. Una serie que puede recordar inevitablemente a otros estrenos recientes de Netflix, como ‘Sense8’ y ‘Stranger Things’. Y de la que no conviene saber más si no has visto y tienes pensado hacerlo. (A partir de aquí spoilers y comentarios sobre las tramas de 'The OA')

Tras el efectista minuto 57 del primer capítulo, la serie adquiere una vertiente espiritual y lejos de adentrarse en la investigación policial, que no parece haberla, se bifurca para narrar dos relatos. La de Prairie reuniendo un grupo de gente al que contarles su historia. Y la propia narración de la protagonista, en la que recorrerá los momentos más importantes de su vida. En ambos relatos tienen especial importancia la amistad, la fe o la fortaleza. Y en ellos encontramos personajes imperfectos que a pesar de sus diferencias son capaces de unirse, para convertirse en mejores personas y lograr un bien común.

O al menos eso es en lo que cree Prairie, que tras el secuestro atiende al nombre de OA. Y que no tardará en reconocer que dejó su casa voluntariamente, y el rapto llegó fruto de su exceso de confianza y su necesidad de compartir su experiencia con la muerte. Un deseo que le llevará a estar, durante una larga temporada, confinada bajo tierra junto a otras cuatro personas. Todos ellos son los conejillos de indias de un doctor que trabaja para descubrir qué hay tras la muerte, y si cuando un corazón deja de latir no queda nada. Así que para evolucionar en su investigación los mata repetidamente y estudia sus experiencias. Mientras tanto los secuestrados tratan de encontrarle sentido a las mismas, y desarrollan una coreografía que, cuando esté completa les garantice el viaje a otra dimensión, y su libertad. Unos movimientos ante los que el espectador duda si reírse o espeluznarse. Y que también tendrán que trabajar los miembros del grupo que tras su regreso ha conformado OA.

Escena final de 'The OA'.

El desenlace fallido

La capacidad del espectador de asumir un universo espiritual y místico, en el que pueden adivinarse algunas metáforas, es la responsable de que la historia cale en él. A pesar de que en la producción también podemos encontrar cierta falta de equilibrio en las tramas, o que la coreografía genera más dudas que un efecto especial más elaborado. Sin embargo, por mucha fe que tenga la audiencia resulta problemático que recobre interés, y sea trascendental, la investigación que los “oyentes” de OA han llevado a cabo para descubrir si ella les miente. A partir de ahí la narración se acelera, omitiendo respuestas y situaciones tan relevantes como necesarias para el espectador. Y la esencial situación que justificaría la historia que se está contando, termina resultando incongruente. Cuando el espectador se ve abrumado por la incertidumbre propia de este momento, el capítulo final, y la historia, concluyen.

¿Es justo dedicar siete horas a una historia que se desacredita innecesariamente, unos minutos antes de terminar? ¿Por qué tiene que asumir el espectador que todo lo que ha contado OA/Prairie es mentira, y dar por concluido el asunto? ¿Para qué tanto esfuerzo si de un plumazo, y sin mayor explicación, se desautoriza a uno de los narradores? ¿No pudieron guardar los creadores algunos de los geniales giros de los primeros capítulos para terminar su historia de alguna forma un poco más vistosa?

Las preguntas son innecesarias si admitimos que la serie se desinfla a cada paso y que lo que comienza siendo un planteamiento interesante termina ahogado por un desenlace insulso. O si simplemente aceptamos que ‘The OA’ es otra de esas series de Netflix nacidas para ser consumidas al estilo de la casa: rápido, sin alargar innecesariamente el suspense y sin intención de entrar en la historia de la ficción serializada. Porque la compañía de Redd Hastings se parece cada vez más a una empresa de comida rápida, en la que no prima la calidad, sino la cantidad y la frecuencia con la que el cliente/espectador pueda satisfacer sus ansias audiovisuales.

Netflix, cadena de 'series rápidas'

Netflix, al igual que las cadenas convencionales, llegó al negocio de las series de televisión con la intención de tener una programación propia consistente. Y poco a poco ha ido aumentando el número de producciones que pone en marcha, con la velocidad de la fiebre serializada que vivimos en la actualidad. Un ritmo acelerado en el que se ha tratado de ofrecer una variedad de géneros con los que atraer a una gran cantidad de público. Pero que también ha influido en la calidad de algunas de las series que llevan su marca. Si hace algunos años, con ‘House Of Cards’ o ‘Orange is the New Black’ como representantes de las producciones propias, el prestigio creador de la compañía era difícilmente discutible, tres años después resulta ridículo afirmar que todo lo que hace Netflix es bueno. Aunque a la compañía probablemente tampoco le preocupe.

La primera evidencia de esta indiferencia es que, a excepción de 'Marco Polo', Netflix no cancela series. Les pone fecha de caducidad, después de asumir que quizá no son el "pelotazo" que deberían haber sido. Ejemplo de ello son 'Hemlock Grove' o 'Bloodline' mucho más discretas que las citadas anteriormente, pero que Hastings y los suyos asumen como como productos para un público minoritario. Se mantienen, aproximadamente, tres temporadas y concluyen. Y así se va creando una biblioteca que, poco a poco, garantiza un calendario cargado de estrenos y regresos de producciones propias. Un logro que en 2017 alcanzará un nuevo récord, acaparando muy probablemente la mitad de las semanas del año. Aunque, tal y como hemos vivido los últimos doce meses, también nos encontraremos con producciones mediocres e innecesarias como 'Flaked' o la propia 'Marco Polo'.

La creciente rutina de Netflix de estrenar cada poco tiempo una nueva producción es imperfecta en su contenido, pero incuestionable en su intención y ejecución. Porque la compañía no quiere ser HBO, sino una marca con esencia propia que puede permitirse el lujo de derrochar dinero. A través de sus numerosos estrenos se genera un ruido mediático al alcance de pocos, que termina convirtiéndola en un ingrediente esencial en la vida de los amantes de las series. ¿A quién le importa su apuesta por el consumo rápido, que disminuye el impacto temporal de la serie, si cada cierto tiempo un producto nuevo va a llegar para recoger ese interés? A Netflix no, y menos ahora que cada vez es más evidente que su forma de ofrecer las series, con todos los episodios a la vez, resulta determinante en la narrativa de las historias, como sucede en 'The OA'.

Aunque algunos se resistan a creerlo más que un selecto restaurante, como pretende ser HBO, Netflix quiere ser un fast-food. Ese por el que te decides cuando quieres cometer un pecado gastronómico con una aporte calórico innecesario, pero placentero. A veces recurres al exitoso producto estrella, del que todo el mundo habla, pero también te puedes conformar con una producción poco trascendental, que te permita darte un buen atracón de ciencia-ficción, nostalgia o superhéroes. Esa historia que, como las hamburguesas, el chino, o la pizza, justifique el desenfreno del consumidor. Pero sobre todo, complete tus fines de semana poco sociales o te sirvan como punto de encuentro con tus amigos.

Entre la (casi) veintena de producciones originales de ficción que Netflix ha estrenado este año, se encuentra ‘The OA’. Una serie de ocho episodios que la compañía estrenó hace un par de semanas tras anunciarlo con, tan sólo, unos días de antelación. Una breve campaña que contrasta con otros estrenos de la compañía, que llegan a la plataforma a bombo y platillo, alimentando la expectación en torno a ellos. Pero esta inusual discreción puede entenderse cuando uno se acerca a la creación de Brit Marling y Zal Batmanglij, y descubre que 'The OA' es, ante todo, una experiencia difícil de describir.

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