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‘The Wire’, el conflicto con los estibadores y el Frank Sobotka español
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Aloña Fernández Larrechi

Desde Melmac

Por
Aloña Fernández Larrechi

‘The Wire’, el conflicto con los estibadores y el Frank Sobotka español

‘The Wire’, la obra maestra que hace una década regaló David Simon a los amantes de las series de televisión, es una producción que la actualidad

‘The Wire’, la obra maestra que hace una década regaló David Simon a los amantes de las series de televisión, es una producción que la actualidad se empeña en mantener vigente. El descarnado retrato que el creador hace de Baltimore, la ciudad en la que ha pasado media vida, conforma una estampa compleja sobre los problemas a los que se enfrenta la educación, la política, los medios de comunicación y la clase trabajadora en el siglo XXI. Para ocuparse de este último, en la segunda temporada, Simon utiliza el puerto de la ciudad como escenario a través de las historias de los estibadores que trabajan en él.

Para aquellos que no nacimos cerca de la costa, y que tampoco habíamos visto ‘La Ley del Silencio’, el acercamiento de la serie a una profesión tan poco conocida como la de estibador, fue el primer contacto con esta realidad laboral. Un sector que en las últimas semanas ha sido noticia en nuestro país, gracias a los paros parciales convocados por los sindicatos para la próxima semana. Y que se producen en protesta por la reforma que ultima el Ministerio de Fomento para cumplir una sentencia del Tribunal de la Unión Europea. En la que España está obligada a liberalizar el sector para que las empresas estibadoras puedan contratar libremente a sus empleados.

Tráiler de la segunda temporada de 'The Wire'.

“La muerte del trabajo”

La historia que David Simon y Ed Burns narraron en la segunda entrega de ‘The Wire’ no incluía ninguna movilización. El primer capítulo arrancaba sobre las aguas que rodean Baltimore, con McNulty tratando de asumir su nuevo puesto de trabajo. Y lo hace mientras contempla los astilleros que durante años se establecieron por la zona, que en la actualidad presentan un deterioro evidente después de haber abandonado su actividad. “Mi padre trabajaba allí” dice McNulty frente a lo que fue un astillero. “Mi tío trabajaba de supervisor. Lo echaron en el 78” apunta su nuevo compañero. “A mi padre en el 73” añade el exdetective.

Esta conversación, en apariencia banal y que transcurre en los dos primeros minutos, adelanta en realidad lo que el espectador va a ver en la segunda temporada de ‘The Wire’. Que como el propio David Simon describió, y así lo recoge Rafael Álvarez en su libro “The Wire’. Toda la Verdad”, es “un funeral de doce capítulos sobre la muerte del trabajo”. Para el autor, que trabajó en la serie como guionista, y conocía el mundo de los estibadores gracias a su padre, “la segunda temporada de ‘The Wire’ trata de los últimos días en que fue posible seguir los pasos de tu padre para ganarte la vida.”

Narración en diferido

El protagonista del réquiem por la clase trabajadora es Frank Sobotka, secretario y tesorero de la sede local de la Hermandad Internacional de Estibadores. Un personaje inspirado en Walt Benewicz, que perdió a su padre y a su abuelo en los muelles y sin embargo se decantó por la misma profesión que ellos. Sus anécdotas, y la de sus compañeros de sindicato, sirvieron para que los guionistas dibujasen el entorno de Sobotka. Las culpables de la aniquilación laboral que sufren, quedan claras a lo largo de la temporada: la inevitable automatización del trabajo, cuya máxima representación es la charla explicativa sobre el funcionamiento del puerto de Rotterdam, y la especulación inmobiliaria, que para todo el mundo parece mucho más provechosa que la ampliación del puerto.

Uno de los compañeros de Sobotka en el sindicato era Thomas “Cara de Caballo” Pakusa. El encargado de dar vida a este personaje fue el actor Charlie Scalies, que como recoge Rafael Álvarez en su libro, a juicio de Benewicz “caminaba como un estibador”. Scalies creció a mediados de los 50 al sur de Filadelfia, en el barrio de los estibadores. Una época de su vida que le sirvió para formarse una imagen muy clara, y muy fornida, de estos profesionales. Sin embargo, él mismo recononció que durante el rodaje esperaba encontrarse el mismo tipo de hombres que había visto en su infancia y sin embargo se encontró con que “el lápiz y el papel han dado paso a ordenadores portátiles y la fuerza bruta ha sido suspendida por sofisticada maquinaria que requiere operarios hábiles y bien adiestrados”. Caprichos del destino, poco antes de terminar el rodaje, los periódicos locales decidieron anunciar una propuesta de desarrollo para un muelle, que requería que se recalificaran terrenos industriales. Con la intención de construir apartamentos.

Así, la segunda temporada de ‘The Wire’ no era “más que” una narración en diferido de una realidad que su protagonista decide evitar. Y para ello Sobotka asume con normalidad que el dinero que obtiene con el contrabando de contenedores, es la única forma que tiene de salvar su modo de vida. Una realidad que, como señala Álvarez en su libro, “ha desaparecido de la ciudad, del puerto, de su sindicato y de su familia.” O en palabras, más claras, del propio protagonista “me rompe el puto corazón que no haya futuro para los Sobotka en los muelles.”

La vidriera de St. Casimir

Salvando las distancias que impone la aventura corrupta de Sobotka, su homólogo dentro del conflicto que en estos días se vive en nuestro país es el tinerfeño Antolín Goya. Líder de la Coordinadora Estatal de Trabajadores del Mar desde hace una década, Goya encabeza la lucha de los trabajadores del sector, que ven la reforma como una amenaza a sus puestos de trabajo y su retribución. Al igual que Sobotka contemplaba con estupor que la robotización de las labores acabaría con su trabajo y el de sus compañeros, Goya se niega a permitir que la liberalización de los servicios desestabilice la rutina laboral en la que viven los siete mil estibadores que hay en España.

Ambos luchan contra los nuevos tiempos, Sobotka por culpa la robotización, Goya por el alcance de las leyes escritas en Bruselas. El primero lo hacía sugiriendo medidas prácticas que beneficiasen al puerto (su ampliación). El segundo quiere someter a negociación un decreto que, de aprobarse, ahorraría al Estado 2.400 millones de euros. Porque, según la CETM, la reforma del modelo de estiba recortará los salarios y avalará despidos generalizados.“No permitiremos” dice Goya “que nos erradiquen de la ecuación, solo para que se enriquezcan los pocos a los que obedecen los gobiernos, a costa de trabajo en condiciones indecentes.”

Entre las propuestas de la CETM está la creación de un registro oficial de estibadores, algo que el Gobierno considera una línea roja, ya que la Comisión Europea lo rechaza. Y descartan la necesidad de acudir “a un decreto ley que dinamita el diálogo” puesto que ellos ya han acordado con más de quince empresas un proyecto de acuerdo de reforma de la Ley de Puertos. Un documento que la asamblea de la patronal no ratificó “por la irrupción del ministro de Fomento.”

Quizá De la Serna siente este entendimiento, como la vidriera que el sindicato de Sobotka logró colocar en la iglesia católica de St. Casimir tras una generosa donación. La misma que tanto ofendió al Comandante Valchek, y que sirvió de inicio para su particular guerra. La misma que llevó a una furgoneta de vigilancia a visitar puertos repartidos por todo el mundo. Y que terminó con el sindicato como principal interés del equipo de investigación de Bunk, Freamon y compañía. Porque siempre hay que tener cuidado a la hora de cabrear a alguien poderoso, incluso cuando puedes permitirte amenazar con “reventarlo todo”.

‘The Wire’, la obra maestra que hace una década regaló David Simon a los amantes de las series de televisión, es una producción que la actualidad se empeña en mantener vigente. El descarnado retrato que el creador hace de Baltimore, la ciudad en la que ha pasado media vida, conforma una estampa compleja sobre los problemas a los que se enfrenta la educación, la política, los medios de comunicación y la clase trabajadora en el siglo XXI. Para ocuparse de este último, en la segunda temporada, Simon utiliza el puerto de la ciudad como escenario a través de las historias de los estibadores que trabajan en él.

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