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'The Deuce': la serie de sexo más sórdida y menos excitante que hayas visto
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Aloña Fernández Larrechi

Desde Melmac

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Aloña Fernández Larrechi

'The Deuce': la serie de sexo más sórdida y menos excitante que hayas visto

David Simon regresa a HBO con una crónica cruda y realista de los inicios de la industria del porno en Estados Unidos

Foto: Imagen de 'The Deuce', con James Franco y Maggie Gyllenhaal.
Imagen de 'The Deuce', con James Franco y Maggie Gyllenhaal.

"Nadie hace dinero con mi coño excepto yo". Con esta contundente frase, Candy, una prostituta treintañera, trata de deshacerse del ofrecimiento de uno de los chulos de Times Square en 'The Deuce' (HBO). Hombres que controlan a las prostitutas que, llueva o haga calor, noche tras noche, ofrecen sus servicios en la conocida localización neoyorquina. Candy de noche es Eileen de día, y cuando la agenda y el dinero acompañan, acude a visitar a su hijo, que vive a las afueras de Nueva York con su abuela. La distancia suficiente para mantenerlo alejado del sórdido mundo en el que se gana la vida. Un microcosmos en que las detenciones policiales, los navajazos correctivos y las amenazas que los chulos hacen a 'sus trabajadoras' llegan acompañados de gestos cariñosos que tratan de suavizar la coacción..

Estamos en 1971, Richard Nixon preside el país, la guerra de Vietnam apura sus últimos años y los Rolling Stones acaban de publicar 'Sticky Fingers'. Nueva York es un lugar que nada tiene que ver con la ciudad de los rascacielos que conocemos ahora, y los drogadictos, las prostitutas y los locales de apuestas son los encargados de ambientar unas calles que necesitan medidas de los políticos pero se conforman con ser el lugar elegido para escenificar sus promesas incumplidas. Vincent Martino es un hombre que trabaja los siete días de la semana, a ambos lados del East River, poniendo copas y aguantando a jefes déspotas que poco saben de vidas personales. Y a todos los usureros, corredores de apuestas y demás mafiosos de poca monta que se acercan a su barra para exigirle que pague la deuda de su hermano gemelo, Frankie. Un vividor que solo piensa en el dinero fácil y en su próximo gran negocio.

Foto: Narcos contra polis en 'The Wire'

Candy, la prostituta, y Vincent, el camarero, son dos de los muchos personajes habituales de la calle 42 de Nueva York, el lugar que en aquella época se conocía como 'The Deuce'. El mismo nombre con el que David Simon ha decidido regresar a la televisión tras 'Show Me a Hero' y 'Treme'. El padre de 'The Wire' ha vuelto acompañado de George Pelecanos para ofrecer un retrato pausado y sombrío de una de las épocas más oscuras de la ciudad de Nueva York. Ese momento en el que, a pesar de las prohibiciones, el porno se escondía en los cajones del mostrador, y se vendía a diferentes precios, dependiendo de la confianza con el cliente. Hasta que las redadas acababan con el material confiscado y el local cerrado. Y la historia volvía a empezar.

Lejos de los estereotipos

Solo alguien como David Simon es capaz de hacer una serie sobre la industria del porno y en el episodio piloto, de 80 minutos de duración, no mencionar en ningún momento el tema central de la historia que va a contar. Pero solo alguien como él, tal y como ha demostrado en cualquiera de sus trabajos previos, es capaz de tomarse todo el tiempo del mundo en presentar unos personajes que, por supuesto, van más allá de los estereotipos a los que estamos acostumbrados. Ni todos los chulos son seres (exclusivamente) despreciables, ni todas las putas, mujeres forzadas a ejercer su trabajo.

placeholder Maggie Gyllenhaal en el papel de Candy/Eileen.
Maggie Gyllenhaal en el papel de Candy/Eileen.

Para construir 'The Deuce', que en su primera temporada está compuesta por ocho episodios, Pelecanos y Simon se reunieron con "un hombre con historias", según les aseguró un asistente con el que trabajaron en 'Treme', el primero en ponerles sobre la pista de los años más oscuros de Times Square. Este hombre, del que no ha trascendido su nombre real, les habló de la vida en el Nueva York de los años setenta, cuando su hermano gemelo y él trabajaron en los bares y los salones de masajes que la mafia de la ciudad dirigía a su antojo. Y donde los creadores pensaron que iban a encontrar una reunión por compromiso, terminaron tropezando con una historia tan potente y atractiva que no pudieron hacer otra cosa que ponerse a escribir.

El cronista desconocido fue el responsable del nacimiento de Vincent y Frank Martino, los gemelos a los que interpreta James Franco. Pero esta pareja de hermanos, a los que cuesta distinguir en demasiadas ocasiones, son solo la excusa para relatar las historias de las mujeres de Times Square. Esas que entre cliente y cliente se toman algo en el garito de los Martino, bajo la atenta mirada de sus chulos o sus posibles clientes. Las mismas que están orgullosas de sus curvas, que leen a Dickens sentadas en la barra del bar, o que no tienen reparos en confesar que su profesión es su pasión desde antes de que cumpliesen la mayoría de edad. Mujeres sometidas, jóvenes que se confiesan dispuestas a recibir un bofetón de su explotador, porque no han hecho lo que se esperaba de ellas, criaturas que se creen más listas que 'su hombre', pero solo son algo menos tontas de lo que ellos creen. Y que terminan necesitándoles cuando lo que empieza siendo un cliente se convierte en un inesperado secuestrador.

placeholder Imagen de una secuencia de 'The Deuce'.
Imagen de una secuencia de 'The Deuce'.

La sórdida industria del sexo

Como cabría esperarse en la cadena madre de 'Juego de tronos', esa serie que antes escandalizaba con sus escenas de sexo, en 'The Deuce' no faltan mujeres desnudas, pubis peludos y jóvenes a los que la emoción les impide culminar sus sueños húmedos. Pero nada en la serie de HBO es atractivo, excitante o mínimamente seductor. 'The Deuce' lleva al espectador a habitaciones de motel de paredes desconchadas, a asientos delanteros de coches que cruzan un túnel para poder negar que consumen la misma industria ilegal que la que habita en las calles. Ancianos que solo buscan a alguien con quien compartir un buen rato frente al televisor, visionarios pasados de peso que se lucran del apetito sexual de hombres que no les importa cómo ni con quién si pueden ver un par de tetas y una mujer (que finge estar) excitada. Personajes en su mayoría despreciables que, día a día, ayudaron a levantar la industria del sexo en Nueva York, el lugar perfecto en el momento oportuno para redefinir los parámetros de lo que era obsceno y, de repente, dejó de serlo.

La serie de Simon y Pelecanos no utiliza el sexo como reclamo, la industria del sexo es su eje central y como tal lo muestra, se sumerge en él y lo lleva a la pantalla sin ánimo de juzgar a los protagonistas, pero tampoco de convertirlos en víctimas. El sexo en 'The Deuce' es frío, aséptico y siniestro, falto de cualquier sentimiento pasional. Es ese contrato laboral que dura lo mismo que un orgasmo (masculino) y expira cuando las bragas de la ocasional empleada vuelven a su lugar. Ese momento en el que se imponen los instintos, mientras la corrección y la vergüenza se dejan frente a la puerta de la habitación. Abandonados en un descansillo en el que las peleas, los gritos y las amenazas se convierten, a la fuerza, en la banda sonora de cada día.

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James Franco, por duplicado, como Vincent y Frankie Martino.

Inspiración feminista

Aunque el esfuerzo de James Franco por optar a un premio en la próxima gala de la industria es encomiable, y para él habrá sido divertido darse la réplica frente a un espejo, el actor, director y productor galardonado en el último Festival de San Sebastián no es, a mi modo de ver, la estrella de 'The Deuce'. Mucho más interesante que los negocios de ambos hermanos con la mafia neoyorquina, los desmanes de Frankie o las tiernas sonrisas de Vincent, tan falto de amor, es cualquiera de las mujeres que los rodean. La prostituta provinciana, la que teme que su chulo deje de hacerle caso o la que se presenta en la biblioteca municipal con su uniforme de trabajo, para disgusto de la bibliotecaria. Jóvenes que cargan con sus historias, y se convierten en los satélites perfectos para el planeta que por sí solo sujeta Candy/Eileen. O lo que es lo mismo, la magnífica Maggie Gyllenhaal.

Ganadora de un Globo de Oro en 2014 por su papel en la miniserie 'The Honourable Woman', la actriz norteamericana no se ha quedado únicamente en la interpretación, y su apuesta por 'The Deuce' es tan fuerte que también ha colaborado en los guiones y la producción ejecutiva. Para preparar su papel, Gyllenhaal se entrevistó con actrices porno y prostitutas retiradas, que la ayudaron a capturar la determinación de su personaje por permanecer en un mundo de hombres y estar a cargo de sus propios deseos. Un rol que, tal y como ha reconocido Simon, se inspira en varias mujeres, pero una muy especialmente, Candida Royalle. La misma que, en 1984, fundó su propia productora de cine erótico, Femme Productions. Y que pasó a la historia de la industria no por sus sexuales actuaciones, sino por su compromiso con el derecho de las mujeres a "explorar, disfrutar y celebrar su sexualidad abiertamente y con orgullo".

La musa perfecta para inspirar las crónicas de una industria eminentemente masculina y un Times Square al que los neones del siglo XXI han blanqueado hasta convertirlo en el destino de los sueños de millones de personas. Menos mal que, de momento, Simon siempre está ahí para bañar de realismo la más idílica de las leyendas norteamericanas. Aunque, para cerrar la primera temporada, vaya a recurrir al mayor mito de la industria del porno de los setenta, 'Garganta profunda'.

"Nadie hace dinero con mi coño excepto yo". Con esta contundente frase, Candy, una prostituta treintañera, trata de deshacerse del ofrecimiento de uno de los chulos de Times Square en 'The Deuce' (HBO). Hombres que controlan a las prostitutas que, llueva o haga calor, noche tras noche, ofrecen sus servicios en la conocida localización neoyorquina. Candy de noche es Eileen de día, y cuando la agenda y el dinero acompañan, acude a visitar a su hijo, que vive a las afueras de Nueva York con su abuela. La distancia suficiente para mantenerlo alejado del sórdido mundo en el que se gana la vida. Un microcosmos en que las detenciones policiales, los navajazos correctivos y las amenazas que los chulos hacen a 'sus trabajadoras' llegan acompañados de gestos cariñosos que tratan de suavizar la coacción..

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