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¡Salvemos los proyectos inmobiliarios viables!
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J. L. Bárcenas

El Ojo Clínico de la Inversión Inmobiliaria

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¡Salvemos los proyectos inmobiliarios viables!

La mayor parte de las empresas del sector inmobiliario, aunque por desgracia para todos ya no son las únicas que se encuentran en esta situación, se

La mayor parte de las empresas del sector inmobiliario, aunque por desgracia para todos ya no son las únicas que se encuentran en esta situación, se encuentran ante el doloroso dilema de decidirse por una de las dos únicas opciones que les quedan por elegir: o bien presentan, ante un Juzgado de lo Mercantil, un Concurso voluntario de acreedores o bien tratan de continuar adelante, con la ayuda de los bancos, durante un plazo de tiempo determinado, con la esperanza de que una reacción en el propio mercado les permita sobrevivir en el futuro.

 

La opción del Concurso de acreedores es, en estos momentos, la solución más dramática por las siguientes razones:

  • Se llega a este momento con el depósito de combustible a cero. Cualquier movimiento que se quiera hacer representa todo un reto. Comienzan los impagos, si es que ya no se llega con una larga lista de ellos, problemas con proveedores, bancos, clientes, empleados… se entra en una espiral negativa para la que no se está preparado y en la que no se sabe bien cómo desenvolverse.
  • Es muy difícil enfocar de una forma positiva una situación tan negativa como ésta. No todo está perdido. Todavía hay mucho que salvar y por lo que luchar pero, con las manos atadas, es muy complicado no dejarse llevar por la inercia negativa del momento.
  • Toca generar liquidez para hacer frente a las deudas con los distintos acreedores en un momento en el que la única manera de vender activos inmobiliarios es haciendo un “rastrillo”. Si se consigue saldar cuentas con los acreedores, tras desprenderse de los bienes de la compañía, que se olviden los socios de rescatar parte de la inversión realizada en la sociedad. En muchos casos suficiente será salir del proceso sin ser requeridos los socios o administradores a responder con su patrimonio personal y  compensar así la incapacidad de la sociedad de saldar deudas.
  • En la mayoría de los casos se trata de un punto y final de un proyecto empresarial “correcto” y de multitud de proyectos profesionales truncados en un momento en el que apenas hay alternativas en medio de un mercado inmobiliario y laboral sumido en una profunda crisis.

La opción de desarrollar un Plan de viabilidad de la Compañía apoyándose en una refinanciación global de la deuda bancaria, ofrece unas variantes bien distintas:

  • Lo primero que hay que analizar y tener bien claro es si realmente hay una posible salida o no. Se repiten continuamente los casos de refinanciaciones de deuda que, transcurridos pocos meses, hay que volver a plantear debido a la insuficiencia de las medidas adoptadas. Hay algunos proyectos empresariales que tienen posible solución con el apoyo bancario y hay muchos, muchísimos, que no tienen solución posible por mucho dinero adicional que se entierre en ellos.
  • Para los proyectos “salvables” sí hay posibilidades de encontrar esa tabla a la que agarrarse en medio de la tormenta. El sistema financiero, hasta el momento, sí está apoyando estos procesos, dando aire a las sociedades para que, durante un plazo de dos o tres años, busquen la forma de realizar ordenadamente sus activos, buscar nuevos nichos de mercado donde reubicarse o, simplemente, esperar a que el mercado vuelva a respirar y a funcionar de una forma ordenada, teniendo la opción de reengancharse al mismo y recuperar, poco a poco, la capacidad de llevar a cabo los objetivos de la sociedad. Hay que recalcar el que los Bancos y Cajas de Ahorro estén apoyando “por ahora” estos procesos, habida cuenta de la facilidad con que estas entidades están cambiando su forma de actuar a lo largo de esta crisis. No sé cuánto tiempo permanecerá abierta esta “ventana” de las refinanciaciones. Ya hay algunas entidades de primera fila que empiezan a dudar de estos procesos y están protagonizando espantadas en medio de los mismos. 
  • A lo largo de un proceso de este tipo, en un entorno de relativa tranquilidad, las empresas tendrán la opción de acometer, de una forma ordenada, la venta de activos con los que saldar deudas bancarias, finalizar proyectos que, de otra forma, se iban a quedar colgados, concluir el desarrollo urbanístico de suelos que, sin ese último empujón, nunca iban a poder adquirir el valor que tendrán una vez finalizada su ordenación. También tendrán la oportunidad de reestructurar la plantilla laboral sin las prisas ni urgencias que sí existirían en un proceso concursal.
  • Durante este tiempo se podrá pensar en futuro, en construir, en desarrollar, en positivo. Todo esto es difícil de lograr en el entorno actual de angustia en el que se encuentran la mayoría de las empresas del sector. Bastante ocupados están todos en defender el fuerte como para pensar en lo que pasa fuera del mismo.
  • Todo esto, que no es poco, depende de cómo se desarrolle la crisis global en la que nos encontramos. Está claro que si no se activa el mercado laboral, no retorna la liquidez a los mercados financieros y no vuelve la confianza en el sistema económico global, todas estos planes de viabilidad y refinanciaciones de deuda habrán supuesto echar unas paladas más de arena sobre todos estos cadáveres empresariales que existen en el mercado inmobiliario.

Sólo el tiempo nos dará la respuesta pero creo que merece la pena intentarlo. Mientras hay vida hay esperanza. Habrá muchos que se queden en el camino pero habrá otros que consigan salvar buenos proyectos empresariales. Creo que, salvo los proyectos insalvables, que no son pocos en este sector tan propenso a los desmadres empresariales y al intrusismo de aficionados tentados por los pelotazos urbanísticos, quien de verdad pueda salvar un buen proyecto, debe intentarlo.

La mayor parte de las empresas del sector inmobiliario, aunque por desgracia para todos ya no son las únicas que se encuentran en esta situación, se encuentran ante el doloroso dilema de decidirse por una de las dos únicas opciones que les quedan por elegir: o bien presentan, ante un Juzgado de lo Mercantil, un Concurso voluntario de acreedores o bien tratan de continuar adelante, con la ayuda de los bancos, durante un plazo de tiempo determinado, con la esperanza de que una reacción en el propio mercado les permita sobrevivir en el futuro.