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Final abierto en el último episodio de la saga cinematográfica de Wikileaks
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Iván Gil

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Final abierto en el último episodio de la saga cinematográfica de Wikileaks

El conflicto diplomático abierto entre Ecuador y Reino Unido debido a la negativa del Gobierno británico de permitir la extradición del fundador de Wikileaks, Julian Assange,

Foto: Final abierto en el último episodio de la saga cinematográfica de Wikileaks
Final abierto en el último episodio de la saga cinematográfica de Wikileaks

El conflicto diplomático abierto entre Ecuador y Reino Unido debido a la negativa del Gobierno británico de permitir la extradición del fundador de Wikileaks, Julian Assange, posibilitando así su salida de la embajada ecuatoriana en Londres sin ser detenido para responder ante la Justicia sueca por supuestos delitos sexuales, lleva camino de convertirse en el gran éxito cinematográfico del verano. Un asunto en el que todas las partes están jugando la carta mediática, pues a estas alturas de la película lo realmente importante para justificar una u otra actuación –asilo político o detención– es la opinión pública, tanto nacional como internacional, como reconocía el corresponsal en Londres de Telesur, Gerardo Gómez, medio favorable a los gobiernos progresistas latinoamericanos, que han hecho piña en torno a la decisión de Rafael Correa.

El dueto protagonizado por Assange y su defensor, el mediático jurista Baltasar Garzón, está poniendo sobre la mesa de esa opinión pública internacional una apelación en toda regla a la necesidad de configurar una jurisdicción internacional, acatable a nivel nacional. Esta intención es la que une a ambos personajes a primera vista tan alejados, más allá de sus comunes delirios de grandeza, en una misma estrategia común basada en la construcción de una sociedad civil internacional, que en los últimos años ha ido ganando terreno al amparo de Internet y del propio Wikileaks. Una alianza casi perfecta, e incluso creíble, entre el defensor de la justicia internacional y el activista por el derecho universal a la información si no fuese por la suma de otros actores como el Gobierno de Quito (ahora) y del Kremlin (anteriormente).

Desmantelamiento o construcción de la sociedad trasnacional

El rodaje de la batalla por estos derechos transnacionales ya no tiene vuelta atrás y lo que suceda en las próximas semanas al respecto de este último episodio de la saga cinematográfica iniciada por Assange solo será un capítulo más. Un debate necesario, pero al que le hacen un flaco favor el afán de protagonismo y el excesivo recurso a la personalización de estos dos individuos para defender unos intereses que se suponen colectivos, a pesar de que los defensores norteamericanos del realismo político en las relaciones internacionales pidan a gritos la “ejecución” del hacker australiano. Y es que los golpes a la hegemonía de Estados Unidos se están intensificando desde que se filtraron los primeros cables de la guerra de Irak, al tiempo que pusieron en tela de juicio la opacidad informativa gubernamental. Desde entonces se ha enconado cada vez más la lucha por el control de internet y la información, aunque con una clara posición de ventaja de los adversarios del acceso abierto.

Como pez en el agua, y encuadrado en la esfera del derecho universal, Garzón ha llamado al Gobierno británico a que cumpla la Convención del Estatuto de los Refugiados de la ONU, dándole ánimos a Alexis Mera, asesor del presidente ecuatoriano, para que anunciase su recurso a la Corte Internacional de Justicia “en caso de que no se solucione el problema”. Un salto cualitativo que reabre el debate sobre el papel y competencia de los órganos jurídicos internacionales.

Todavía quedan muchas incógnitas por resolver en esta enrevesada historia llena de giros inesperados, como el servicio de Assange a los gobiernos que ahora le están dando cobertura o las verdaderas intenciones de Suecia –se ha especulado con la posterior entrega del activista a Estados Unidos–, pero lo más difuso es ver cómo sale parada la libertad y cómo se resuelve la pérdida de soberanía de los estados sobre el control y el acceso a la información. O bien se producen concesiones, o bien se endurece la supervisión y vigilancia, aunque esta última opción no sería viable a día de hoy sin recuperar el temido rodillo de la censura y la represión. Sino que se lo pregunten a Bradley Manning, el verdadero germen de esta esquizofrénica batalla, que lleva en prisión más de 800 días esperando a que se celebre un juicio marcial.

El conflicto diplomático abierto entre Ecuador y Reino Unido debido a la negativa del Gobierno británico de permitir la extradición del fundador de Wikileaks, Julian Assange, posibilitando así su salida de la embajada ecuatoriana en Londres sin ser detenido para responder ante la Justicia sueca por supuestos delitos sexuales, lleva camino de convertirse en el gran éxito cinematográfico del verano. Un asunto en el que todas las partes están jugando la carta mediática, pues a estas alturas de la película lo realmente importante para justificar una u otra actuación –asilo político o detención– es la opinión pública, tanto nacional como internacional, como reconocía el corresponsal en Londres de Telesur, Gerardo Gómez, medio favorable a los gobiernos progresistas latinoamericanos, que han hecho piña en torno a la decisión de Rafael Correa.