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El 'dancehall' y la tradición homófoba de la cultura 'reggae'
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Marta Jiménez Serrano

Empecemos por los principios

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Marta Jiménez Serrano

El 'dancehall' y la tradición homófoba de la cultura 'reggae'

Cuando pensamos en la música reggae en términos simples y superficiales probablemente lo primero que se nos viene a la cabeza es un relajado Bob Marley,

Foto: Buju Banton en uno de sus conciertos. (Corbis)
Buju Banton en uno de sus conciertos. (Corbis)

Cuando pensamos en la música reggae en términos simples y superficiales probablemente lo primero que se nos viene a la cabeza es un relajado Bob Marley, rastas, porros, Jamaica, el sol en los ojos, no woman, no cry. Sin embargo, la mayoría de los grupos de reggae, que a menudo se vinculan al movimiento rastafari, han sido tachados de homófobos. Acusación que, con el transcurso del tiempo y la adquisición de derechos por parte de los homosexuales, no ha hecho sino intensificarse.

La crítica, además, aumenta en estos días veraniegos en que los festivales de reggae estivales proliferan por Europa. En unos días tendrá lugar el Rototom Sunsplash en Benicassim, máximo representante de este tipo de eventos. En Bélgica, el Festival Gee ha reunido, hace poco más de una semana, unos 65.000 espectadores. El país vecino no se queda a la zaga: allí se dieron el Garance Festival, a finales de julio, y el Reggae Sun Ska, a principios de agosto. Este último brilló gracias a la presencia de Capleton, estrella del reggae y el dancehall jamaicanos. Pero aunque estos festivales son cada vez más numerosos y la música reggae atrae a más y más adeptos, no parece haber consenso entre las opiniones de estos para con sus ídolos.

La semana pasada el grupo Tryo, muy popular en Francia, denunciaba este fenómeno en La Dépêche: “Encontramos a artistas en los festivales de Europa que preconizan la violencia, que dicen cosas como 'los homosexuales a la hoguera…' Dentro del reggae, una música supuestamente tolerante, se esconden a veces mensajes de odio”. Es verdad que el reggae, en amplio sentido, defiende un mensaje de paz y de bienestar, pero es el dancehall es que parece ser explícitamente violento y homófobo.

Una breve historia del reggae y la homofobia

El dancehall es un género de música popular jamaicana que surge en los años setenta como un tipo de reggae. Hacia los ochenta la electrónica se hizo dominante y los ritmos se volvieron más rápidos. En los noventa, artistas como Sizzla y Capleton corroboraron una poderosa conexión entre el dancehall y la cultura rastafari.

Desde sus inicios, este tipo de música ha sido criticada por su homofobia y su violencia. Ya en 1988 Buju Banton, uno de los mayores representantes del dancehall, sacó su famoso Boom Bye Bye (“metedle una bala en la cabeza a los gais (…) quemadlos como a neumáticos viejos”), muchos antes de que Capleton en 2001 animase a “quemar a los maricones” en su famosa Burn Out Di Chi Chi. Ambas canciones son verdaderos himnos para los amantes del dancehall.

Sin embargo, no queda claro si esta homofobia es exclusiva del dancehall o, aunque de manera más implícita, halla su origen en el reggae de siempre (se ha dicho, por ejemplo, que Bob Marley pegaba a su mujer). A este respecto, en 2006 (hace ya siete años) la revista Time hablaba de Jamaica como “el lugar más homófobo del planeta”, donde el código penal condena todavía la homosexualidad. Según esta revista, “los activistas por los derechos de los homosexuales atribuyen la llamarada de homofobia en Jamaica a una escena musical de reggae cada vez más brutal”.  Así, el problema no es una novedad reciente, pero aumenta a pasos ligeros.

La problemática actual

Capleton ya ha renegado del Reggae Compassionate Act, un documento que firmaron Beenie Man, Capleton, Sizzla y Buju Banton, todos ellos populares representantes del dancehall. El texto está publicado en la web y ensalza los valores de tolerancia, respeto y amor que los que suscriben afirman defender.

A los organizadores de las giras les da igual el componente homófobo de las letras

No obstante, y a pesar de haberse desentendido del manifiesto, Capleton sigue siendo la figura patriarcal de la escena del dancehall. Mathieu Davy, abogado especialista en propiedad intelectual, ha afirmado que “legislar en este tipo de casos es un quebradero de cabeza”. Como afirma el letrado, “estamos en una imprecisión jurídica entre el derecho a la libertad de expresión artística y la ofensa a la dignidad y la integridad de terceros”. Como mucho, la justicia administrativa podría invocar la turbación al orden público, lo que sería atajar el problema por los pelos.

Capleton dará un concierto el 16 de agosto en Berlín. El organizador de sus giras alemanas, Frank Stephan, así como el que gestiona sus conciertos en Francia, Michel Jovanovic, echan balones fuera. “Eso es agua pasada, ya ha explicado sus errores. Capleton es huraño pero es un hombre de palabra”, alega Jovanovic. Además, añade que siempre hay un riesgo, pero que, “tras ocho años y una veintena de conciertos, no tenemos nada que señalar. La probabilidad de que Capleton la líe es tan débil…” Termina, finalmente, desligándose de cualquier acción ilegal que el cantante pudiera cometer: “Si contraviniese la ley, sería condenado, y no le apoyaríamos más, evidentemente”.

David Auerbach Chiffrin, fundador de Tjenbé Rèd, la asociación que ha organizado la acción Stop Murfer Music en Francia, expresa su opinión con claridad: “A los organizadores de las giras les da igual el componente homófobo de las letras. Hacen como que no están al corriente, lo que es imposible”.

Ética vs. Poética

La controversia a que da lugar este comportamiento por parte de los grupos de dancehall es, no obstante, más compleja de lo que parece. Efectivamente, si en la propia isla jamaicana política y música confluyen hasta puntos en que las canciones tienen gran parte de la culpa de la marginación gay, es probable que sea necesario tomar medidas al respecto. Pero en cuanto a las giras europeas de estos cantantes, ¿hay algo que hacer? ¿Deben ser realmente censurados? Sus letras son, sin lugar a dudas, homófobas y violentas, pero en su derecho están de crearlas, igual que cualquier espectador tiene la libertad de no acudir a sus conciertos. Censurar cada obra artística que ataca u ofende a algún colectivo parece una tarea sin fin, y sin sentido. Decía Oscar Wilde que “No existe tal cosa como un libro moral o inmoral. Los libros están bien escritos o mal escritos. Eso es todo”. Acaso pueda pensarse lo mismo de las canciones.

Cuando pensamos en la música reggae en términos simples y superficiales probablemente lo primero que se nos viene a la cabeza es un relajado Bob Marley, rastas, porros, Jamaica, el sol en los ojos, no woman, no cry. Sin embargo, la mayoría de los grupos de reggae, que a menudo se vinculan al movimiento rastafari, han sido tachados de homófobos. Acusación que, con el transcurso del tiempo y la adquisición de derechos por parte de los homosexuales, no ha hecho sino intensificarse.

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