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Enfrentándose con dignidad al úlitmo momento: el capitán Francisco Asensi
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Álvaro Van den Brule

Empecemos por los principios

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Álvaro Van den Brule

Enfrentándose con dignidad al úlitmo momento: el capitán Francisco Asensi

En los tiempos que corren necesitamos hablar de gente ejemplar, de pensar en el otro, sacrificando nuestros intereses personales por el bien común

Foto: El capitán Francisco Asensi.
El capitán Francisco Asensi.

El hombre no sólo es el único animal que piensa, sino que es el único que piensa que no es un animal.

–Pascal Picq

En los tiempos que corren necesitamos hablar de gente ejemplar, de sacrificarnos por los demás, de pensar en el otro, en la colectividad, sacrificando intereses personales por el bien común. Es por ello por lo que hoy acude a estas líneas un digno representante de ese espíritu de entrega.

Decía Cicerón que la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Por definición, algo que no se conoce se ignora. Allá por los tempranos albores del siglo XX, hacia 1906, España desembarcaría en Melilla algunos destacamentos de artillería e infantería, no solamente para reforzar su presencia en el área adjudicada, como consecuencia del llamado pacto de Algeciras. La constatación de prometedoras reservas de hierro en aquel territorio apuntalaban algunas inversiones que se hacía necesario defender por las armas, no fuera a ser que algún competidor se interesara más allá de lo razonable y escamoteara lo descubierto.

Juan March y otros potentados de rancio abolengo tenían intereses personales en aquel erial que poco más daba que un sol de justicia y unas gentes con muy malas pulgas

Por aquel entonces, Alfonso XIII, en su huida hacia adelante por proteger su deteriorada imagen (el Informe Picasso le vinculaba de forma sutil y tangencial a pesar de evitar mencionar su nombre y cargo), indultó en 1924 a todos los implicados en el controvertido informe. Un acto enormemente injusto a todas luces, no solamente para con los caídos en combate que clamaban justicia desde el más allá, expropiados de su aliento vital, si no con el laborioso esfuerzo que este honesto general había aportado al expediente que daría su nombre. Tras sortear todo tipo de boicoteos e impedimentas a su extenuante labor de investigación por encontrar el origen y a los responsables de aquel desastre, Picasso vería defraudadas sus expectativas de reivindicar la voz acallada de los más de once mil hijos de España caídos en menos de dos semanas en una de las más ocultadas y censuradas acciones militares de nuestra historia.

Juan March y otros potentados de rancio abolengo tenían intereses personales en aquel erial que poco más daba que un sol de justicia y unas gentes, los rífeños, con muy malas pulgas. Cabe destacar que este contrabandista, por definirlo en términos suaves, armaría sin reparar en las consecuencias de su codicia a los integrantes de las Harkas que más tarde aniquilarían a lo más granado de la juventud española.

Pero lo que si es importante poner en valor ante aquel enorme cúmulo de despropósitos, es la entrega de algunos abnegados hombres de la milicia, que viendo acercarse a pasos agigantados la terrible instantánea de la muerte, supieron imprimir y transmitir a la tropa un sello de dignidad para enfrentar el último momento.

Muchos de estos soldados habían sufrido una formación política acelerada que los había transformado radicalmente. Los movimientos anarquistas, socialistas y otros, los despertaban a una realidad que les permitiría atisbar quién era el verdadero enemigo. Había una fuerte oposición a la guerra y aquella juventud que iba al servicio militar forzosamente y por levas, la que no podía pagar para liberarse de esta servidumbre, sentía un agravio e impotencia ante aquellos que se iban de rositas por ser “hijos de fulanito de tal”.

El regimiento democrático

Una de las compañías del regimiento África 68 tenía una combinatoria de buen mando y excelentes soldados, lo cual creaba una química infrecuente entre mando y tropa. Muchos soldados con una buena instrucción intelectual bregaban y se batían el cobre junto a otros que eran analfabetos pero que aprendían gustosos de los primeros y viceversa. A pesar de las calamidades, había camaradería. El capitán al mando fomentaba esta situación e intentaba democratizar una institución tan rígida y vertical.

Para sobrevivir a la asfixiante y hostil naturaleza no había más recurso que la de adaptarse a un medio cuyas condiciones eran extremas

Uno de los oficiales que pasaría a la historia, sin demérito de otros muchos, fue el muy honorable capitán Don Francisco Asensi Rodríguez, que al mando de una compañía adscrita al regimiento África 68 guarnecía en el año 1921 la posición de Zoco el-Telatza, posiblemente la más meridional de todas las que España tenia en el protectorado. La posición en cuestión, de haber sido advertida a tiempo de la revuelta en ciernes, podría haber tenido alguna opción de supervivencia. Pero no solamente estaba muy al sur, casi colindando con la demarcación de competencia francesa, sino que todas las comunicaciones con “el exterior” estaban prácticamente interrumpidas por las activas huestes de Abd el Krim, el que posiblemente sería el primer muñidor del Marruecos moderno y de una forma de panarabismo embrionaria.

Para sobrevivir a la asfixiante y hostil naturaleza no había más recurso que la de adaptarse a un medio cuyas condiciones eran extremas. El Rif era muy fácil de defender para los lugareños, pero difícil de ocupar para cualquier invasor. Como escenario propicio para ascensos más rápidos, que no mas fáciles, esta guerra tan contestada por la población peninsular era un lugar ideal para forjarse un buen expediente. Muchos mandos eran insensibles a las penalidades de la tropa y pedían milagros a sus extenuados y mal entrenados y equipados subordinados. No era este el caso del capitán Asensi, que era un competente gestor y un oficial sinceramente venerado por sus soldados. Su atención por la tropa y sus problemas era casi personalizada y a todos lados le seguían con los ojos cerrados, conscientes de su poderosa energía y aureola de humanidad. Era un oficial diferente.

Para entonces, las aparentemente sólidas posiciones de Abarrán, Igueriben y Annual, a través del sistema de comunicaciones del heliografo comunicaban que la situación era indefendible. Una a una habían sido arrasadas y sus defensores pasados a cuchillo. El catalogo de horrores que tuvieron que padecer los escasos supervivientes da para escribir un tratado. El ansia del general Silvestre por adelantarse a su más directo rival, el general Berenguer, en la conquista de la bahía de Alhucemas, le había hecho perder la necesaria elasticidad ante una posible retirada y se había adentrado en lo desconocido. Una larga elongación de líneas dejaba espacios muy vulnerables a los ataques de los rifeños y estos además “jugaban en casa”.

Un sacrificio sin recompensa

Cuando el 21 de julio la compañía del capitán Asensi llego al Zoco el-Telatza (el mercado de los martes), el panorama era desolador. Las provisiones y las municiones estaban en mínimos inaceptables. Visto lo cual y después de calcular que perecerían en su totalidad los defensores ante una acción enérgica por parte de los kabileños o por hambre y sed, decidieron abandonar el campamento al amparo de la niebla la madrugada del día 25 de julio.

Nadie de la guarnición francesa, que estaba a tiro de piedra hizo nada por evitar aquella masacre

Durante casi toda la noche hubo fuego cruzado por ambas partes pero no se llegó al temido cuerpo a cuerpo. Aunque el hostigamiento era incesante se pudieron “guardar los muebles” hasta el amanecer. Fue entonces cuando ya cerca de las avanzadillas francesas el capitán y el casi centenar de soldados que le acompañaban en un repliegue escalonado y ordenado, cayeron hasta el ultimo hombre mientras el alba se manifestaba en toda su grandeza en el cielo africano. Este repliegue había sido competentemente llevado hasta ese fatídico momento en que un nutrido fuego había dislocado el orden de la tropa. Desde la zona aledaña al fuerte francés donde los españoles buscaron refugio, el capitán Alonso Estringana (16 medallas al merito militar, un caso único en la historia del ejercito español), ya a salvo, vería como a un kilómetro de su posición una horda compuesta por más de dos mil turbantes caería sobre la pequeña compañía de su amigo Francisco Asensi Rodríguez. Nadie de la guarnición francesa, que estaba a tiro de piedra hizo nada por evitar aquella masacre, y eso que eran “amigos”.

En las inhóspitas y desérticas arenas del Rif marroquí, quedarían enterrados los sueños de una generación de jóvenes españoles, mientras miles de cadáveres sin recuperar dormirían por largos años expuestos ante la gran bóveda estelar.

Aquellos soldados entregados a las fauces del gran lobo feroz, y sus muy dignos oficiales abandonarían sus cuerpos en busca de un rumbo mejor. Los que consiguieron sobrevivir, en muchos casos perderían el habla o el juicio bajo las consecuencias del shock traumático producido por las dantescas situaciones que tuvieron que padecer. Mientras tanto, en Melilla la alta oficialidad jugaba en el casino local embutidos en sus lustrosas botas.

Quizás, si en vez de ocupar el protectorado “manu militari” se hubiera implicado a la jerarquía rifeña en la gestión administrativa de su territorio, no habría sucedido que se cogieran el cabreo mayúsculo que derivó en aquella humillante derrota.

Algunos años más tarde, la legión al mando de un comandante de nombre Franco, los regulares y la aviación con sus nuevos Breguet llenos de bombas de fosgeno e iperita, vengarían con una violencia extrema la crueldad de aquel caudillo rifeño que abrió las puertas del infierno y despertó la conciencia de una nación.

In memoriam.

P.D. Mi agradecimiento al Sr. Jorge Garrido Laguna, bisnieto del capitán, por la impagable ayuda proporcionada para la confección de este articulo. Algunas referencias han sido tomadas del blog titulado "Capitán Francisco Asensi".

El hombre no sólo es el único animal que piensa, sino que es el único que piensa que no es un animal.