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Soraya, Rajoy y la lealtad del número dos
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Sonia Franco

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Sonia Franco

Soraya, Rajoy y la lealtad del número dos

Desde que el pasado diciembre Mariano Rajoy nombró a Soraya Sáenz de Santamaría vicepresidente única, han corrido ríos de tinta. Que si es demasiado joven, que

Foto: Soraya, Rajoy y la lealtad del número dos
Soraya, Rajoy y la lealtad del número dos

Desde que el pasado diciembre Mariano Rajoy nombró a Soraya Sáenz de Santamaría vicepresidente única, han corrido ríos de tinta. Que si es demasiado joven, que si le falta experiencia, que si no tiene el colmillo lo suficientemente retorcido, que cómo se las va a arreglar para poner orden entre miuras como De Guindos o Montoro… En fin, de todo un poco. Sin embargo, viniendo Rajoy de dónde viene –fue candidato y es presidente a raíz de una elección de José María Aznar entre una terna– y viviendo lo que ha vivido –ocho años de travesía del desierto en la oposición con muchas y variadas tormentas de arena– no es difícil entender su decisión: ha optado por dormir tranquilo.

Sáenz de Santamaría es una número dos de libro en muchos aspectos. Hay quién la define como una creación del propio Rajoy, que la apadrinó tras entender que aquella chica empollona, increíblemente trabajadora y discreta tenía madera. Su lealtad y su impecable trabajo a la sombra del jefe durante todo el accidentado camino a la Moncloa hicieron el resto.

Cualquier persona que haya tenido alguna vez equipos a su cargo, y se haya visto en la tesitura de elegir un número dos, sabe lo importante que es esa decisión. De hecho, de ella puede depender el éxito de un líder. ¿Cómo acertar entonces con la elección?

-Confianza absoluta. Es la clave. Si el número uno no se puede ir a la función de Navidad de su hijo o desconectar el móvil mientras se desliza por las pistas de esquí, es que no ha acertado con su segundo. Claro que eso implica saber delegar…

-Complementariedad. Lo ideal es que ambos perfiles se complementen, que uno cubra las lagunas del otro, sin llegar a ser opuestos. Si es así, incluso pueden jugar el papel de poli bueno y poli malo, a veces tan necesario en entornos laborales.

-Saber tomar decisiones. Un número dos que tiene que consultarlo todo no es de gran ayuda. Ser jefe implica tomar constantes decisiones -aunque algunas sean equivocadas-, resolver los problemas, ocuparse de los detalles… La estrategia es cosa del número uno.

-Tener buena mano con el equipo. Si el número dos no se entiende con los demás miembros del equipo, malo. Estos tendrán la tentación de puentearle e ir con sus problemas directamente al jefe. Por otro lado, no debe pretender aislar al líder, que debe recibir la información necesaria sobre lo que ocurre a su alrededor para poder tomar decisiones.

-Tener ideas propias. La tentación de muchos jefes es nombrar cabo furriel al pelota máximo, el que le dora la píldora y le asegura que todo lo hace de maravilla mientras los demás están equivocados. Lo malo es que estas personas suelen carecer de ideas propias y no aportan valor a una organización.

-La dosis justa de ambición. Éste punto es complicado. Cuando alguien acepta una responsabilidad mayor a la que tenía anteriormente es porque tiene ambición. Sí, pero ¿cuánta? ¿Tanta como para ponerle la zancadilla a la persona que lo ha nombrado y ha confiado en él? Lo ideal es que ambos, jefe y subjefe, sean capaces de hablar con sinceridad de ella desde el principio y, a ser posible, trabajen juntos en un plan de carrera.

Vale. Ya tenemos a un número dos casi perfecto. Pero para poder realizar bien su trabajo es necesario que el jefe se lo permita. ¿Cómo?

-Delegar, pero de verdad. El número uno deberá morderse la lengua mientras su segundo aprende. Y éste cada vez se equivocará en menos decisiones.

-Apoyarle ante el equipo. Los trapos sucios deben lavarse en privado. Si hay discrepancias entre los dos, mejor discutirlas a solas.

-Tratarle con sinceridad. Es muy importante que el número dos reciba un feedback constante sobre sus actuaciones, sobre todo al principio. Eso sí, de una manera constructiva.

-Actuar como mentor. Es más fácil si existe una diferencia importante de edad. Cuesta imaginarse a Emilio Botín como mentor de Alfredo Sáenz cuando ambos llevan más o menos los mismos años de carrera bancaria. Pero no es difícil creer que Amancio Ortega le ha dado buenos y constantes consejos a Pablo Isla antes de nombrarle sucesor al frente de Inditex. E incluso después.

Un buen amigo mío, que ya se ha visto en el trance de tener que elegir segundo de a bordo en diferentes ocasiones -no siempre con acierto-, lo resume así: “Un buen número dos debe resolver todos esos problemas que no deberían llegar al número uno. Así éste puede olvidarse de los detalles y ocuparse de la visión general y de la estrategia. Un número dos no debe pensar que, al resolver tantos problemas, su verdadero puesto es ocupar el número uno, porque entonces se dedicará a urdir tramas”.

Al final, todos estos mandamientos se resumen en uno: lealtad. En las dos direcciones. Y es probable que eso fuese lo que pensó Rajoy cuando eligió a Soraya.

Desde que el pasado diciembre Mariano Rajoy nombró a Soraya Sáenz de Santamaría vicepresidente única, han corrido ríos de tinta. Que si es demasiado joven, que si le falta experiencia, que si no tiene el colmillo lo suficientemente retorcido, que cómo se las va a arreglar para poner orden entre miuras como De Guindos o Montoro… En fin, de todo un poco. Sin embargo, viniendo Rajoy de dónde viene –fue candidato y es presidente a raíz de una elección de José María Aznar entre una terna– y viviendo lo que ha vivido –ocho años de travesía del desierto en la oposición con muchas y variadas tormentas de arena– no es difícil entender su decisión: ha optado por dormir tranquilo.