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Cómo burlar la censura en un museo español
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Peio H. Riaño

Animales de compañía

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Peio H. Riaño

Cómo burlar la censura en un museo español

El caso MACBA es un nuevo atropello a la dignidad de la autonomía cultural en las instituciones públicas. Su director retira una obra y firma en contra de la censura de las cerillas en el Reina Sofía

Foto: Enrique Marty realizó esta pieza en 2008, titulada 'Diorama de abducción', para la exposición 'Esculturismo'. (PACO GÓMEZ)
Enrique Marty realizó esta pieza en 2008, titulada 'Diorama de abducción', para la exposición 'Esculturismo'. (PACO GÓMEZ)

Tal y como se acuerda, el artista entra en la sede de la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid cinco minutos antes de la rueda de prensa de la exposición en la que participa con otros diez artistas más. Cruza entre los periodistas convocados, no le reconocen, sigue su camino hasta la primera planta. Llega a la estancia en la que su ayudante, en los últimos días, ha levantado un bosque tupido con una luz cegadora al fondo. Dos figuras, pequeñas, trajeadas, caminan hacia ella. Las esculturas han sido las últimas piezas en entrar en la sala Alcalá 31. Se acerca a sus criaturas y retira las caretas de tigre y león que les cubren la cara desde hace dos días. Son Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón.

La presidenta de la Comunidad y el alcalde de la capital airean públicamente sus rencores y hasta dónde están se zurrarán a pesar de trabajar para las mismas siglas políticas. En 2008, la actualidad política está pendiente del beso de Judas entre ambos, en los escasos actos en los que coinciden. Al artista, de origen salmantino y con residencia en la Ciudad Universitaria, le llama la atención el grado de violencia y el ridículo espectáculo que ofrecen los dos personajes madrileños.

Los periodistas avanzan en su recorrido por la planta inferior, guiados por el comisario y la anfitriona, la directora general de Bellas Artes, del Libro y Archivos. Cuando la prensa está a punto de ascender por las escaleras que dan a la estancia con los dos seres de látex, uno de los empleados de la consejería se acerca y susurra algo al oído de la responsable de políticas culturales. Ella se excusa y abandona la marcha.

Ya en la sala, leen la cartela de la instalación: "Diorama de abducción", fecha y autor. No hay referencia a quiénes protagonizan esa marcha cómplice y cariñosa hacia la luz. Distinguen dos figuras de espaldas, avanzan hacia ellas esquivando las ramas y la noticia corre como la pólvora. Las ediciones digitales de los periódicos de papel publican a los pocos minutos la imagen de la entrañable pareja.

La aparición de la instalación en los medios de comunicación logra mantenerla a salvo de la ira de los responsables políticos de la Consejería de Cultura, que dejan abierta dos meses la exposición, pero que deciden esa misma tarde no inaugurarla por sentirse "decepcionados" con la obra del artista y la actitud del comisario.

Las caretas son el último paso de un año de trabajo que se ha mantenido en la más estricta independencia de los despachos de la sala de exposiciones, con el objetivo de burlar a la censura política y proteger el derecho a la libertad de expresión del artista. Ante el riesgo que supone señalar y cuestionar a un político español en su propia casa, comisario y creador deciden hacer del proceso de creación y exposición en una institución pública, el sentido de la obra de arte.

Antes, el proyecto se aprueba con los nombres de los participantes; la Comunidad indica el presupuesto para producción de obra, montaje y catálogo; la responsable de las exposiciones aprueba las piezas que formarán la muestra; también dan el visto bueno al diseño y los textos del catálogo.

Para burlar todos estos controles capacitados para apartar una obra de la exposición -a pesar de haber sido aprobada-, con la excusa de rechazar todo lo que no cumpla con "la línea editorial de la institución", comisario y artista preparan un texto ambiguo en el que se evitan los nombres de los dos políticos.

El artista explica en el catálogo que no quiere cerrar completamente el significado de la obra, porque entonces cualquier interpretación del espectador quedaría invalidada, y le interesa que cada uno encuentre la suya. Además, quiere desvelar la hipocresía de los artistas que hacen crítica social cerca del poder.

No importa que el artista sea Enrique Marty y el comisario quien escribe, la anécdota tuvo final feliz porque se burló el mecanismo de censura implantado en las instituciones, desde una sala de exposiciones a un gran museo de arte contemporáneo como el MACBA. La censura ejecutada hace unos días por su director, Bartomeu Marí, es una nueva prueba de que la libertad de expresión en este país está en los huesos.

El arte se convierte en la víctima más débil cuando se sale del camino de la decoración y se empeña en el cuestionamiento de lo que le rodea. El arte debe ser un elemento fuera del control político; las instituciones culturales son un instrumento a favor de la soberanía social, no otra máquina de propaganda política. El arte sólo responde ante la ley. Quien no defienda la libertad en los museos debe abandonarlos inmediatamente. Quien crea que la autocensura es el camino para sobrevivir a la censura debe colgar su disfraz de artista.

Lamentablemente, el caso MACBA es un nuevo atropello a la dignidad de la autonomía cultural en las instituciones públicas. Hemos descubierto las graves incoherencias de Bartomeu Marí, que como presindete del Comité Internacional de Museos y Colecciones de Arte Contemporáneo (CIMAM), impulsó hace sólo unos meses, en el caso de las cerillas del Museo Reina Sofía, una carta que denunciaba "el intento de censura" de una obra de arte y las "presiones" de un grupo religioso. En el comunicado se mostraba el apoyo a la independencia del director del centro, Manuel Borja-Villel, que declaró -en una dudosa defensa de la libertad de expresión de la obra- que el museo no era responsable del contenido que mostraba.

Tal y como se acuerda, el artista entra en la sede de la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid cinco minutos antes de la rueda de prensa de la exposición en la que participa con otros diez artistas más. Cruza entre los periodistas convocados, no le reconocen, sigue su camino hasta la primera planta. Llega a la estancia en la que su ayudante, en los últimos días, ha levantado un bosque tupido con una luz cegadora al fondo. Dos figuras, pequeñas, trajeadas, caminan hacia ella. Las esculturas han sido las últimas piezas en entrar en la sala Alcalá 31. Se acerca a sus criaturas y retira las caretas de tigre y león que les cubren la cara desde hace dos días. Son Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón.

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