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Con él España aprendió a follar
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Peio H. Riaño

Animales de compañía

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Peio H. Riaño

Con él España aprendió a follar

El sexo fue fundamental en el pacto democrático del 78, que trajo el derecho a la diferencia, la libertad de expresión y acabó con la actividad represora. El cineasta avanzó el final del régimen de la culpa

Foto: Fotograma de la película 'Intruso' (1993), con Victoria Abril.
Fotograma de la película 'Intruso' (1993), con Victoria Abril.

En los archivos se guarda la perspectiva. 23 de marzo de 1977, correspondencia en la Dirección General de Coordinación Informativa. Un funcionario informa por escrito de un hecho alarmante, la venta de un libro: “Según noticias recibidas por esta oficina, en la librería Visor de la calle Isaac Peral, número 18 de la esquina con Donoso Cortés, se han vendido ejemplares de Cuando yo era un exiliado, que incluso se exhibían en el escaparate. De igual modo, a pesar de que no hayamos recibido todavía la confirmación, se tiene noticia de la venta del susodicho libro en la librería Galaxia y Alberti”. El autor, José Ignacio Domínguez Martín-Sánchez, formó parte de la Unión Militar Democrática, organización clandestina de militares contrarios al franquismo.

El mismo año, Vicente Aranda estrenaba Cambio de sexo, un drama sobre la represión de la orientación sexual, en el que Victoria Abril -musa y ariete que provocó las peores migrañas de los bragafajas- interpreta a José María. Bibiana Fernández lo acompaña en la revelación de María José. El padre de José María no acepta la posibilidad de María José, así que lo lleva a un cabaret con estriptis donde se encuentra con el espectáculo: “Son las doce de la noche, la hora de Bibi Andersen, un misterio de la naturaleza. El enigma biológico de nuestro siglo, el suspense hecho carne”. Con la presentación de la actuación, Aranda despachaba de un brochazo el ambientazo postfranquista. La madre obliga a José María, como si espetara al resto de españoles: “Mira, no te lo pierdas”.

Mira, no te lo pierdas más. Había llegado el momento de empezar a mirar sin miedo, sin culpa. Sí, Sancho Panza tenía razón: “Somos lo que comemos”, y lo que leemos, lo que oímos y lo que vemos. Pero también lo que no comemos, lo que no leemos, lo que no oímos y lo que no vemos. Mejor dicho, lo que no nos dejan comer, leer, oír y ver. Desgraciadamente, la historia de la humanidad no es el relato de una libertad compartida por hombres y mujeres. Más bien es la lucha colectiva por la conquista de la libertad, en especial en un país como el nuestro, con una secular inclinación a censurar todo lo que no sea aprobado por el poder.

El proceso de democratización avanzaba en un país sin dictador, pero con costumbres dictatoriales. La censura y los embargos continuaban a falta de una Constitución y Aranda irrumpía con este buldócer que sacaba a la luz la España ocultada y cuestiona la “normalidad”. Viejas palabras que vuelven una y otra vez. Aranda se levanta contra el silencio para demostrar que la normalidad es lo menos normal, que la anormalidad no es “un misterio de la naturaleza”, que la unidad de pensamiento es la angustia de la individualidad.

Aranda desacralizó el sexo. Aclaró, entre otras cosas, que las mujeres también podían disfrutar, que el pecado y la culpa son la mayor máquina represiva jamás inventada. Ahora lo vemos como porno barato, como los delirios de un viejo verde. Puede ser. Pero exponer la intimidad de un país reprimido no es desvelar los secretos de cama. Lo barato de la realidad es la verdad, aunque incomode. Aranda cuestionó aquella España y todo lo que suponía su negra sombra que convirtió la marginalidad en una opción. Lo hizo con ironía y sarcasmo, con aciertos y fallos, fue vulgar y ruidoso a veces, molesto y necesario.

La explosión de formación e información al precio que fuera no duró mucho. Después de su siguiente película, La muchacha de las bragas de oro (1979), España entró en un nuevo orden, enunciado por Javier Solana, entonces ministro de Cultura del PSOE: “Tradicionalmente lo que aparece como objetivo de la izquierda era alterar el orden, la revolución […] Hoy sabemos por numerosas experiencias que esa alteración del orden permitía despreciar intereses culturales humanistas y materiales muy arraigados y lícitos. Hoy existe una revalorización del concepto de seguridad”. Palabras de 1984 contra la ingobernabilidad de la cultura. Era el momento de volver a meter a las fieras al redil para sacarle provecho. Nacía un nuevo país, una nueva España con menos ambiciones. Una en la que escribir “follar” en un titular no suscitaría interés alguno.

En los archivos se guarda la perspectiva. 23 de marzo de 1977, correspondencia en la Dirección General de Coordinación Informativa. Un funcionario informa por escrito de un hecho alarmante, la venta de un libro: “Según noticias recibidas por esta oficina, en la librería Visor de la calle Isaac Peral, número 18 de la esquina con Donoso Cortés, se han vendido ejemplares de Cuando yo era un exiliado, que incluso se exhibían en el escaparate. De igual modo, a pesar de que no hayamos recibido todavía la confirmación, se tiene noticia de la venta del susodicho libro en la librería Galaxia y Alberti”. El autor, José Ignacio Domínguez Martín-Sánchez, formó parte de la Unión Militar Democrática, organización clandestina de militares contrarios al franquismo.

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