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Paesa, el mayor timador de la democracia
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Carlos Prieto

Animales de compañía

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Paesa, el mayor timador de la democracia

Alberto Rodríguez presenta este sábado en San Sebastián su 'biopic' sobre Francisco Paesa, el espía que estafó a Roldán y al felipismo. ¿Cómo logró tomar el pelo a todo el mundo?

Foto: Francisco Paesa (Montaje: Enrique Villarino)
Francisco Paesa (Montaje: Enrique Villarino)

Llamar “espía” a Francisco Paesa es un poco como llamar “playboy” a Julio Iglesias o “empresario” a Fofito; sí, lo son, pero sería mucho más preciso llamarles “timador”, “cantante” y “payaso”, respectivamente. 

Francisco Paesa es estafador a tiempo completo y agente secreto en sus ratos libres, y siempre ha sido así, lo que no coloca en buen lugar a la administración (felipista) que lo convirtió en icono del espionaje español en los años ochenta y noventa, como cuenta Alberto Rodríguez en 'El hombre de las mil caras', estupendo 'biopic' sobre Paesa que se presenta este sábado en el Festival de San Sebastián. 

Tráiler del filme

En efecto, mucho antes de que Paesa tendiera una trampa a ETA que acabó en la operación Sokoa (1986) y de que entregara al fugado Luis Roldán al Estado (1995), el muchacho era ya un modélico profesional de la estafa. Corría el remoto 1968 cuando un joven Paesa de 32 años perpetró su primer gran timo internacional: abrir un banco trucho en la Guinea recién descolonizada. “Paesa consigue de las autoridades guineanas el sueño de todo estafador: una máquina de fabricar dinero. Porque, aunque el banco es privado, con su habilidad, Paesa ha logrado el permiso de emitir y acuñar moneda”, cuenta el periodista Manuel Cerdán en el libro -'Paesa, el espía de las mil caras'- que sirve de base al filme. 

Paesa iba tan a saco en Guinea que acabó chocando con los intereses de otros empresarios y prohombres de la metrópoli. El presidente/dictador Francisco Macías fue advertido por los españoles -en concreto, por el abogado y asesor presidencial Antonio García Trevijano- de que Paesa le estaba tangando. Pero Paesa negó la mayor, se hizo el indignado y prometió ingresar inmediatamente su inversión en el banco guineano: un millón de dólares en oro. El oro  llegó días después al aeropuerto de Conakry, en unos baúles sellados, y Paesa pidió una escolta armada para trasladarlo al banco; pero el ministro guineano de Transportes no se fio y decidió abrir los baúles a machetazos; dentro había oro, en efecto, pero del que cagó el moro: los baúles estaban lleno de libros y papeles… A Paesa le habían pillado con el carrito del helado, pero la fiesta no había hecho nada más que empezar.  

El espionaje siempre necesita el concurso de personajes de la catadura moral de Paesa para llevar a cabo operaciones escabrosas


Era solo el espectacular inicio de la pletórica carrera de Paesa como ilusionista: las decenas de timos que vendrían después bascularon entre la sofisticación -operaciones de ingeniería financiera y tráfico de armas- y la astracanada -de lograr el estatus de inmunidad diplomática como embajador en Ginebra de, ejem, Sao Tomé y Príncipe; a la fabricación en Cartagena de un vodka llamado “Paesa” para el mercado ruso. Con un par. 

Paradójicamente, que la cosa acabara como el rosario de la aurora en Guinea no hizo más que aumentar el prestigio de Paesa en el gremio (de los alcantarillados del Estado). El chico prometía. “Su osadía hace que los servicios secretos de Carrero Blanco valoren más su capacidad profesional… El espionaje siempre necesita el concurso de personajes de la catadura moral de Paesa para llevar a cabo operaciones escabrosas fuera de las fronteras”, narra Cerdán en su libro. Perfil ideal, pues, para que Francisco Paesa hiciera carrera en los locos ministerios del Interior del felipismo; recuerden: eran los años de los GAL, los fondos reservados y la estrepitosa fuga del director general de la Guardia Civil (Roldán) tras vaciar la caja.

El filme de Rodríguez se centra precisamente en como Paesa, en su doble condición de espía al servicio del Estado y estafador al servicio de sí mismo, logró tangar al Gobierno del PSOE y a Roldán. Paesa es aquí la novia en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro. Primero, ayuda a Roldán a fugarse de España. Segundo, esconde el botín que Roldán había amasado vía fondos reservados. Tercero, pacta la entrega de Roldán con el ministro del Interior, Juan Antonio Belloch. Cuarto, cobra 300 millones de pesetas del Estado por el trabajito. Quinto, se queda con el tesoro de Roldán.

placeholder Portada del libro de Cerdán
Portada del libro de Cerdán

Cuando se descubrió que la ‘detención’ policial de Roldán en Laos/Tailandia -vendida por Belloch en una espectacular rueda de prensa propagandística- había sido en realidad un paripé montado (y cobrado) por Paesa, se montó la de dios. 

Y es aquí donde viene el gran enigma de esta historia: ¿de verdad pensaba el PSOE que un tipo que se dedicaba a la estafa 24 horas al día/7 días a la semana no le iba a tomar el peluquín? Por lo que cuenta Cerdán en el libro, a Belloch le obsesionaba que Paesa le engañara, así que no es que el PSOE pecara de ingenuidad, es que pecó de chapucero. Nadie se molestó en comprobar que los papeles de Laos -en los que las autoridades del país asiático se comprometían a entregar a Roldán a España- eran más falsos que una balada de Mili Vanilli: los había escrito Paesa recurriendo a unos sellos oficiales… de chufla.

Como falso era que Roldán hubiera estado alguna vez en Laos.

Y como trucho era el policía de Laos que entregó a Roldán a la policía española en el aeropuerto de Bangkok, en una escena digna de ‘El golpe’ que marcó a toda una generación de niños nacidos en democracia: el agente de Laos era en realidad un vietnamita disfrazado que Paesa había conocido en un bar parisino, bautizado para la ocasión como el Capitán Khan, en un disparatado guiño de Paesa a los Chiripitifláuticos. Risas.

Pero, claro, ¿qué es más hilarante? ¿Qué Paesa se ría del Estado y nos robe nuestro dinero o que el Estado le contrate de chico para todo? Celtiberia 'show'. 

 

Llamar “espía” a Francisco Paesa es un poco como llamar “playboy” a Julio Iglesias o “empresario” a Fofito; sí, lo son, pero sería mucho más preciso llamarles “timador”, “cantante” y “payaso”, respectivamente.