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Por qué nunca leerás entera una novela del asombroso William T. Vollmann
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Alberto Olmos

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Por qué nunca leerás entera una novela del asombroso William T. Vollmann

Se publica en España 'La familia real', un millar de páginas sobre el mundo de la prostitución que cierran la trilogía sobre el tema de uno de los autores más extravagantes del panorama literario actual

Foto: William T. Vollmann.
William T. Vollmann.

¿Usted se ha acabado alguna vez una novela de 1.000 páginas? Una pregunta similar se me ha pasado por la cabeza estos días mientras me musculaba leyendo 'La familia real', de William T. Vollmann, que excede en 64 páginas el millar. La abría y la cerraba, la pasaba de una mano a la otra, la dejaba sobre una mesa y la miraba desde lejos como mira uno las biblias de los hoteles. ¿Por qué yo, Señor?

Foto: Elvira Navarro (i)y Adelaida García Morales (d). (EC) Opinión

Pensaba también en ciertos libros monumentales que, de vez en cuando, todo el mundo parece estar leyendo: '2666', de Roberto Bolaño; 'La broma infinita', de David Foster Wallace (ambos reeditados estos días); en las novelas, menos populares, de William Gaddis ('JR', 'Los reconocimientos', 'Su pasatiempo favorito'); incluso en alguna obra de Rafael Chirbes, como 'En la orilla', cuyas cuatrocientas y pico áridas páginas estarán ya en la décima edición. ¿Realmente leemos enteros estos libros? Díganme que no, que es lo que quiero oír.

Los periodistas y los críticos, también los blogueros, se hacen con un ejemplar de la novedad desproporcionada y, en dos días, obligados por la prisa profesional, son capaces de: a) hacer una entrevista a su autor, b) escribir una reseña del libro y c) recomendarlo vivamente. Todo ello, qué duda cabe, sin haberse leído completo el libro, pues solo la tarea de pasar sus páginas una a una (imaginen lo que es pasar una a una 1.000 páginas, por favor), ocuparía toda la tarde, y la mayoría de nosotros tenemos otras cosas que hacer, aparte de pasar páginas.

Así las cosas, el lector incauto o enteradillo se compra el tocho recomendado por alguien que no lo ha leído, y lo primero y único que hace es fotografiarlo con su móvil y subir la imagen a Twitter para despertar algún rencor entre todos aquellos que no se pueden permitir gastar 30 euros en un libro. Después de fotografiarlo, ¿lo leen? Si tenemos en cuenta que a la semana siguiente están subiendo la foto de otro libro de 1.000 páginas, la respuesta parece clara.

Valga lo anterior para decirles que me he leído 146 páginas de 'La familia real', apenas un 15%, y que se lo voy a recomendar con mucho entusiasmo.

La reina de las putas

Dice Ricardo Piglia que todas las novelas negras son buenas en sus primeras 30 páginas. 'La familia real' es una buena novela negra, aunque un poco salida de madre. El detective protagonista tiene un hermano y ambos trabajan en paralelo para el mismo hombre. Mientras el detective busca por los bajos fondos de San Francisco a “la reina de las putas”, su hermano organiza el Circo Femenino, un 'show' erótico que tiene intención de instalar en Las Vegas. La asiática Irene, cuñada del detective, completa el triángulo más viscoso que amoroso de una historia que podríamos encuadrar entre el Charles Bukowski más tierno y el Richard Ford más circulatorio (el de 'Acción de gracias', donde apenas se baja del coche). La ciudad de San Francisco, en efecto, se recorre minuciosamente en esta novela, y la librería City Lights sale como 15 veces.

"Leer por el mero hecho de decir que lo has hecho es hacer trampas. Hay que disfrutarlo"

“Leer por el mero hecho de decir que lo has hecho es hacer trampas. Hay que disfrutarlo”, dice uno de los personajes de la novela, no sabemos si con paternalismo extensible a los propios lectores de 'La familia real' y de otras obras de William T. Vollmann, el gran inadaptado —vayamos con eso— de la literatura universal.

Muerte y travestismo

Vollmann hace pivotar su descomunal obra sobre un trauma infantil de escalofriante enunciado: su hermana pequeña, de seis años de edad, murió ahogada cuando él, de nueve, había sido encargado por sus padres de vigilarla. De ahí a hacerse fotos apuntándose con una pistola a la cabeza había poca distancia.

La biografía de Vollmann no da tregua al asombro: viaje a Afganistán en pleno conflicto en los años ochenta; investigado por el FBI por su relación con Unabomber; afición a vestirse de mujer que dio lugar a 'El libro de Dolores' (su álter ego femenino) y a que muchos de sus lectores le retiraran su afecto; autor de una de las obras más extensas de la historia de la no ficción, 'Rising Up and Rising Down'... ¡3.352 páginas! Además —y esto quizá sea lo peor— no utiliza ni tarjetas de crédito ni teléfono móvil.

Vollmann viajó a Afganistán en pleno conflicto en los años ochenta, fue investigado por el FBI por su relación con Unabomber y le gusta vestirse de mujer

La suerte de William T. Vollmann en España ha sido escasa. Ni siquiera tiene página propia en nuestra versión de la Wikipedia. Después de algunos libros inencontrables en El Aleph Editores, su extraordinaria 'Europa Central' (Literatura Random House) sigue dando miedo desde los estantes de las librerías. Tanto, que ha tenido que esperar a la aparición de la pequeña editorial Pálido Fuego para que otros libros suyos se tradujeran.

José Luis Amores, su fundador, es también el traductor de muchas de las obras que publica Pálido Fuego, entre ellas, las dos de Vollmann que incluye su catálogo.

Un héroe, José Luis Amores. Por todo. Por llevar una editorial casi en solitario, por competir con los grandes sellos en la contratación de los mejores escritores estadounidenses y por traducirse palabra por palabra el medio millón largo que debe de tener 'La familia real'.

Además de leerlo, hay que disfrutarlo, nos advirtieron más arriba. Disfrutarlo, se disfruta; acabar de leerlo ya es otra historia.

¿Usted se ha acabado alguna vez una novela de 1.000 páginas? Una pregunta similar se me ha pasado por la cabeza estos días mientras me musculaba leyendo 'La familia real', de William T. Vollmann, que excede en 64 páginas el millar. La abría y la cerraba, la pasaba de una mano a la otra, la dejaba sobre una mesa y la miraba desde lejos como mira uno las biblias de los hoteles. ¿Por qué yo, Señor?

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