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Hasta luego don Claudio Carudel, un maestro nunca se va
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José Félix Díaz

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José Félix Díaz

Hasta luego don Claudio Carudel, un maestro nunca se va

Se dice de casi todo el mundo pero en este caso los elogios son pocos. El domingo pasado por la tarde se iba Claudio Carudel, un

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Hasta luego don Claudio Carudel, un maestro nunca se va

Se dice de casi todo el mundo pero en este caso los elogios son pocos. El domingo pasado por la tarde se iba Claudio Carudel, un hombre bueno, una persona que transmitía cordialidad, educación y sabiduría. Bastaba un paseo por cualquier rincón del hipódromo de La Zarzuela para recibir una lección de la vida, de las carreras de caballos o de fútbol. Daba lo mismo. Llegó con 19 años a los hipódromos españoles y jamás se marchará. Aterrizó como Claude pero muy pronto se dio cuenta que su nombre tenía que ser el de Claudio, como un español más, ni francés como decía su nacimiento, ni inglés como afirmaba si origen.

Nacido en Chantilly el 12 de abril de 1938, galopó por nuestras pistas por primera vez en junio de 1957 para montar a 'Abe de Fuego' en el Gran Premio de Madrid. Ya no se marchó, ni lo hará porque Claudio Carudel ocupará para siempre un lugar destacado en la historia del deporte español. Las casi 1.451 victorias, las 18 veces en las que ganó la estadística española de jockeys, las peleas en la pista con Román Martín o con Ceferino Carrasco, la maestría de sus montas en espera, la multitud de grandes premios ganados, la simpatía, la cordialidad y, en especial, esa condición de maestro de todos los que han venido tras él, le convierten en algo irrepetible, único, pero no sólo para el hipódromo, también para el deporte español.

Conocido como el 'Rubio de Oro' por su color de pelo y sus muchos triunfos o 'El Pasmo' por la frialdad que tenía a caballo, su imagen ha sido durante décadas la de las carreras de caballos en España. Nadie discutía esa condición. Es lo que tiene ser un líder desde la autoridad que da el convencimiento y no desde los gritos y malos gestos.

Para disgusto de Mari Carmen se jugó la vida durante 51 años, así lo hacen todos los jockeys día tras día desde las seis de la mañana en el momento en el que se suben a un caballo y pasan hambre para poder dar el peso al domingo siguiente. Siempre lo hacía con clase, marcando estilo, dándolo todo en un hándicap desdoblado o en la Copa de Oro. Le daba igual. Tenía un compromiso y lo cumplía ya fuera a lomos de 'Chacal', 'Todo Azul' o en una carrera de venta. "No podía defraudar a la gente, a los aficionados", comentaba el jockey que montó para Beamonte, Villapadierna y durante 21 años para la chaquetilla de la cuadra Rosales de la familia Blasco. "Un jinete debe evitar perder una carrera que tiene que ganar", señalaba como una de sus máximas.

No pudo cumplir su sueño de figurar entre los tres primeros en el Arco de Triunfo con un caballo español pero disfrutó de su profesión, tanto que siempre tenía un consejo para todo aquel que se iniciaba en esto del Turf. Ídolo de muchos, entre ellos yo, tuve la suerte de conocerle de la mano de José Luis Martínez, su sucesor dentro de los hipódromos españoles. Durante esa hora de charla en la cantina del hipódromo con mi amigo Rafa de testigo, me limité a escuchar y a poder decir después que había estado entre dos de los elegidos. "José, tranquilo, los caballos ya vendrán. Ahora despacio, ten pocos caballos y no como yo que empecé a entrenar con muchos. Te vuelves loco. Tranquilo. Poco a poco", decía Claudio. Meses después me vio por el hipódromo y vino a saludarme y a preguntarme por su Real Madrid. Y así cada vez que nos veíamos en el hipódromo, la última hace mes y medio el día que 'Opikkopi' se llevó el Beamonte.

Disfrutó hasta el último día de lo que le gustaba, de las carreras de caballos, del turf, de esa fusta de oro que entregó a los propietarios de 'Matusalén' el día de su gran premio, el de Don Claudio Carudel, ese señor que enseñó a todos que de vez en cuando las carreras de caballos pueden ser una obra de arte. Descansa en paz.

Se dice de casi todo el mundo pero en este caso los elogios son pocos. El domingo pasado por la tarde se iba Claudio Carudel, un hombre bueno, una persona que transmitía cordialidad, educación y sabiduría. Bastaba un paseo por cualquier rincón del hipódromo de La Zarzuela para recibir una lección de la vida, de las carreras de caballos o de fútbol. Daba lo mismo. Llegó con 19 años a los hipódromos españoles y jamás se marchará. Aterrizó como Claude pero muy pronto se dio cuenta que su nombre tenía que ser el de Claudio, como un español más, ni francés como decía su nacimiento, ni inglés como afirmaba si origen.