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El Barça aprueba ahora la lista negra de Pep
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Antonio Sanz

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El Barça aprueba ahora la lista negra de Pep

Bartoméu, ya sin Sandro Rosell aunque él también sabía de los deseos de Pep, ha escuchado a Luis Enrique, sabio de lo que ocurre en el epicentro culé

Foto: Pep Guardiola y Gerard Piqué, en un imagen de archivo (EFE)
Pep Guardiola y Gerard Piqué, en un imagen de archivo (EFE)

El trascurrir del tiempo pasa factura en cualquier colectivo. La convivencia, con un punto más álgido en la alta competición, desgasta las relaciones humanas. Por eso debe desengrasarse con el mínimo pudor, al ritmo de pasar página en el diario. Y si sufre menoscabo entre los futbolistas, aumenta en la relación entre el jugador y el cuadro de mando. El deterioro, entre los primeros, camina por no comunicarse o hablarse escuetamente de asuntos del césped; con el entrenador la distancia verbal pasa a ser sideral y sólo la pizarra o algún vaso comunicante del 'staff' se significa en un trato que se dispensa distraído, ausente.

Pep Guardiola se cubrió de verdad en su primera rueda de Prensa como entrenador del FC Barcelona. Esa mañana lanzó un provocador mensaje al barcelonismo. “No cuento ni con Ronaldinho, ni con Eto’o, ni con Deco para esta temporada”, sostuvo sonriendo y sin ruborizarse un ápice. Conocedor como nadie de los entresijos vividos en las catacumbas blaugranas, sacaba del cesto tres manzanas, al final indultó una, que sepultaban al grupo en el tramo final de la etapa de Rijkaard como técnico. El pueblo creyó al incipiente entrenador pese al sacrificio de tener que olvidarse del último gran ídolo, del goleador en París y de uno de los gestores creativos de juego. Pep sintetizó la reeducación de Messi en la caída de dos futbolistas que pensaban más en el futuro que en el presente y cuyo rédito de gloria había cumplido todas sus expectativas. Al ariete africano le concedió una prórroga porque no encontró destino de salida, pero jamás se olvidóde sus desplantes y de su arrogante actitud. A la campaña siguiente lo liquidó, aunque errando en el relevo.

Cuatro años después, en la primavera de 2012, las dudas recorrían el cerebro de Guardiola. Después de la embriaguez de títulos no era fácil continuar liderando al mismo grupo utilizando las mismas armas del pasado: cómo aportar más ilusión y cómo generar la energía suficiente que necesita un equipo hastiado de ganar. Con Messi como capítulo aparte por la peculiar relación entre técnico y estrella, Pep elaboró a Sandro Rosell una lista con tres jugadores que debían ser prescindibles para el siguiente curso: Alves, Piqué y Fábregas. Al primero le observaba una decadencia en el juego más una desordenada vida personal;los otros dos, apoyados en su amistad, mantenían un comportamiento en el vestuario que a ojos del que manda no era el más idóneo por la anarquía demostrada en las formas de trabajo. Lo de Cesc sorprendió a la dirigencia. En un año de convivencia y tras el feroz empeño impuesto por contratarlo al Arsenal, el desarrollo de los meses pudrió a velocidad de fuego la relación entre ambos. Tanto, que Pep no dudó en incluirlo en esa cuartilla de prescindibles. Los dirigentes se fumaron un puro con la lista negra concediendo la salida a Keita, Maxwell -forzaron el adiós- y Afellay.

Pero lo que son las cosas. Dos años después, Bartoméu, ya sin Rosell aunque él también era conocedor de los deseos de Guardiola, ha escuchado a Luis Enrique, igualmente sabio de lo que ocurre en el epicentro culé. Al primero en enseñarle la puerta ha sido a Fábregas que, tras reunirse con Mourinho y tras comprobar que Wenger sigue desencantado con su figura, optó por retornar a Londres, esta vez a la cueva del millonario club del suroeste de la ciudad. Era el primer mensaje a la facción díscola, o a quien se sintiera aludido. Un desliz en la concentración de la Roja nos descubrió a un enojado Piqué criticando a la directiva por la escasa venta de su amigo: “por 33, por 33”, le apuntaba a Del Bosque. El internacional no daba crédito, pero el Barça comenzaba a seguir las directrices de Pep.

Dani Alves ha pedido quedarse en el club. La conversación que mantendrá con Luis Enrique será definitiva, si bien para la entidad blaugrana lo ideal es un cambio de aires. Se habló de una oferta del París Saint Germain que no ha terminado de concretarse, después del pobre campeonato del mundo que ha realizado el lateral brasileño, dónde terminó por perder la titularidad. Dos temporadas después tras aquella profecía de Guardiola, el rendimiento de Alves ni ha mejorado ni su vida se ha ordenado. El entrenador asturiano puede pensar que es recuperable, pero los comportamientos no se han modificado. Seguirá sólo si no encuentra un club que compense su ficha, pero con la marca de desahuciado impuesta por el gerente del escudo.

Gerard Piqué será el siguiente en dejar la entidad. O eso le gustaría al FC Barcelona. El rendimiento del jugador ha decaído notablemente. Sin embargo, la dificultad del mercado para alcanzar acuerdos con zagueros centrales imposibilita acelerar cualquier operación con el central catalán. El Valencia ha recibido una oferta superior a los diez millones de euros para comprar a Mathieu. La polivalencia del galo es considerada por Luis Enrique, que entiende como prioritario el refuerzo para que ocupe el lugar de Puyol. Sin embargo, los tres años que restan aún de contrato con la entidad de Mestalla obliga al Barça a remangarse y a acercarse a los veinte ‘kilos’ que figuran como rescisión.El crecimiento de Bartra y la reubicación de Mascherano en la posición de central son dos avisos para un Piqué que no se opondría a la salida si encuentra mejor acomodo. Sin embargo, tampoco ha recibido alguna propuesta en firme para abandonar el Camp Nou.

Con todo, el FC Barcelona debe solventar la marcha de Xavi, que sigue sin tomar una decisión pese a lo avanzado de sus conversaciones con el New York City. El plan inicial ha cambiado porque el mediocentro hablaba de incorporarse a la competición estadounidense a partir de junio de 2015. Xavi no termina de aceptar la vida nómada que le esperaría durante los próximos cinco meses -tal y como sucede con David Villa-. Además, se espera con impaciencia cómo llegará Messi tras el varapalo de Brasil. Eso sí, ninguno de los dos estaba en la lista negra de Pep, aunque con Leo las diferencias de criterio crecían sin poner freno.

El trascurrir del tiempo pasa factura en cualquier colectivo. La convivencia, con un punto más álgido en la alta competición, desgasta las relaciones humanas. Por eso debe desengrasarse con el mínimo pudor, al ritmo de pasar página en el diario. Y si sufre menoscabo entre los futbolistas, aumenta en la relación entre el jugador y el cuadro de mando. El deterioro, entre los primeros, camina por no comunicarse o hablarse escuetamente de asuntos del césped; con el entrenador la distancia verbal pasa a ser sideral y sólo la pizarra o algún vaso comunicante del 'staff' se significa en un trato que se dispensa distraído, ausente.

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