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El día que los hermanos Marx corrieron el Gran Premio de Mónaco
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Javier Rubio

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El día que los hermanos Marx corrieron el Gran Premio de Mónaco

Aquel 4 de marzo de 1978 un jovencísimo Ricardo Patrese volvía a boxes llorando, con su casco azul y blanco en la mano. Era solo su

Foto: El día que los hermanos Marx corrieron el Gran Premio de Mónaco
El día que los hermanos Marx corrieron el Gran Premio de Mónaco

Aquel 4 de marzo de 1978 un jovencísimo Ricardo Patrese volvía a boxes llorando, con su casco azul y blanco en la mano. Era solo su décimo primera carrera en Fórmula 1, y también inusual en aquella época ganar con tan poca experiencia a las espaldas, más con un modesto Arrows. A tan solo quince vueltas del final del Gran Premio de Sudáfrica su motor mandó las bielas por los aires. Tardaría mucho en contar con una oportunidad semejante.

Gran Premio de Mónaco, 1982, la misma pista donde Ricardo Patrese había debutado en la Fórmula 1 cinco años atrás. El italiano era segundo a falta de dos vueltas para el banderizo final. René Arnoux había liderado las quince primeras pero, de repente, se comió los raíles. Alain Prost quedaba como líder tras haber adelantado al italiano en la tercera vuelta. Patrese rodaba resignado ante otra oportunidad perdida. Hasta que los Hermanos Marx saltaron al asfalto del Gran Premio de Mónaco.

Un tortazo que se escuchó en Niza

A pocas vueltas del final comenzó a llover ligeramente. El sútil y característico 'tiiinnnnnng' que delata la caricia a los raíles cuando un monoplaza rueda al límite se convirtió en el inconfundible 'tuaaaooonng' que gritaban al estamparse un coche contra el metal. Primero fue Rosberg. Luego irlandés Derek Daly quien, a pesar de los aspavientos de sus mecánicos desde el muro de boxes, seguía en marcha regando la pista con un aceite no precisamente de oliva que, mezclado con la lluvia, convirtió el asfalto en una trampa viscosa.

En la vuelta 74, al llegar a Tabac, Alain Prost cayó en ella. El fenomenal tortazo contra los raíles se escuchó en Niza. Un sorprendido Patrese comandaba entonces la prueba. “Vi a mis mecánicos como locos desde el muro de boxes” recordaba luego el propio Patrese, “tenía una ventaja muy cómoda sobre Pironi, no tenía que atacar para nada, incluso había hecho la vuelta rápida de la carrera, así que no iba a correr riesgos en una superficie mojada”. Le quedaba una vuelta para ganar. Pero si pensó que el destino le compensaba por el pasado, descubrió que Dios quería jugar a los dados aquel día.

Como la maldición de Tutankamón

Porque Patrese también fue víctima del aceite en la curva más lenta del circuito, Loews, donde hizo un trompo a cámara lenta que le dejó bien colocado para ver a Didier Pironi pasar por delante de sus narices. “Aquello casi me mata. Había tenido tanta mala suerte en la Fórmula 1, como en Kyalami (1978) o Long Beach (1981, donde también perdió la victoria cuando marchaba en cabeza). Parecía que todo se repetía otra vez”, recordaría después.

El Ferrari enfilaba hacia la meta ante un impotente Patrese. Sin embargo, Pironi también rodaba angustiado en las últimas vueltas por los 'coff coff' de su motor, que ya iba succionando las última gotas de 'sopa'. Pironi se quedó parado en el Túnel, a menos de medio circuito de la meta. Le sucedía Andrea de Cesaris, que nunca había ganado, a bordo de un Alfa Romeo.

Pero la alegría dura poco en la casa del pobre. La primera posición de aquella carrera parecía la maldición de Tutankamón: el V12 del italiano también se quedó 'tieso' de combustible a los pocos metros por un cilindro averiado durante la carrera y un motor que "tragaba" más que un Hummer. Todo en la última vuelta. ¿Y quién era entonces el nuevo líder…?

Pues...'¡tachaannn!', nada menos que !el mismísimo Derek Daly! que con su 'Desguaces Willliams' se arrastraba al trote cochinero dejándose medio coche por el camino. El irlandés jamás había ganado una carrera en su vida. Y aquel día... tampoco lo iba a conseguir. Cuando los restos de su monoplaza fallecieron en combate, llegó la memorable y británica frase de James Hunt en la BBC: “Nos encontramos ante la ridícula situación en la que la línea de meta espera a un ganador..., pero parece que no vamos a conseguir ninguno hoy”. El Gran Premio de Mónaco se había convertido en un verdadero 'casino', y no precisamente el situado en la plaza, metros más arriba.

La gran traca final

¿Qué pasó con nuestro compungido Patrese? Para empezar,  Bernie Ecclestone –dueño de Brabham en la época- cogió las de Villadiego en su avión privado antes de que la carrera terminara. En el caso de su piloto, mientras se producía el desmadre anterior, los comisarios empujaban su monoplaza para ponerle en la dirección correcta y, con la pendiente hacia el Túnel, arrancó su motor a base de embrague y lo llevó mansamente hasta la bandera a cuadros.

Era el último cohete de aquella gran 'cremá' monegasca. Porque Patrese lideraba la prueba, pero lo ignoraba. En la oscuridad del túnel ni siquiera había advertido el Ferrari parado. Así, entró en meta como ganador por primera vez en la Fórmula 1. Sin celebrarlo, claro. “No tenía la menor idea de que había ganado”, reconocería después, “ni siquiera cuando paré a recoger a Pironi, que hacía 'autostop' como si fuera un estudiante en la 'autostrada'. 

Era el único coche que había cumplido la distancia reglamentaria, pero Patrese no entendía que los comisarios le llevaran hacia el podio en volandas para la entrega de trofeos porque el directo televisivo mandaba. Solo ante el enorme abrazo de 'mamma Patrese' acabó creyéndoselo todo.

Cuando Ecclestone aterrizó en Londres se enteró de la victoria de su piloto. Debió pensar que aquello era una broma o que el mismísimo espíritu de Groucho Marx era quien le llamaba…

Aquel 4 de marzo de 1978 un jovencísimo Ricardo Patrese volvía a boxes llorando, con su casco azul y blanco en la mano. Era solo su décimo primera carrera en Fórmula 1, y también inusual en aquella época ganar con tan poca experiencia a las espaldas, más con un modesto Arrows. A tan solo quince vueltas del final del Gran Premio de Sudáfrica su motor mandó las bielas por los aires. Tardaría mucho en contar con una oportunidad semejante.