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"Yo soy Keke Rosberg, soy el rayo finlandés..."
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Javier Rubio

Dentro del Paddock

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"Yo soy Keke Rosberg, soy el rayo finlandés..."

“Yo soy Keke Rosberg, soy el rayo finlandés, ponme gasolina, cámbiame las ruedas, revísame el turbo, aféitame con Williams, aféitame con Williams, eres un mecánico fatal…”.

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"Yo soy Keke Rosberg, soy el rayo finlandés..."

“Yo soy Keke Rosberg, soy el rayo finlandés, ponme gasolina, cámbiame las ruedas, revísame el turbo, aféitame con Williams, aféitame con Williams, eres un mecánico fatal…”. Había que disfrutar de una carismática personalidad  para que el grupo musical español Siniestro Total le dedicara en los ochenta una canción a un piloto de Fórmula 1.

Y personalidad, efectivamente, le sobraba. Aquel retoño que iba de su mano por las mismas calles en las que el padre ganó en 1983, tomaba su testigo treinta años después. Pero pocas similitudes guarda Rosberg hijo con aquel vikingo de bigote y melena rubia, prototipo del piloto 'bon vivant' que, sin embargo, también era un auténtico disparo sobre el asfalto. 

El alter ego de Villeneuve

La famosa vuelta de Gilles Villeneuve y René Arnoux en Dijon 1979 era un juego de niños en comparación con las luchas que vivieron el canadiense y Rosberg en Estados unidos y Canadá a mediados de los años setenta. El finlandés era su más encarnizado rival en la pista. Porque con un préstamo para comprar un monoplaza y el hatillo al hombro se convirtió en un trotamundos que aprendía en una muy diferente escuela de la vida frente a los pilotos actuales. En 1971, por ejemplo, participó en 41 carreras en los cinco continentes, e incluso también en Nueva Zelanda.  

Su estilo 'balls out', de pilotaje al límite, encontró su primera oportunidad con un Theodore en 1978, “un coche que parecía un cerdo”. En aquella época, las manos y ciertos atributos al sur del ombligo masculino todavía permitían marcar diferencias que no pasaron desapercibidas en una carrera de Fórmula 1 en Silverstone, fuera de campeonato.

"Soy un presumido bastardo, y lo sé.." 

Desde 1979 a 1981, corrió con Wolf, ATS y Fittipaldi, equipos de medio pelo que no le sacaban del anonimato, pero le permitían desarrollar su avispada teoría según la cual “las carreras son la mantequilla, pero el pan está fuera de los circuitos”. El hábil finlandés supo llevar a cabo una magnífica labor de patrocinio personal. “Mira, cada adhesivo (de un patrocinador en el mono) es una casa”, presumía en su época. En la de Ibiza vivía gran parte del año, razón de su permanente bronceado. 

Finalmente le llegó su oportunidad cuando Alan Jones se despedía a la francesa de Williams en 1981. Frank, su propietario, no le quería, pero sus ingenieros le llamaron desde la pista donde realizaba su primera prueba: “A este hay que tomarle en serio, es dinamita”, recordaba Patrick Head en la revista Motorsport. Williams pidió opinión a su piloto número uno, el argentino Carlos Reutemann. “No sé Frank, el maletín de Gucci, el Rolex, los zapatos hechos a mano, la pulsera de oro, no estoy seguro de que sea alguien serio…”. El propio Rosberg le daba la razón con su legendaria frase: “Soy un presumido bastardo, y lo sé…”,  pero no así con su velocidad en la pista. En la primera carrera de 1982 batió al propio Reutemann.

“Era increíble”, recordaba Patrick Head. “Apagaba el cigarrillo con el botín y decía, vale, vamos a por ello”. Si hoy los pilotos se lanzan a por los gráficos de telemetría al bajar del monoplaza, Rosberg lo hacía a por el paquete de tabaco. Era una chimenea vestida de piloto, pero “tenía la capacidad de cambiar mentalmente de un momento a otro al subirse al monoplaza”, explicaba John Watson, su principal rival para el título en 1982. Entonces, el vividor relajado se convertía en una suerte de Villeneuve, pero en sensato. Aquel año ganó en Dijon y logró cinco podios. Fue campeón del mundo. Ningún piloto ganó más de dos carreras.

"Me he quemado el bigote, ahí no vuelvo" 

En 1983, también con un Cosworth V8 atmósférico a su espalda, luchó infructuosamente contra los turbos. “Nunca fui tan rápido en mi vida”. Williams buscaba hasta el mínimo resquicio para plantar cara y como anécdota de aquel año, Rosberg se convirtió en una de las cobayas con los primeros repostajes en la historia de la Fórmula 1. En los entrenamientos finales de pretemporada, en 1983, Rosberg y su ingeniero descubrieron que Brabham preparaba introducirlos como novedosa estrategia de carrera. Llamó a Patrick Head para avisarle. En un día, Head se inventó un sistema con una bidón de cerveza adaptado, “utilizando un conector para repostajes de aviación”. Al siguiente lo envió al Gran Premio de Brasil que abría la temporada. Rosberg se puso en cabeza por delante del Brabham de Piquet. Llegó la hora de estrenar el sistema.

Cuando Rosberg repostó, el casco y el habitáculo quedaron rodeados de un fuego naranja. El finlandés saltó fuera como si le llevara el diablo. Los rápidos extintores salvaron el monoplaza, y Head le pidió que volviera a la carrera. “Me he quemado el bigote, ahí no vuelvo”, contestó Rosberg. “Grité tanto como pude”, recordaría Head, “¡Keke vuelve a ese jod… coche!”. El finlandés, bajó la cabeza y obedeció. Era noveno al volver a la pista. Fiel a su eterno estilo, remontó hasta la segunda posición.

"Esa maldita rana francesa..." 

“Keke pilotaba al límite cualquier cosa que le diéramos”, y su estilo se hizo más espectacular con los más de 1.000 cv del turbo de Honda, (“era como encender la luz con el interruptor, “on y off”). En 1985 logró aquella legendaria vuelta en Silverstone a 259 km/h de media, con un neumático trasero que perdía aire en la parte final del circuito. Era la más rápida de la historia hasta el momento. En aquella época solo Rosberg era capaz de aquello. 

En todos los equipos reconocían su honestidad y carácter directo, también en McLaren, donde corrió en 1986. Pero Rosberg descubrió una dimensión diferente en su nuevo compañero, Alain Prost. El finlandés era uno de los últimos 'late brakers', cuyo estilo se caracterizaba por frenar al borde del abismo. “Cuando acababa la carrera, los discos de frenos de Prost podían hacer otra, los de Rosberg parecían papel de fumar” recordaban en McLaren. 

“Por muy buen tiempo que hicieras, venía esa pequeña rana francesa (Prost) y te lo batía”, refunfuñaba con admiración ante la eficacia del francés. Comprendió que había llegado su momento en la Fórmula 1. Se retiró aquel año con 114 carreras y cinco victorias en su haber. Siguió compitiendo en prototipos y en el DTM, pero el olfato para los negocios no decayó en absoluto. Montó equipos, y como manager bombeó hacia la Fórmula 1 a compatriotas como J.J. Letho, Mika Hakkinen, y un tal… Nico Rosberg.

El pasado año, El Confidencial le solicitaba una entrevista en Montmeló. “No gracias, no quiero aparecer, mi hijo es el protagonista”. “Keke, es sobre tu carrera, no sobre Nico…” “De verdad, gracias, solo estoy aquí para pasar un buen rato..”. Y se marchó con sus maduros amigos, todos con idéntica pinta de disfrutar de la vida como aquel famoso “rayo finlandés”.

“Yo soy Keke Rosberg, soy el rayo finlandés, ponme gasolina, cámbiame las ruedas, revísame el turbo, aféitame con Williams, aféitame con Williams, eres un mecánico fatal…”. Había que disfrutar de una carismática personalidad  para que el grupo musical español Siniestro Total le dedicara en los ochenta una canción a un piloto de Fórmula 1.