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Yo volvería a apostar también por Cesc
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José Manuel García

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Yo volvería a apostar también por Cesc

Tras el partido frente a Italia, más de dos españolitos estamparon el cojín del sofá contra el televisor. La temperatura del domingo subió merced a la

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Yo volvería a apostar también por Cesc

Tras el partido frente a Italia, más de dos españolitos estamparon el cojín del sofá contra el televisor. La temperatura del domingo subió merced a la indignación que degeneró en agrio debate: ¿No ganamos porque no jugamos con un 9? País injusto y desmemoriado. De inmediato, las miradas con aguijón se dirigieron en torno a la figura de Vicente Del Bosque. Escuché a algún picudo comentarista asegurar que el seleccionador había sufrido una enajenación pasajera. Pues no. Del Bosque hizo bien. España jugó bien. Frente a nuestra selección, se encaraba Italia. Nada más (y menos) que Italia.

El planteamiento de Vicente fue inmejorable. Pero Italia también juega y, aunque Cesare Prandelli se da golpes de pecho y asegura que su selección es amante del toque a la usanza hispánica. Mentiroso. Al final pasó lo que pasó: borbotones de gente azul amurallando el área de Buffon y España buscando el gol a su manera: tocando, engañando piernas, sufriendo tarascadas, perfilando… Pero Italia se amuralló y dejó arriba a dos águilas. Curiosamente, Cassano surtió más efecto que Balotelli, un tsunami. Andrea Pirlo se vio solo una vez, la vez que al alimón se despistaron Busquets y Xabi Alonso y dejaron que el Mozart Juventino enganchara con Di Natale.

Del Bosque abrió entonces con Jesús Navas, pero el gol de España llegó a la española: pase de David Silva al hueco entre un bosque de piernas y Cesc Fábregas colándola. El que era un nueve pero que no lo era.

Luego llegó Fernando Torres, explosión de energías y fallos. Pero el fallo es fútbol. Fernando tuvo en sus botas dos goles y ninguno subió al marcador. Cosas. España no ganó y se produjo un murmullo de desencanto. En Italia saltaron de alegría. La selección roja no pudo con la azzurra, y eso que lo intentó. Pero pinchó en roca.

Se produjo también un aluvión de opiniones contra la designación de Cesc como “nueve”, en lugar de cualquiera de los tres al uso (Fernando Torres, Fernando Llorente o Álvaro Negredo). Pero a Italia había que matarla tocando; y mientras más, mejor. Lo mismo que a Irlanda. Tú a Irlanda no la puedes tumbar a puñetazos, pero sí a puro toque, si acaso abriendo por las alas, mostrando más aperturas. A ras de suelo. Pero con Cesc.

Nada está perdido. Es más. Imagínate que España no logra doblar las rodillas de Irlanda, que Trappattoni, viejo zorro y maestro de los cerrojos, ha tenido un buen día. Yo seguiría creyendo en la Selección, en la filosofía de los bajitos, en ese toreo de salón que ha encandilado al mundo y que ha hecho del fútbol hispánico un sello, una moda que todos quieren seguir y muy pocos pueden hacerlo. Sólo un cúmulo de privilegiados que, curiosamente, ha nacido en esta parte baja de los Pirineos. Apostemos por Del Bosque, por lo que el salmantino decida, por su sensatez, por esa forma de ver el fútbol y que con tanto orgullo hemos enarbolado a la hora de alzar títulos. Apostemos por la marca-España. Y también por Cesc.

Tras el partido frente a Italia, más de dos españolitos estamparon el cojín del sofá contra el televisor. La temperatura del domingo subió merced a la indignación que degeneró en agrio debate: ¿No ganamos porque no jugamos con un 9? País injusto y desmemoriado. De inmediato, las miradas con aguijón se dirigieron en torno a la figura de Vicente Del Bosque. Escuché a algún picudo comentarista asegurar que el seleccionador había sufrido una enajenación pasajera. Pues no. Del Bosque hizo bien. España jugó bien. Frente a nuestra selección, se encaraba Italia. Nada más (y menos) que Italia.

Cesc Fábregas