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La Copa Davis salvaje de Argentina explicada en cuatro golpes
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Álvaro Rama

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La Copa Davis salvaje de Argentina explicada en cuatro golpes

El equipo liderado por Juan Martín del Potro ha tenido entre las dificultades para levantar el título la necesidad de viajar en todas sus eliminatorias o la recuperación de sus dos jugadores

Foto: El equipo Argentino con la Ensaladera (Reuters)
El equipo Argentino con la Ensaladera (Reuters)

Las cosas no se merecen, se ganan a pulso. Y en una disciplina tan justa como el tenis, los hechos suelen casar con los méritos. Si Argentina levantó su primera Copa Davis en 2016 fue por la prueba de fuerza mostrada desde el primer al último punto. Por dejar de lado antiguas rencillas y remar en la misma dirección durante cuatro fines de semana. Por recuperar a un claro líder para la causa y seguir creyendo cuando todo parecía perdido. Por competir, y no dejar de hacerlo, en lugar de mirar atrás y lamentar ocasiones que quedaron en eso. En la competición por equipos más relevante del mundo, Argentina dejó por fin su sello y una colección de valores propios.

Por una hinchada única

Argentina es el país que en mayor medida neutraliza un elemento adscrito a la Copa Davis: el factor cancha. Por llevar a la última expresión lo que en fútbol se viene a denominar el jugador número 12 o, en términos más baloncestísticos, el sexto hombre. Obviamente, y en un deporte donde la condición de local está bastante difuminada en un circuito itinerante, cualquier afición muestra calor cuando la opción se le brinda. Pero Argentina juega en casa incluso al otro lado del mundo, temporada tras temporada, pese a no haber conocido la gloria hasta hace apenas unas horas. En cualquier eliminatoria, y en 2016 el cuadro de Orsanic no pisó el Cono Sur, la pasión es más que evidente. Miles de argentinos abarrotaban un pabellón situado a más de 11.500 kilómetros de distancia de su tierra de origen. Para un evento deportivo con opción de ser clausurado en apenas 24 horas.

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Por la valentía en territorio hostil

La culminación de un sueño histórico se completó de la manera más escarpada posible. Argentina tomó la Ensaladera abriéndose paso en cuatro eliminatorias disputadas fuera de casa. Baste una mirada al pasado para comprender la dureza del hito: es algo con un único precedente en una competición centenaria (Francia en 2001). Sus visitas a Polonia, Italia, Gran Bretaña y Croacia, demuestran el orgullo de un grupo que superó todas las dificultades hasta tomar la corona. En Copa Davis, cabe recordar, la nación que alberga la eliminatoria tienen la potestad para escoger en qué circunstancias (tipo de pista, modelo de pelota,…) se librará la serie, con la opción de buscar las curvas entre las posibles debilidades del rival y/o establecer elementos que favorezcan las virtudes propias.

Por la vuelta de un gigante

Si algo le faltaba por demostrar a Juan Martín del Potro en 2016, bajo la cubierta de Zagreb echó abajo la última puerta. El de Tandil, que pasó del puesto 1.042 al 38 en la temporada 2016, siendo el gran regreso en el vestuario masculino de la temporada; que se colgó una medalla de plata olímpica, probando su fuerza ante los más grandes; y que volvió a levantar un trofeo del ATP World Tour, probando el triunfo casi tres años después, ofreció la última prueba de fe en sí mismo. Probablemente no haya un jugador con más motivos para dejar de creer en el deporte pero, también, probablemente tampoco haya un competidor más preparado para remar ante la nada. En una final de Copa Davis, con un drama nacional a cuestas a punto de ampliarse, Juan Martín logró remontar dos sets por primera vez en su carrera. En un arranque de fortaleza mental ante un Marin Cilic de altos vuelos. Una reacción que derrumbó la psicología de la eliminatoria.

Por protagonistas de perfil bajo

Si la remontada de Del Potro quedará en la memoria deportiva como una de la espita para la conquista del trofeo, la figura de Federico Delbonis tiene media Ensaladera a su nombre. No fue sino el jugador de Azul quien se echó el equipo a la espalda en los cuartos de final de Pesaro ante Italia en julio, una serie clave para Argentina, cuando Del Potro no andaba para asumir el liderazgo del grupo. Para el número 41 mundial fue la prueba de que en Copa Davis el peso del ranking tiene una importancia relativa. Que el recorrido deportivo en el circuito se difumina en el revoltijo de emociones que es la Copa Davis. Un tipo que nunca estuvo entre los 30 mejores, que jamás había batido a Karlovic en un partido completo, que nunca ha tocado una final sobre suelo duro en su carrera, se marcó “el mejor partido de su vida” según Orsanic para romper con todo lo anterior.

Las cosas no se merecen, se ganan a pulso. Y en una disciplina tan justa como el tenis, los hechos suelen casar con los méritos. Si Argentina levantó su primera Copa Davis en 2016 fue por la prueba de fuerza mostrada desde el primer al último punto. Por dejar de lado antiguas rencillas y remar en la misma dirección durante cuatro fines de semana. Por recuperar a un claro líder para la causa y seguir creyendo cuando todo parecía perdido. Por competir, y no dejar de hacerlo, en lugar de mirar atrás y lamentar ocasiones que quedaron en eso. En la competición por equipos más relevante del mundo, Argentina dejó por fin su sello y una colección de valores propios.

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